
Publicado originalmente el 12 de marzo de 2015
Era uno de esos días de calima intensa que tan mal nos sientan a los alérgicos. Recorro las calles polvorientas y mal construidas que me vieron crecer, donde jugué en la niñez y adolescencia y que ahora camino de nuevo. Me dirijo a la calle baja del barrio, allí llevo un tiempo divisando un mural que me llama mucho la atención y que se ve desde la autopista. En el muro se puede leer “Hoy como ayer, Canarias dice ¡No! OTAN”, con un calendario al lado que rodea la fecha del 12 de marzo de 1986.
En ese momento me siento y pienso. Recuerdo algo de lo que no me acuerdo y eso es como no acordarse de nada. Cuando el 12 de marzo de 1986 Canarias vota no a la OTAN, yo apenas cuento con un año y pico. No escuché pitas ni jolgorios en mi pequeño barrio ese día, las que sí escuchaba y me llamaban la atención cuando algún equipo español se alzaba con un título. En cualquier caso no lo puedo asegurar a ciencia cierta, la cabeza no me da para tanto. Lo que sí vi desde la consciencia fue la foto que decora la sala de reuniones de Radio Guiniguada, en la que el fundador de la radio porta una bandera canaria en una manifestación anti OTAN. Reflexiono sobre aquellas personas que quisieron a Canarias como plataforma de paz y sobre las que continúan la lucha, como los canarios valientes que protestaron hace una semana aproximadamente en Londres, delante de una fábrica de armas nucleares. En marzo de 1986 no nos hicieron caso, pero como diría Eduardo Galeano, la utopía sirve para caminar. Todavía estamos en la lucha de levantarnos, pero las huellas de los que pisaron antes nos enseñarán el camino.
No sé quién pintó ese mural ni quiénes fueron sus valedores. Hoy en día, desde el mismo lugar en el que me encuentro, se observan maniobras militares. Muchos se quedan atónitos ante el movimiento de los aviones, otros muerden un insulto entre diente. Pocos saben qué conmemora ese mural, ni qué significan esas maniobras. La gente pasea cerca del mural para hacer la compra, para tomar el primer café de la mañana o para llevar a los chinijos al parque. Otros lo ven desde el coche cuando se dirigen al sur de la isla. Es el mismo sitio por el que transitaba yo en las tardes muertas de los estudiantes de la ESO para ir a casa de algún amigo o para jugar al fútbol en el Colegio (estaba abierto, pero nosotros saltábamos la valla por el Terrero de Lucha, quizá por el simple placer de incumplir las normas). De niño, en un solar cercano, nos dedicábamos a coger los muelles de los somieres de hierro. Ese muelle era la parte delantera del tirachinas, que completábamos con la etiqueta de cuero del vaquero en la parte trasera y con los elásticos que comprábamos en la tienda de Florita. Si le poníamos una fila de elásticos, la potencia era menor, pero recuerdo tirachinas con cuatro filas que soltaban auténticos misiles con las piedras que colocábamos en el cuero e impulsábamos. Lo confieso, alguna de esas piedritas acabaron rompiendo la luna delantera de algún coche. El impacto era fortuito, pero eran los actos de guerra más espectaculares que cometíamos en el barrio, aparte de las peleas en la Plaza de la Iglesia, claro…
Ese es el barrio en que crecí, en el que había que subir la voz cuando pasaba un avión volando más raso de lo normal, en el que incumplir las normas subía la adrenalina y que se formó con casas de autoconstrucción levantadas por emigrantes procedentes de zonas cumbreras como Juncalillo, Barranco Hondo, Artenara, Acusa, El Hornillo o Lugarejos. Uno de ellos era mi abuelo. Donde hoy en día está el mural no había ni siquiera pared. Me puede fallar la memoria, pero recuerdo entrar al solar para hacer las perrerías propias de la edad. Luego se puso una pared sin encalar, que después fue blanca. Del blanco pasó al color arena propio del desgaste, que yo divisaba cuando subía a mi casa desde la parada de la guagua en mis primeros años universitarios. Ahora la pared está escrita y contiene memoria. “Hoy como ayer, Canarias dice ¡No! OTAN”.
Igual que ese muro fue adecentado para lucir todo su brillo, Canarias creyó en un país mejor, en convertirse en plataforma de paz, donde los ruidos solo fueran de aviones comerciales. Podemos entrar en el debate acerca de si aquella Canarias era más consciente o menos que la de hoy. Lo cierto es que me senté en aquella acera y recordé lo que no podía recordar porque no era consciente. En cambio, pensé en mi niñez y adolescencia y al mirar el muro otra vez lo vi claro: antes no había, luego estuvo sin encalar, más tarde fue blanco, posteriormente se deterioró y ahora luce un mural con memoria. A veces hay que mirar atrás para construir, es necesario que las paredes se deterioren para que actuemos y decidamos hacer algo con ellas.
El estado actual del “pequeño país de inmenso cielo, de inmenso mar” que escribiera Maccanti, lo decide cada uno en base a su juicio. Existe información de sobra para definirlo, si uno quiere buscar. Siguiendo con Arturo Maccanti, es preceptivo homenajear a los que “se han desangrado sobre ti”, porque “siempre le has devuelto duplicada la sangre y más claro el sueño”. En medio de mis disertaciones sobre el último homenajeado en el Día de las Letras Canarias, me acordé también de un pastor que no quería que lo recordaran como un “pastorcillo bucólico”. Ese pastor de Teror decía que la concienciación de un país, así como la amistad, es como las repoblaciones, “plantas cien pinos y pegan cinco, pero esos cinco hacen bosque”. Aquellos que gritaron contra la OTAN hicieron bosque y aunque ahora no veamos meridianamente claras sus huellas, cuando nos levantemos y empecemos a caminar, allí estarán, intactas, observando el devenir de la historia y ansiando el día en que emprendamos el camino. La memoria también camina y alumbra cada paso, porque una pared deteriorada y polvorienta puede convertirse, con un simple gesto, en una oda al recuerdo de las huellas que nos deben guiar.