«Con cada nuevo hotel empleamos personal local, y estudiamos el entorno y sus tradiciones para integrar la cultura del lugar en nuestro proyecto».
Así se expresaba Carlos Couturier, socio fundador de una cadena mejicana de hoteles de lujo, en un artículo publicado en la revista del aeropuerto de Atenas. En este vídeo pueden oírle decir: «[…] Si se trata de un hotel mejicano […], proyectamos Méjico al mundo», «Adaptamos las ideas a nuestro país».
Son palabras que ilustran a las claras la evolución experimentada por el turismo de mayor calidad y poder adquisitivo: la búsqueda de destinos auténticos, originales, únicos, que brinden una experiencia propia, alejada de la maquinaria turística a granel, despersonalizada.
En Canarias lo hacemos al revés, no adaptamos las ideas a nuestro país, nos adaptamos nosotros como borregos a la última moda que nos venda el mercachifle de turno. No proyectamos Canarias al mundo, mejor la escondemos porque no tiene nada que ofrecer más allá de sol y playa, según le oí decir en una entrevista al viceconsejero de turismo. Es mucho más internacional ofrecer platos combinados de huevo frito con salchicha y papas que promocionar la gastronomía canaria en locales con música tradicional en directo, como vi recientemente en Grecia. Allá lo tradicional y propio es un valor en sí mismo, también para el visitante. Aquí lo tradicional es el colmo de lo casposo, todo lo que huela a canario se le escamotea al visitante, no nos vayan a tomar por maúros o magos. Queda mucho más cosmopolita la carta de fritangos combinados con los colores comidos por el solajero.
Un ejemplo de lo que digo lo tenemos en este famoso vídeo de promoción de Gran Canaria, del cual ya hablamos aquí y aquí. El vídeo de marras es indudablemente de bella factura, pero no deja de ser un despropósito en toda regla precisamente porque transmite una imagen de Canarias estéril, Canarias sin vida, como mero decorado a disposición del turismo, que encontrará buen tiempo y bonito paisaje (lo que queda sano de la explotación turística, casualmente), pero que no busque nada idiosincrático, auténtico, único. Eso por no hablar ya de la locución del vídeo, que parece extraída de un manual barato de autoayuda new age, con acento fino además.
El vídeo ha sido premiado recientemente, lo cual no extraña si adoptamos la óptica de la explotación turística masiva, que encaja a la perfección con el contenido del film y en brazos de la cual se encuentra la industria del ramo en el archipiélago, frente al turismo de calidad que reseño al principio. No sé qué repercusión tendrá en el mundillo el Festival Internacional de Vídeos Turísticos de Riga, aunque, con todo el respeto, por el momento no parece ser la ITB.
Un termómetro más fiable para medir la temperatura de la imagen turística de Canarias es National Geographic: en su ranking de islas, Canarias aparece en el puesto 52, de un total de 111 destinos, junto a referencias a su desarrollo turístico intensivo, turismo de masas, nivel más bajo del mercado, y disparidad extrema en atractivo a favor de las islas menos explotadas y en detrimento de las otras.
No parece que estemos optando por la excelencia, precisamente. Como decía al principio, turismo de calidad equivale a ofrecer algo especial y diferente, que nos identifique y diferencie de otros. Canarias tiene riqueza de sobra: desde su variada y sana gastronomía, hasta su cultura y naturaleza, pasando por su patrimonio histórico y etnográfico, únicos todos en el mundo. También su paisaje, claro. Pero no vale con ofrecer una cáscara vacía y luego pretender alcanzar así la excelencia. La industria y las instituciones, sin embargo, como quien oye llover. En su mundo paralelo.