
Publicada originalmente el 7 de julio de 2015
Leo que en La Palma la figura de Tanausú ha caído en el olvido. Mientras proliferan por la isla monumentos de medio pelo al primer famoso que pasa por allí, la figura histórica inmensa del capitán de Aceró parece estar condenada al ostracismo. Pienso en las demás islas: Tenerife tiene los Guanches de Candelaria, y también tiene los yacimientos en un estado calamitoso, al decir de los expertos. En Fuerteventura se yerguen las esculturas de Ayoze y Guize, pero no hay acceso a los yacimientos que quedan dentro del campo de tiro del ejército y Tindaya todavía corre peligro, parece mentira. En El Hierro y La Gomera perviven manifestaciones ancestrales, cuyo entronque indígena no termina de afirmarse con asertividad. Tampoco Lanzarote parece terminar de poner en valor, como se dice ahora, su legado indígena. Quizá Gran Canaria sea la excepción, con la labor de recuperación y divulgación de los últimos años, con Risco Caído como hallazgo espectacular, pero también con la recuperación de Bentayga o Ansite, sin olvidar la magnífica Cueva Pintada; otros vestigios, sin embargo, siguen dejados a su suerte.
Resulta incomprensible que a estas alturas no se haya articulado todavía ni un discurso ni un marco que contextualice en toda Canarias el valiosísimo legado indígena, que lo interrelacione, lo actualice y lo ancle con firmeza en la sociedad canaria del siglo XXI. Esfuerzos meritorios en ese sentido hay, he ahí el trabajo impagable de estudiosos como Ignacio Reyes o José Farrujia, entre otros; su labor habría de formar parte de eso que llaman mainstream, en lugar de ir contracorriente; tendría que figurar en los canales generalistas de promoción cultural, tener presencia en el día a día de la cultura y estar a la vista de todos.
¿Por qué no es así? Volvemos a lo de siempre: la indiferencia y el ocultamiento, al decir de Manuel Padorno. O como dijo Manuel Alemán, la confusión interesada de identidad e independentismo. Sólo así se explica que persista la visión impuesta de lo indígena (ellos lo llaman aborigen o prehispánico) como rémora que superar para entrar en la modernidad, cuando es al contrario: sin asumir como propia e incorporar nuestra etapa (¡nuestra!) indígena a quienes somos, no hay modo de insertarse con plenitud en la actualidad. Es lo que han hecho otros, que con un legado histórico a veces más exiguo que el nuestro no tienen problema en identificarse con los pueblos celtas, germanos, cartagineses, etc. Porque primero prestigiaron su pasado.
España tolera mal la diversidad identitaria, la pluralidad nacional. Todo lo que se desvíe del discurso esencialista central se ridiculiza y desprestigia, se oculta. Se dedican calles a Juan Rejón, a Fernández de Lugo, a Pedro de Vera y a todos aquellos mercenarios buscavidas, supuestamente civilizadores que no dejaron más que destrucción y subyugación a su paso. La civilización que sometieron, la que nos da nuestro origen, nos ha sido enajenada hasta el punto de que el canario medio hoy ve aquellos ancestros y su cultura casi como algo ajeno, algo que pareciera ocurrió en otro lugar. No se identifica con ellos.
Un conocido entró en un café de Bruselas. El camarero, también extranjero, le preguntó cordial de dónde era.
– Soy de las Islas Canarias
– Ah, pues entonces somos como primos hermanos —le contestó— porque yo soy amazigh.
Los canarios nos movemos perfectamente por Europa. En América también gozamos de un encaje que no tienen los europeos. Y también tenemos un engarce africano propio, que es hora de cultivar y recuperar. Yo me niego a renunciar a esa parte de lo que soy. Yo reivindico una identidad canaria sana y completa, y asumo como propio el patrimonio de todos mis ancestros.