No podemos seguir considerándonos el adalid de la compasión y la solidaridad si contribuimos a la hambruna en Yemen, a la crisis económica en Siria y a la continuación del genocidio en Sudán, todo ello evocando a primaveras cuyas flores hace tiempo que yacen marchitas.
En la región Oriente Próximo – Norte de África (MENA) parecen eternizarse una gran cantidad de conflictos que atraen poca o nula cobertura en la prensa generalista tanto internacional como estatal y canaria. Este va a ser un año crucial para muchos de ellos, por lo que resulta importante repasar el origen y el desarrollo de estos, y tratar de analizar el rol que Europa juega, ha jugado y debe de jugar en las guerras invisibles del Oriente Próximo.
Tanto la Unión Europea como los Estados Unidos han reunido rápidamente un buen número de buques de combate estas semanas, con el objetivo de proteger la que parece ser una de las mayores amenazas contra el comercio mundial de los últimos años, un grupo armado, cuyos miembros son conocidos vulgarmente como “hutíes”. Ansarolá (del árabe Ansar Allah: Partidarios de Dios), que se popularizó en Yemen durante el clímax de la Primavera Árabe, hoy en día controla prácticamente todo lo que en su día fue Yemen del Norte, estado socialista de orientación nasserista.
Este conflicto, más allá de constituir un mero episodio más de la “Guerra Fría Árabe” entre Arabia Saudí e Irán, se ha convertido en un conflicto de sumo interés para Estados Unidos, que tras haber anunciado hace 3 años el fin de las operaciones en Yemen, nunca llegó a retirarse del país. Este interés se ha extendido a Europa con el comienzo de los ataques hutíes a barcos de transporte de mercancías, y ahora a buques de guerra occidentales. ¿Y cómo está el Estado español implicado en Yemen? A esto podrían responder empresas como Navantia o Instalaza, cómplice de las habituales matanzas por parte de la coalición en suelo yemení, a través de la venta de corbetas que perpetúan el bloqueo inhumano por parte de la coalición saudí o de bombas que destruyen viviendas indiscriminadamente.
Más allá de la tensión en el Mar Rojo, la paz en Yemen está más cerca que nunca, con negociadores hutíes negociando directamente con el gobierno saudí para alcanzar un acuerdo, que posiblemente desemboque a corto plazo en un alto al fuego y a largo plazo en una paz en Yemen, tras 10 años de guerra. El acercamiento entre Arabia Saudí e Irán ha facilitado tales negociaciones, y el desgaste saudí, que ha derrochado miles de millones en una guerra interminable, han contribuido a un posible fin de la guerra.
Al norte, en Irak y Siria, Estados Unidos ha desplegado su poder tras un ataque iraní a la base estadounidense de Torre 22 en Jordania, atacando objetivos de milicias pro-iraníes en ambos países. Es paradójico que, hace tan solo unas semanas, el gobierno de Biden estuviera barajando seriamente acometer la retirada final de Siria, e incluso de Irak, aunque esto último fuera desmentido posteriormente.
La contienda siria es otra guerra que parece acercarse cada vez más a un desenlace definitivo, con el gobierno de Bashar Al-Assad asumiendo el papel de vencedor en el conflicto, pero teniendo que asumir el mando de un país en ruinas. Tras la readmisión de Siria en la Liga Árabe, el fin de la guerra en Siria parece cada vez más próximo, dependiendo de la decisión final de Turquía, que parece cada vez más abierta a ceder a cambio de garantías de seguridad en la frontera frente al separatismo kurdo. La Unión Europea y Estados Unidos se muestran más que escépticos a la hora de abordar la situación. La primera trata de seguir actuando bajo la premisa de “ayudar al pueblo sirio”, mientras sigue asfixiando al país con sanciones, y el segundo lleva haciendo amagos de una retirada durante años, pero a día de hoy continúa teniendo bases en el noreste sirio, orientadas a la lucha contra el Dáesh, y en el paso fronterizo de Al-Tanf, último bastión del residual Ejército Libre Sirio.
Sin embargo, por mucho que se especule acerca del fin del conflicto, la realidad es que Siria se enfrenta a una nueva crisis económica, que generó protestas el pasado año, y cerrar las heridas de la guerra no será tarea fácil para el gobierno autocrático de Bashar Al-Assad.
Poco hemos escuchado últimamente de la tercera guerra civil sudanesa. Este conflicto entre dos señores de la guerra rivales; Hemedti, líder de las Fuerzas de Apoyo Rápido, conocidas por sus crímenes de guerra en el Darfur, y el general Al-Burhán, líder del gobierno de transición sudanés, ha escalado desde el intento de golpe de estado del 15 de abril del pasado año a una guerra civil. Hemedti, que parece estar ganando esta pugna por el poder, ha construido su fuerza en gran parte gracias a la financiación de la UE en sus esfuerzos por contener la migración, fondos que han acabado en sus manos.
Hoy en día Sudán está lejos de la paz, y cientos de miles de refugiados han cruzado las fronteras del país huyendo del conflicto. Se puede decir que a la Unión Europea le ha salido ‘el tiro por la culata’, causando las fuerzas a las que la organización ha financiado activamente para contener la migración. Se trata de una crisis migratoria que ya parece haber llegado hasta las costas del Mediterráneo, e incluso a Marruecos, donde ya hay cientos de solicitantes de asilo sudaneses esperando a dar el salto a Europa.
Otros conflictos como la insurgencia yihadista transnacional en el Sahel, que ya se ha extendido por varios países de la zona, alimentan los flujos de migrantes que, huyendo de la miseria y el horror de la guerra, tratan de alcanzar las costas canarias. Guerras como la del Sáhara se eternizan, mientras, el Estado y el conjunto del bloque europeo se sienta a la mesa con tiranos para tratar de detener el impulso de miles de jóvenes por la consecución de una vida mejor.
La línea de actuación tanto del Estado español como la Unión Europea, y las instituciones canarias en el desarrollo de una iniciativa exterior propia en nuestro continente debería ser clara y transparente. Nuestro cometido, como sociedad civil, es comprender estas realidades y presionar a estas instituciones para la formulación de una nueva política exterior en la región. Seguimos anquilosados en el 2011, en el fulgor de la Primavera Árabe, que ya hace tiempo que se ha apagado, y nos negamos a asumir la realidad imperante en la región.
No podemos seguir considerándonos el adalid de la compasión y la solidaridad si contribuimos a la hambruna en Yemen, a la crisis económica en Siria y a la continuación del genocidio en Sudán, todo ello evocando a primaveras cuyas flores hace tiempo que yacen marchitas. El levantamiento de sanciones que perpetúen el hambre y la desesperación, el cese de la financiación a señores de la guerra y la introducción de consideraciones éticas en la venta de armas han de ser algunas de las medidas a tomar en la región, basándonos tanto en la Declaración Universal de los Derechos Humanos como los principios de soberanía e independencia, que tantas veces los países europeos y los Estados Unidos de América han quebrantado.
Una política exterior consecuente, invirtiendo en la reconstrucción de todos estos países y apoyando la reconciliación entre pueblos hermanos sí es posible, pero primero debemos entender la realidad de cada uno, y deshacernos del velo eurocentrista y moralista que nos impide analizar la situación con los ojos del presente.