“Es que… Estoy hablando aquí de Lanzarote y en gallego, contigo y estas luces.
Es que me bloqueo un poco ¿entiendes?… Es mucha cosa para mí…”
Eva en EROSKI-Paraíso, (Chévere)
Tengo pendiente aún asistir a una representación o una proyección de la obra Eroski- Paraíso (Chévere, 2016). Sin embargo, en un acercamiento rápido a la obra, vemos como una joven quiere grabar una película apoyada en su historia personal y la de sus padres. La grabación gira en torno de una sala de fiestas llamada Paraíso, reconvertida con los años en un supermercado. Esta familia, con las maletas desmontadas y rehechas varias veces, salió de Muros para pasar por A Coruña, Lanzarote, Tenerife y Barcelona antes de volver a encontrarse en la sala Paraíso. Pero, ¿por qué pasan por Lanzarote y Tenerife?
En mi experiencia personal, la primera idea que se le pasa a una persona gallega cuando se habla de nuestro país es la de paraíso. Pero podemos notar un matiz distinto dependiendo de la generación de la que hablemos. Para las generaciones más jóvenes, que al momento de escribir estas líneas tengan menos de treinta y cinco años, la imagen de paraíso no es distinta de la de un alemán o la de un madrileño, pues es la idea de un paraíso de disfrute, de ocio, fiesta, sol y playa. Hasta ahí, nada nuevo. Pero mientras el contacto de las generaciones jóvenes fue el de los carteles publicitarios de aerolíneas patrocinados por marcas turísticas de cabildos, si preguntamos a gente gallega mayor de treinta y cinco años podemos ver cómo hay un cambio relevante. El marco paradisíaco pasa de uno de ocio a uno de trabajo.
En los años en los que la meritocracia parecía funcionar, o eso recuerdan algunos, Canarias era eminentemente percibida como unas islas en las que el trabajo sobraba y se podía ir a emplearse durante unos meses para volver a casa con cantidades relevantes de dinero, cuando no por años completos. Una visita contemporánea al mito del indiano rico que motivó viajes a América de grandes cantidades de población. La realidad, más oscura, no dejaba de beneficiar sin embargo a la población gallega que desembarcó en Canarias con la vista puesta en el medre económico, bien por la vía pública (funcionariado y, especialmente, ejército), bien por la vía privada. En este último ámbito podemos diferenciar incluso dos categorías muy claras, aquellos gallegos que vinieron a embarcarse en el Banco Pesquero Canario-Sahariano, trayendo consigo a sus familias, y ya en los años 90 y 2000, con el asentamiento del turismo como fuerza económica relevante y la reconversión industrial de las rías gallegas, las familias completas que venían a trabajar en la hostelería canaria sirviendo a todo cuanto europeo se pasaba por delante de sus instalaciones.
Por ello, en la actualidad, hablar de Canarias en Galiza es hablar siempre en primer lugar del paraíso, por obra y gracia de las todopoderosas Consejerías de Turismo. Esto genera una dificultad inmensa a la hora de abordar problemas que afectan al país como la turistificación masiva, la depredación de recursos y la presión demográfica, pues se antepone en muchos casos el marco mental preestablecido de la ausencia de problemas y supuesta dependencia del turismo como única fuente de supervivencia.
Sin embargo, la presencia del pueblo gallego en el archipiélago implica también un precio a pagar, pues la galleguidad no se transmite a las segundas o terceras generaciones. En la mayoría de los casos, se asume el marco de pensamiento español de estado y, por lo tanto, nación indivisible y se nubla cualquier posibilidad de avance de la galleguidad y de la conciencia nacional gallega en las generaciones de personas migradas a Canarias. Por eso subyace en ciertas posiciones galleguistas el miedo a la asimilación cultural por la emigración continua de juventud.
Por dejar una nota política, ámbito en el que me relacioné bastante, también podemos reseñar como espacios juveniles nombres como Azarug e Inekaren seguían siendo referencia del activismo político canario hasta hace no demasiado, mientras que sus organizaciones sucesoras no consiguieron asentarse como espacios potentes en el intercambio de ideas y prácticas que se da dentro de las luchas de las naciones y pueblos sin estado.
Con todo, la imagen canaria en Galiza está cada vez más supeditada a la narrativa turística y ociosa, ajena a las problemáticas que surgen en el archipiélago. Nos corresponde a las personas de la diáspora, muchas ansiosas de ver organizaciones canaristas potentes que sustenten el discurso político, ser las difusoras de la realidad de nuestro país y de nuestro pueblo. Y mientras echamos unos bailes con Quevedo en salas como la Paraíso o compramos las ambrosías Tirma en un Eroski, también nos corresponde echar una mirada a la concepción de nuestro país en tierra ajena.