
Publicado originalmente el 17 de junio de 2013
Hace más de veinte años se decía así, claro que al ritmo que desaparecen los canarismos, es probable que usted, si es guayete o guayeta, no sepa a qué me refiero. En aquellos tiempos, hacer una argolla significaba ausentarse temporalmente del trabajo con el fin de que cualquier tarea penosa le fuera adjudicada a otro que pasara por allí. Escaquearse, se dice ahora. O si prefieren el tecnicismo, practicar el absentismo laboral. Y que conste que no me refiero a esa reprobable costumbre que tienen los trabajadores de faltar al trabajo hasta cuatro días cuando se les muere un familiar y que tan convenientemente ha sido señalada por la C.E.O.E. Les hablo de algo normalmente transitorio, inocuo, salvo para aquel incauto al que le tocara suplir al hacedor de argollas.
Toda esta retajila viene a cuento porque la empresa temporal Adecco acaba de hacer público un informe redactado a partir de datos del Instituto Nacional de Estadística. En dicho informe resulta ser que Canarias es la segunda Comunidad Autónoma con menor tasa de absentismo laboral: un misérrimo 3’3% frente al 5’2% de Asturias, 4’8% de Galicia y 4’7% de País Vasco. La segunda tasa más baja de todo el Estado español. Pero, ¿no éramos los canarios unos aplatanados, gentes que necesitábamos del empuje y dirección de pueblos más industriosos que el nuestro, siempre dispuesto a dejarse relajar por las excelencias del clima? ¿No hacía falta que vinieran de Fueralandia emprendedores caballeros a entrenar nuestros equipos, dirigir nuestras Galas del Carnaval, Policías, hoteles, aeropuertos, locutar la publicidad y cualquier cosa de mayor nivel organizativo que una partida de dómino?
Reviso las redes sociales y no encuentro referencias a esta noticia. Seguro que se les habrá pasado. Sin embargo, sí recuerdo referencias de todo tipo a la más que supuesta pachorra canaria, al aplatanamiento que por lo visto aqueja a los canarios. Lo mismo sirve para explicar por qué el volcán de El Hierro no acaba de reventar como para que un vasco nos perdone la vida. Si los ingleses toman cualquier desgracia con distancia y estoicismo, se trata de la famosa flema británica. Si los herreños tratan de que su vida sea afectada en la menor medida posible por un fenómeno de la naturaleza, es que son aplatanados. Si los vascos, según el informe de Adecco, los más argollistas, vienen a enseñarnos a trabajar, es porque los aplatanados isleños nos lo merecemos. Y así, hasta el infinito. Repaso Psicología del hombre canario y releo las palabras de Manuel Alemán:
“En toda situación colonial, el colonizador acusa de perezoso al colonizado. Todos los colonizadores desde el África de la Negritud, desde Indostán, China e Indochina, de todo el continente de América Latina, son coincidentes en la misma afirmación: la pereza del colonizado. Hasta tal punto se hizo de esta pereza una tesis universal que ha llegado a ser clásica en la literatura colonialista europea la “indolencia del salvaje”. Y aquí encontramos una clave explicativa de la pretendida “indolencia” de la gente canaria, que ha llegado a generalizarse bajo formulaciones diversas hasta tipificarse en el despectivo tópico del aplatanamiento del canario. Se trata de una divulgación que, desde la conquista, aventuraron los colonizadores en una táctica de difamación que es común en todas las situaciones coloniales. Las claves de esta universalización del rasgo de la pereza del colonizado en el retrato trazado por el colonizador, estriba en el juego de la dialéctica ennoblecimiento del colonizador – degradación del colonizado: su capacidad de trabajo es un título legitimador de la posición privilegiada del colonizador, su indolencia es el título justificativo de la situación desvalida del colonizado, así, dada su indolencia, se explica y justifica por qué el colonizado no puede ocupar puestos de mando, en el plano sociopolítico, y se explica y justifica por qué en el plano laboral apenas puede realizar otro quehacer más allá del ejercicio de la fuerza bruta de sus brazos. Y así se explica y justifica por qué el trabajo tan “indolentemente” realizado no merece otra retribución que los salarios de miseria.” (pp. 99 y 100)
Empiezo ahora a tener una visión de conjunto más clara acerca del tan manido e inveterado argollismo estructural isleño. Recuerdo alguna conversación en Venezuela. “¿Quieres ver canarios? Vete al mercado a las cuatro de la mañana. No encontrarás gente más trabajadora. El milagro de Quíbor sólo se explica por el tremendo esfuerzo de esa gente tan trabajadora.” Ni palabra del supuesto aplatanamiento de los canarios. Simplemente jamás han oído semejante difamación y además han preferido creer lo que por lo general han visto. No es mal ejemplo: mirar a nuestro alrededor y ver a tanta gente esforzada, con las manos encallecidas, que ha sudado lo indecible en nuestra jodida tierra y más allá hasta llegar a este incierto presente. Creer eso antes que cualquier otra cosa. Y si ni siquiera así se lo creen, siempre les quedarán los informes de Adecco.