Publicado originalmente el 12 de septiembre de 2019
Ocurrieron respectivamente el 10 de septiembre de 1919 y el 11 de septiembre de 1984. Un hecho tiene que ver con el mar y el otro con el fuego. Los dos atañen a Canarias, aunque uno de ellos sucede en las costas americanas. Y lo que yo considero más importante, los dos nos dejan enseñanzas sobre el presente que mejor haríamos en no olvidar.
El Valbanera se hundió la madrugada del 9 de septiembre de 1919. Un ciclón tropical fue el causante del naufragio del vapor español Valbanera de la compañía Pinillos Izquierdo y Cía. El barco, con Ramón Martín Cordero al mando, zarpó de Barcelona el 10 de agosto. Paró en los puertos canarios de Las Palmas de Gran Canaria, Santa Cruz de Tenerife y Santa Cruz de La Palma, donde se completaron las 1.142 plazas de pasajeros, sumados a los 88 tripulantes. La embarcación paró en San Juan de Puerto Rico y Santiago de Cuba, donde se bajaron unos 400 pasajeros, entre ellos varios emigrantes canarios. Los motivos fueron varios. Algunos decidieron que allí tenían posibilidad de trabajar en el azúcar y el tabaco, otros quisieron probar el moderno ferrocarril y otros, según relatan algunos descendientes, por un mal presentimiento.
Zarpó de Santiago de Cuba en dirección a La Habana con 488 personas a bordo. El ciclón, anunciado y en conocimiento de la tripulación, fue más virulento de lo presumido y sorprendió a la tripulación. Intentaron llevar el barco, muy moderno en la época y de 13 años de antigüedad, hacia mar abierto, pero no pudieron controlarlo. Fue encontrado por la Marina de los Estados Unidos días después, frente a la costa de Florida, a 95 millas de la costa cubana. El Valbanera volcó y se hundió. Con él perecieron multitud de emigrantes canarios, en una tragedia rodeada de misterios. Una historia que no es tan distante a la de multitud de emigrantes y refugiados que llegan a las costas canarias. La memoria nos debe hacer recordar que, antes de auxiliar embarcaciones que llegan a nuestras costas, fuimos emigrantes que llegamos a perecer en el mar.
A principios de septiembre de 1984 se declara un incendio forestal en la isla de La Gomera, concretamente en el Barranco de La Laja, cerca del Roque de Agando, en la zona conocida como la Dehesa del Manco. El 11 de septiembre, un incendio que ya estaba prácticamente controlado, llega a la carretera TF-713, lo que hoy es G-2. Todo ello se debió a un cambio del viento. Allí acorrala a las autoridades y a los equipos de extinción. Perecen 20 personas, entre ellas el Gobernador Civil, Francisco Afonso Carrillo, su chófer y su secretario personal. Sobrevivieron gravemente heridos el presidente del Cabildo gomero, Antonio Plasencia, el delegado del Gobierno en la isla, Álvaro García o el excursionista Manuel González.
Cuentan supervivientes que el fuego les sorprendió en plena carretera. Se vieron sin escapatoria en dirección a San Sebastián y cuando lo intentaron tampoco pudieron recular. González, el excursionista superviviente, se quitó la ropa y se embadurnó de tierra para protegerse del fuego. Unos reflejos que, probablemente, le salvaron la vida. Finalmente se quemaron unos 738 hectáreas, principalmente de matorral, y evidenció la falta de medios y la caótica coordinación en el dispositivo contra incendios. Recientemente hemos sufrido una serie de incendios forestales en la isla de Gran Canaria en la que se han quemado unas 12.000 hectáreas y que ha afectado a varios núcleos de población. La rápida evacuación de vecinos evitó lo peor. En las declaraciones posteriores, ya en frío, del presidente del Gobierno, Ángel Víctor Torres, ha reconocido la preocupación ante la posibilidad de que el grave incendio forestal, agravado por la climatología, se llevara por delante vidas humanas. Mirando el antecedente gomero, podemos celebrar que no haya habido daños humanos en Gran Canaria.
Dos hechos acaecidos en ya lejanos meses de septiembre. La emigración desesperada, en búsqueda de mejor vida, y la lucha contra el fuego irredento al que siempre debemos temer. Nos pone sobre la pista de dos evidencias: la memoria sirve no solo para recordar, también para entender el presente. Para comprender esas personas que llegan buscando esa mejor vida y para tener certeza de que proteger las vidas debe ser la prioridad en una lucha contra el fuego, siempre impredecible y traicionero. Un septiembre para recordar que somos pueblo porque somos memoria.