No podemos negar que nos enyugan ciertas cuestiones estas Navidades: Los polvorones, los turrones, algo de gofio amasado… Pero “es mejor tomar doce uvas que atragantarse con tres, cuatro o cinco partidos. (O más, vete tú a saber)” aconsejaba una valla publicitaria en Santiago de Compostela estos días. Abajo, un mensaje (“Tengamos Galicia en paz”), una felicitación y un logo perteneciente al Partido Popular de Galicia. Serán miedos de infancia, pero el “tengamos la fiesta en paz” suele ser la amenaza previa a que reviente todo por los aires.
Para la fiesta de la democracia, convocada para el 18 de febrero en Galicia, nos encontramos dos presencias en la palestra pública. A la cabeza hallamos a un PP temeroso de perder la mayoría absoluta en el Pazo do Hórreo, después de la marcha a Madrid de su líder, nunca moderado, y de su reemplazo a bombo y platillo por Alfonso Rueda, menos moderado aún que su antecesor.
Ahora bien, no se puede minusvalorar la máquina electoral tan eficiente y bien engrasada que es el PPdeG. Movilizar el voto se da muy bien en las filas populares dentro de las redes de convivencia de los ambientes rurales y urbanos de Galicia. Su dominio y penetración territorial hacen que en cada municipio, en cada parroquia, haya alguien cercano a la estructura del Partido Popular dispuesta a lo imposible para pedir el voto. ¿Podríamos homologarlo a la expansión territorial y social de la ASG y su líder Casimiro Curbelo? Podríamos, podríamos.
Fuera de la mayoría absoluta del charrán, tenemos otra presencia de un partido que se está presentando seriamente como alternativa: el Bloque Nacionalista Galego. Aunque ahora haya quien, después de salir esquilado, lance algún cumplido, la realidad es que se temió que el BNG desapareciera a manos de Podemos y de las escisiones acontecidas en la Asamblea General de Amio. Con todo, el frente supo manejar el temporal, situarse como fuerza de cambio en Galicia y ahora mismo es la cabeza de la oposición en el Parlamento Gallego, con Ana Pontón en su portavocía.
La militancia nacionalista está ilusionada y movilizada al máximo en una campaña quizás demasiado personalista, pues es consigna principal de la formación llevar a Pontón a la Xunta como primera presidenta mujer y galleguista. Así el “É agora” (Es ahora) inunda las redes sociales de partido, buscando situarse como una fuerza joven, de izquierdas y firme defensora de los intereses gallegos en Madrid y, elecciones mediante, desde el gobierno autonómico.
Favorecen a la posición del BNG los diferentes acuerdos de investidura mediante los que se consiguieron avances como las rebajas en la AP-9, la promesa de la creación de las cercanías ferroviarias en el área de Pontevedra y Vigo o la presencia del gallego en las plataformas digitales; así como la implicación en diversos gobiernos de las ciudades principales (Pontevedra, Lugo y, significativamente, Santiago de Compostela).
Con estas dos presencias (PP y BNG) podíamos resumir el panorama más visible de las elecciones gallegas. Ahora bien, faltan cuatro espacios cruciales para el resultado: El espacio socialista, Sumar, Vox y el localismo ourensano.
La ultraderecha española y españolista tiene una presencia residual en la política gallega hasta ahora, como demuestra su única concejalía en los 313 concellos de la comunidad autónoma gallega. De todos modos, su papel en la contienda gallega es esencial para el mantenimiento de la mayoría absoluta del PP, quien había acaparado todo el voto conservador bajo sus siglas. También en el ámbito de la derecha clama su posición con fuerza desde la ciudad de Ourense el partido que ostenta la alcaldía, Democracia Ourensana, ganada al PP en 2019. ¿Serán Vox o DO quienes le arrebaten al PP la posibilidad de una mayoría absoluta por presentarse a las elecciones contra el paraguas azulón?
Por otra banda, Sumar es un espacio incosnsistente, pues si bien consiguieron dos escaños por Sumar en las últimas elecciones generales, quedaron fuera del Parlamento Gallego en 2020 y es muy probable que vuelvan a quedar fuera del Pazo do Hórreo, debido a la fragmentación de su voto en, por lo menos, la candidatura de Sumar y la cantidatura de Podemos. Tal es el maremágnum del espacio de las Mareas que Pablo Iglesias pedía hace unos días el voto para el BNG, con lo simbólico y lo material que ello implica. ¿Conseguirá este espacio disputarle el voto a la formación nacionalista y conseguir presencia en el hemiciclo autonómico?
Finalmente llegamos a la mayor de las incógnitas: ¿Qué sudecerá con el PSdeG-PSOE? Ciertamente, nadie parece saberlo. Su papel es fundamental a la hora de arrebatarle la Xunta al PP después de 14 años, pues aunque el PP perdiese la mayoría absoluta, no hay previsiones de que el BNG consiga gobernar en solitario. Pero, pese a su posición, impulsable como en el caso de Sumar por la presencia en el gobierno estatal, no es común que la formación socialista marque el pulso del debate. Parece haber asumido una tercera posición como espacio propio, confiando en que los réditos del ambiente madrileño puedan aupar a un José Ramón Gómez Besteiro que, después de los sucesivos descartes de la socialdemocracia española en Galicia, parece ser el único con ánimos de presentarse a las urnas.
No me cabe duda que este 18 de febrero tendremos sorpresas a una y otra banda, y, aunque el marcador final sea a gusto de populares, nacionalistas o socialistas, una cosa está clara: ni tendremos Galicia en paz, ni nos interesa tampoco.
Addenda tras mi primera limpieza en la costa (7/1/2023): La crisis medioambiental de los pellets de plástico, así como la gestión de la misma (con versiones contradictorias e inacción de la Xunta de Galicia y del Gobierno del Reino) puede llevar a cambios muy profundos en el sentir popular de cara a unas elecciones que se les están revirando un poco más al PPdeG. Se avecinan meses convulsos en una sociedad gallega que guarda aún dos traumas insalvables: la Guerra de España y el Prestige