Acabo de llegar a Gran Canaria. Durante la tarde, mientras alego con la familia y disfrutamos juntos del reencuentro, oigo la tele de fondo. Están echando un programa de cocina de la televisión canaria, llamado Tiro al plato. El presentador, Carlos Gamonal hijo, larga nada más empezar el programa un «vuestro» y un «os», que luego confirma con un uso exagerado del pretérito perfecto («he echado», «he bajado el fuego»). Todo ello con un perfecto acento canario.
Más tarde pongo la radio. Se suceden los anuncios de comercios y empresas canarias locutados en español castellano, a pesar de publicitarse sólo a un público canario.
Por la noche, explorando aburrido los canales de televisión, me topo con el informativo del canal nueve. El presentador y una periodista me informan de lo ocurrido en el Archipiélago con acento castellano. ¿Mera casualidad?
Consulto la prensa de las islas y resulta que aquellos pocos medios que emplean agún vocablo del léxico canario lo hacen señalando con cursiva o comillas esas palabras, como si fuera una licencia escribirlas, como si no fueran legítimas, como si fueran motivo de vergüenza, como si fueran diferentes de las demás palabras del español. Por si fuera poco, se permiten el esperpento de explicar su significado entre paréntesis. ¡A un público canario!
¿Qué motiva este absurdo? ¿El amor por el surrealismo? Para no cansarlos, les pongo sólo este ejemplo con la palabra lisa y este otro con la palabra lajiar.
Por si fuera poco lo que ocurre con nuestra forma de hablar, me entero de que Arehucas considera que para internacionalizarse hay que despojarse de lo propio, hacer como que eres hijo del vecino, porque te avergüenzas de tu propia familia y no quieres que nadie te relacione con ella.
Muchos canarios se piensan que ya quedó atrás la época en que lo canario era objeto de desprecio, que hoy todos somos modernos y cosmopolitas, y que por tanto no cabe ya hablar de discriminación, de inferiorización. Que son cosas del pasado, fantasmas que algunos agitan porque les interesa armar bulla, a falta de argumentos de verdad.
Quien así piensa es incapaz de explicar el origen y motivo de los fenómenos que describo más arriba, y que de tan frecuentes los encontré en una sola tarde. Quien así piensa hace como que no lo ve, hace como que todo es normal.Y es que no hay más ciego que quien no quiere ver.
Todo esto no es ni mucho menos moderno ni de ahora. En 1934 decía Juan Manuel Trujillo:
El canario posee «cuando comienza
a hacer literatura o arte, una inquietud,
que es la de no saber cuál es la tradición en que
tiene que entrañarse, a qué tradición va servir,
en cuál ha de vivir y respirar». Muchos «resuelven el problema no resolviéndolo,
esquivándolo, alistándose en las poderosas
tradiciones peninsulares». «Canarias se ignora e ignora que se ignora».
Queda claro que esta sentencia sigue siendo hoy igualmente válida, también para el periodismo y los medios de comunicación.
En su magnífico discurso de ingreso en la Academia canaria de la lengua, titulado «Memoria, identidad y espacio«, Alicia Llarena se expresa así:
«seguimos empeñados
en una cultura tímida que necesita
del aplauso foráneo para creerse a sí
misma y que precisa del reconocimiento
ajeno para sentirse legítima» […] «la valoración de nuestra identidad,
y la consideración y el respeto hacia nuestro
espacio, empiezan por la valoración de
nuestra cultura» […] «el conocimiento se erige sobre las
bases del lenguaje, de la representación y del
discurso ¿Cómo podrían, entonces, conocernos
los otros, si ni siquiera nos conocemos
a nosotros mismos?».
¿Cómo nos van a apreciar los otros si nos despreciamos nosotros mismos? Añado yo.
«En un pueblo
inhibido y –por qué no decirlo– cuyos complejos
continúan siendo notorios, sigue
siendo urgente la tarea de articular nuestro
discurso y de hacerlo a través de la voz de
nuestros autores».
El discurso es de 2006.
Hablamos aquí de nuestra identidad, asunto primordial por más que muchos pretendan lo contrario, se trata de nuestro lugar en el mundo y nuestra relación con él. Basta ya de buscar la palmadita en la espalda, basta ya de considerarnos en inferioridad, basta ya de creer que nosotros no estamos, que no podemos y basta ya de anularnos.
Nadie vive aislado, y no podemos esperar que nuestra relación con el mundo se articule por sí sola. O la articulen otros. No nos podemos permitir hacer dejación de la identidad.
No me resisto a dejarles este fragmento de un poema del cubano Nicolás Guillén:
Monsieur Dupont te llama inculto,
porque ignoras cuál era el nieto
preferido de Víctor Hugo.
Herr Müller se ha puesto a gritar,
porque no sabes el día
(exacto) en que murió Bismarck.
Tu amigo Mr. Smith,
inglés o yanqui, yo no lo sé,
se subleva cuando escribes shell.
(Parece que ahorras una ele,
y que además pronuncias chel.)
Bueno ¿y qué?
Cuando te toque a ti,
mándales decir cacarajícara,
que dónde está el Aconcagua,
y que quién era Sucre,
y que en qué lugar de este planeta
murió Martí.
[…]