Publicado originalmente el 17 de mayo de 2011
Dicen unos expertos de la cosa turística que los canarios «de un tiempo a esta parte estamos perdiendo nuestra atención y dedicación con el turista», que hay que volver a ser amables y que la recuperación económica pasa por rescatar el buen trato con los «guiris». Vamos, los chonis de toda la vida.
Enseguida saltó el inefable Roberto Moreno, presidente del Patronato de Turismo de Gran Canaria, al que le faltó tiempo para anunciar que pronto tendremos que soportar una campaña en los medios para concienciar a los grancanarios de la importancia del turismo para la economía. Por lo visto ahora los que viven en Gran Canaria no tienen bastante con vivir su vida lo mejor posible, sacar adelante sus familias, aguantar trabajo precario, chuparse las colas sanitarias más largas, sufrir un 30% de paro, jeringarse con los salarios más bajos y los niveles de miseria más altos, por no hablar ya de una democracia de cartón piedra que manejan los cuatro de siempre en alegre comandita. No señor, hay que sonreír y tratar de manera exquisita al choni, aunque te vaya como el culo. Si quieren amabilidad, ¿qué tal dejarse de campañas y trabajar por que mejore el nivel de vida de la gente?
En esta página ya hemos hablado en otras ocasiones de los efectos perversos que tiene un desarrollo turístico descontrolado en la psique de la población, no sólo en el territorio. También nos hemos referido a la frecuente confusión entre buen trato, profesionalidad y servilismo, y hemos hablado igualmente del turismo de baja estofa, destrozador y abusador que con mucha frecuencia tenemos que aguantar, ese del que no hablan los medios, ni los expertos, ni Roberto Moreno.
Esta vez les quiero exponer un caso muy particular que demuestra cómo en otros lares no son tan aficionados como nosotros a cogérsela con papel de fumar, y les preocupa poco lo que piense el turista de sus hábitos y costumbres.
La ciudad alemana de Colonia es famosa no sólo por estar a orillas del Rin, ni por su impresionante catedral, única en el mundo, sino también por las típicas cervecerías tradicionales que se encuentra uno repartidas por el centro de la ciudad, y que elaboran cada una su propia kölsch, la cerveza de la zona. Los camareros son conocidos por su sequedad, sus comentarios sarcásticos y su displicencia con el cliente, al que tutean directamente sin importarles la edad. Todo el mundo lo sabe, y ya cuentan con ello. Todo el mundo, menos el turista.
Esta revista sobre el mundo empresarial le dedica un artículo a descubrir si es tan fiero el león. En el mismo se pueden leer cosas como las que siguen:
El periodista entra en una cervecería y pide un vaso de agua. El camarero se la sirve de mala manera, se da la vuelta y dice en voz alta: «¡Miren la mierda que bebe el tipo este!». El periodista se identifica como tal y le pregunta por su manera de hablar. «sí, claro que digo mierda, pollaboba también», «No puede ser», «sí, de verdad», «¿Y con cuánta frecuencia?», «No sé, no las cuento, varias veces en el día».
En otra pide un té a la menta, el camarero le dice de malos modos: «Entonces lo tienes que pagar ahora». El periodista espera, espera y espera, la mesa de al lado tiene tiempo de que le sirvan tres rondas. Al final, no le sirven el té. No está en la carta. Al identificarse como periodista, entrevista al responsable del local. Le cuenta el caso, el responsable le responde: «El humor de los camareros es muy ácido». «¿Y dónde queda la satisfacción del cliente?», «La satisfacción del cliente está en que la cerveza se sirva rápido y ningún vaso quede vacío mucho rato. Lo demás es accesorio».
En otras partes del artículo se puede leer: El camarero es sacrosanto en Colonia […]. «El cliente es el rey, pero el camarero es el bufón de la corte que le puede soltar cualquier burrada» […]. Hace poco unos clientes se quejaron porque el camarero había sido demasiado amable […]. Conforme se jubilan los camareros «perdemos una parte de nuestra cultura» […].
Evidentemente, se trata de una particularidad de Colonia que la gente conoce, y que forma parte de la experiencia de ir a una cervecería. En cualquier caso, como digo más arriba, el turista se lo encuentra sin avisar, y le toca adaptarse.
Con esto no pretendo defender la malcriadez, sino diferenciar entre acoger y servir, entre ser hospitalario o amable, y perder la dignidad. Ser destino turístico no es estar al servicio del turista, pero a los canarios nos repiten una y otra vez que hay que agacharse, que nos toca el papel de sirvientes en nuestra propia casa, no el de anfitriones, de gestores del negocio turístico. En Colonia lo tienen claro. En Canarias todavía no nos hemos enterado. ¡Ya está bueno de tanto servilismo denigrante!