“Rebrote del nacionalismo” es el titular que ofrecía un tertuliano de TVE en su análisis postelectoral de las pasadas elecciones autonómicas vascas y gallegas. Obviando la connotación sesgada que mantiene su idea-fuerza, en línea con el argumento que esgrime el profesor Ignacio Sánchez-Cuenca en su obra La desfachatez intelectual cuando critica la falta de sensibilidad de los transmisores de opinión estatales para con los movimientos nacionales minoritarios, sí se puede considerar que en este primer control de estrés a la democracia postCovid los grandes ganadores han sido no tanto las ideas nacionalistas/soberanistas, como la oferta electoral autocentrada territorialmente.
Así, hemos de considerar que el galleguismo de Núñez Feijóo no puede ser catalogado de nacionalismo, puesto que no concibe al pueblo gallego como una nación y, consecuentemente, no realiza un movimiento político nacional(ista) que reclame mayores cuotas de autogobierno. En tal caso, el galleguismo nace de una amalgama de sensibilidades identitarias anidadas que van desde el sentirse tan español como gallego, a exclusivamente gallego. En el plano ideológico, también busca la compensación entre el centro-derecha tradicional y el centro-izquierda, donde atrae a sectores con adscripción ideológica diversa: nacionalistas, conservadores, liberales, socialdemócratas…. A este corpus político se le añade un elemento a mi entender clave, la gestión de las políticas públicas y la capacidad de transmitir seguridad, confianza y estabilidad. Las cuatro mayorías absolutas de Feijóo no se pueden analizar obviando las dos grandes crisis, la económica y la sanitaria, que han visualizado una gestión que a la mayoría de la sociedad gallega tradicional y rural les parece moderada, tranquila y acorde a sus demandas. Esto le ha servido al PPdG para ganar la hegemonía y construir una corriente política propia al amparo de la construcción de su autogobierno. Por tanto, una hegemonía que no se entiende sin la capacidad de gobernar por 32 años la Xunta de Galicia, y sin la estrategia de ganarle espacio a las corrientes nacionalistas/soberanistas como fue la Coalición Galega de 1985 o el BNG de Xosé Manuel Beirás.
El caso del PNV puede ser similar, aunque sí se le cataloga como un partido estrictamente nacionalista. No obstante, los jeltzales llevan desde 2012, año en el que consiguen volver a la lehendakaritza de la mano de Iñigo Urkullu, con posiciones pragmáticas en el eje nacional/soberanista e ideológico. Los nacionalistas han sabido combinar una gestión pública impecable, posicionando a Euskadi a la cabeza de todos los rankings de bienestar social con una defensa férrea de su identidad nacional y hechos diferenciales. Y lo hacen desde dos planos interconectados: el partido y el gobierno. El primero se encarga de construir las ideas, el pensamiento vasco, en una especie de laboratorio ideológico que sirve para adherir a las masas al proyecto de construcción nacional. Andoni Ortuzar, que refleja el protohombre vasco común, rudo y campechano, se encarga de expandir el denominado “modelo PNV”, caracterizado por la graduación del autogobierno, una identidad vasca proeuropea, y una capacidad de controlar los ritmos políticos como nadie. El segundo, el Gobierno de Iñigo Urkullu, lleva al plano de las políticas públicas las ideas previas del partido pero sin mezclar la acción con la gestión. El lehendakari, hombre serio y poco carismático, se ha ganado la fama de tecnócrata, donde la resolución de los problemas está por encima de cualquier otra consideración. Por tanto, los peneuvistas han conseguido crear una maquinaria política que sirve de fuente y estructura para un modelo de país que es asimilado por la mayoría social vasca desde los funcionarios hasta el trabajador y empresario.
¿Qué puede aprender Canarias y, en particular, el nacionalismo, de estos dos modelos políticos autocentrados? El libro Nacionalismo canario 3.0 del periodista Enrique Bethencourt (Ediciones Tamaimos, 2020), explora algunas claves que nos acercan a contestar a esta pregunta. El nacionalismo canario se ha caracterizado, en cierta medida, de una capacidad evolutiva sin parangón. Es un error temporal y analítico considerar que el nacionalismo acaba en CC, NC y PNC, y que éste empezó tras la moción de censura de 1993 al socialista Jerónimo Saavedra. El nacionalismo canario de fines del siglo XX y comienzos del XXI, y sus amplias bifurcaciones ideológicas, nacen de una extensa tradición popular que en un primer momento se concentra en movimientos antifranquistas/soberanistas y, posteriormente, abrazan el nacionalismo de izquierdas comunista (UPC). Esta corriente irá disminuyendo en apoyos a la par que se afianza el autogobierno canario, aumenta el nivel de riqueza per cápita, y se insulariza el sistema de partidos protagonizados por movimientos de corte conservador (AIC) y progresista (ICAN). En este contexto nace el que a día de hoy es el movimiento autocentrado más influyente de la historia de Canarias, con capacidad de gobierno interno, y de veto externo (Cortes Generales). De alguna forma, CC traza un camino similar al de muchos otros movimientos nacionalistas del espacio estatal, puesto que a partir de una élite de liderazgos reconocidos en el ámbito municipal e insular se construye una idea política autocentrada con una visión tecnócrata más que identitaria.
El nacionalismo canario que surge en 1993 no se constituye en un entorno de identificaciones nacionales, es más, se contextualiza en una etapa donde se presuponía que las ideologías y los proyectos tribales estaban acabados. No obstante, y así lo certifica Bethencourt en su obra, existía en la sociedad canaria un deseo de insatisfacción por el grado de autonomía conseguida, visualizado en un incompleto Estatuto de Autonomía de Canarias y una falta de liderazgo para con la defensa de los intereses del archipiélago en Madrid a consecuencia de un PSC-PSOE que renuncia al federalismo y al canarismo. Así, tras el éxito de CC en 1993, 1995 y 1999, se consolida lo que muchos han catalogado de “nacionalismo moderno”, “pragmático” o “del siglo XXI”. Siendo estrictos en las categorizaciones, no se trató de un nacionalismo “puro”, sino de un canarismo que buscaba amalgamar todas las sensibilidades identitarias, territoriales e ideológicas de la Canarias de su tiempo. En retrospectiva, un autentico éxito al combinar dos elementos que vemos expuestos en el caso gallego y vasco: la construcción de una corriente política acorde con la morfología y realidad social; y la gestión, extensión y denfensa del autogobierno.
La combinación de estos dos elementos vuelve a ser necesaria en la actualidad. La crisis del coronavirus está poniendo sobre las cuerdas a la sociedad canaria, con cifras históricas de desempleo y pobreza que no tardarán en expandirse desde las islas orientales a las occidentales. Es el momento de lo que los politólogos denominamos politics y policy. La politics tiene que ver con la política en su forma institucional, organizativa y estructural, el tablero que nos damos para establecer las reglas de juego. Esto conlleva pensar que la forma estructurante de nuestro autogobierno fundamentado en el reconocimiento singular de la nacionalidad canaria es el pilar de toda forma de (re)construcción social y económica que se precie. Sin reforzamiento del autogobierno no existirá una verdadera transformación, lo cual quedaría meridianamente confirmado que Canarias no puede aspirar sino a ser una región al estilo de Castilla La Mancha o Extremadura, con la discordancia que eso supone para una realidad tan distinta como la nuestra. La policy se refiere a las políticas públicas, es decir, la acción política que los gobiernos ponen a prueba para llevar a cabo su ideario. Política en mayúsculas que establezca una estrategia a medio y largo plazo para transformar nuestra sociedad. Un proyecto de país, planificado, consensuado por todos los actores y aceptado por los funcionarios, empresarios, sindicatos y sociedad civil en general.
La construcción del proyecto de país es el reto que se le presenta al nacionalismo canario en este tiempo que se inicia. Pero esto no puede llegar de una forma banal, simplona y superficial. No hay proyecto de país que se precie sin capacidad política que lo ejecute, sin artefacto que lo construya, y sin líderes que lo transmitan. Precisamente, Canarias anhela el artefacto ideológico que expanda dos ideas que están presentes entre la sociedad canaria y que, haciendo uso del concepto de Manuel Alemán, se encuentran en estado “neblinado”: la canariedad y el canarismo. Volviendo al libro de Enrique Bethencourt, concretamente al prólogo escrito por Josemi Martín, podemos extraer lo que a buen seguro es una reflexión política-teórica de gran calado: la articulación de una corriente política y de pensamiento que reúna a todas las sensibilidades políticas que tengan como punto de partida que la toma de decisiones se encuentre en las instituciones canarias. Esto conlleva a aunar sensibilidades políticas diversas que van desde el regionalismo, autonomismo, federalismo; hasta el nacionalismo, soberanismo e insularismo. Una corriente política amplía, con variedad de sensibilidades de pertenencia pero que tengan como núcleo conductor el fortalecimiento del autogobierno y el reconocimiento a la canariedad expresada en los términos que cada uno, de forma individual, considere.
No es sencillo. Pero en el mundo de la política, que no deja de ser el mundo de la condición humana, nada lo es. Este tipo de construcción política suele llegar o bien por momentos de ruptura con el statu quo, o bien por gestación de larga data. Considero, así, que por lo menos el estado en el cual se encuentra el espacio del canarismo invita a cuanto menos reflexionar sobre estas cuestiones, y otras tantas. Reflexionar, opinar, debatir, discutir y consensuar. Tanto actores políticos en activo como referentes culturales, asociaciones civiles, y todo el que tenga algo que aportar de forma constructiva. Vienen tiempo difíciles y no nos podemos permitir la inacción. Predeterminación y altura de miras, mirada larga, y capacidad al diálogo siendo conscientes que cuando construimos siempre tendremos que ceder espacio para ganar estructura y amplitud.
CODA: Tres consideraciones finales que pueden ser correlaciones espurias: la hegemonía de Feijoó se construye después de un gobierno de PSdG y BNG. El PNV vuelve al palacio de Ajuria-Enea en el año 2012 después de un periodo de gobierno del socialista Patxi López, y lo mantiene hasta ahora. Y CC inicia su andadura política desbancando a los socialistas canarios en 1993.