Publicado originalmente el 24 de febrero de 2013
La buena literatura es algo más que buena literatura. Lo que quiera que sea ese “algo más”, cada lector debe definirlo. En mi caso, en muchas ocasiones, ha sido también enseñanza de la Historia, además de introspección, filosofía, estética y ante todo puro placer. De todo esto, en cantidades ingentes, hay en la lectura de Verano de Juan “El Chino”, la novela de Claudio de la Torre publicada en 1971. Antes de compartir con ustedes algunas ligeras reflexiones acerca de lo que podemos aprender de la Historia de Canarias con la lectura de la misma, sólo diré que el autor grancanario es uno de esos nombres, y son tantos, que debieran tener un re-conocimiento mayor en la sociedad isleña y más allá. Poeta, dramaturgo, director teatral y cinematográfico, Claudio de la Torre llegó a recibir cuatro Premios Nacionales: dos de Literatura, uno de Dirección Escénica y finalmente el de Teatro. Sirva esta pequeña “anécdota” para comprender la injusticia del olvido al que el país canario somete a sus hijos más brillantes, mientras se encandila con la mediocridad ajena.
Pero, volviendo a la obra literaria, decía que el aprendizaje de nuestra Historia en las líneas de Verano de Juan “El Chino” es, a mi juicio, una de las virtudes más relevantes de una obra profunda y ágil, moderna, en la que conocemos a través de Juan, dador inmanente del relato, las glorias y miserias del género humano cuando éste es situado al borde del abismo. Dicho abismo se trata de, si es que el lector ya no lo sabe, la epidemia de cólera que en 1851 asoló la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria y que Juan, uno de esos outsiders a lo Faulkner, nos relatará desde su privilegiada posición de individuo “sano” que ve cómo poco a poco van muriendo los habitantes de una ciudad desolada, abandonada tras la huida de todo el que pudo huir. Su mirada nos descubre, entre otras cosas, un escenario casi apocalíptico, en el que prácticamente todo el mundo aprovecha para obtener su propio beneficio, ya desde el pillaje, ya desde el engaño,… amparándose en el vacío de poder o simplemente en la ausencia de congéneres que puedan detenerte. El ser humano despojado de falsos ropajes, lanzado a la supervivencia, donde pocos son los que mantienen cierta decencia. Entre ellos, aquellos a quienes la sociedad suele arrinconar.
Todo esto sucedió, no hace tanto en términos históricos, en la ciudad más poblada del archipiélago, que hoy presume de universidad, conexiones internacionales, un puerto de importancia mundial, la etiqueta de puente de culturas, etc. Las Palmas de Gran Canaria, en 1851, vio cómo su población falleció en un porcentaje del 20’4% en escasos meses, lo cual representaba el 9’5% de la población insular, según detalla el historiador Agustín Millares Cantero en su documentado trabajo Santa Cruz dominadora, cuya lectura recomiendo vivamente. Conviene detenerse en la infamia acaecida en aquellos meses y perpetrada por la oligarquía santacrucera en su afán por liquidar, incluso físicamente, a quien pudiera desafiar la capitalidad de aquella época, sabedora de que ni el factor población ni el económico justificaban la misma, sino el éxito de la confabulación de burgueses y capitanes generales, ansiosos de retener el statu quo que dicha capitalidad les garantizaba. No es el aspecto más subrayado por De La Torre pero se adivina tras sus líneas. Leamos algunas enjundiosas citas que encontramos en el trabajo antes mencionado:
“Más allá de las ineficaces medidas de los gestores santacruceros, destacó el proceder insolidario y el propósito de sacar tajada con la tragedia de los antagonistas. La Junta Provincial de Comercio, integrada por la flor y nata de los especuladores capitalinos, aprovechó la desventura de los grancanarios para solicitar la exención del pago del subsidio en toda la provincia. Y cuando el ayuntamiento de Las Palmas imploró ante Madrid el perdón de los tributos en el segundo semestre del año, el de Santa Cruz requirió la condonación de las contribuciones territoriales del cuatro trimestre en el grupo occidental, por una cuantía superior a la de aquéllos”. (1)
Abundando en la caracterización de este episodio histórico, otras dos citas, a mi juicio, tremendamente significativas:
“Una de las consecuencias más graves derivadas del ataque colérico fue que Gran Canaria quedó sometida por órdenes santacruceras a una “incomunicación rigurosa” que duró nueve meses, entre junio de 1851 y febrero de 1852. (…) Aunque la última defunción registrada correspondió al 18 de septiembre de 1851, los edecanes de Santa Cruz rechazaron una y otra vez las súplicas grancanarias dirigidas a suavizar el bloqueo y tipificar sólo de patente sospechosa a sus embarcaciones”. (2)
“Uno de los miembros de esta Junta [la Junta Provincial de Sanidad, con sede en Santa Cruz de Tenerife], el vocal Julián Feo de Montesdeoca, paladín de la unidad provincial con capital en Santa Cruz, fue brutalmente agredido y casi perdió la vida por manifestarse a favor de que se alzase el aislamiento de Gran Canaria” (3)
Sin ánimo de ser exhaustivos, he intentado reflejar aquí algunas de las conexiones entre Historia y Literatura que, por otra parte, el propio Claudio de la Torre anuncia desde el momento en que comienza su obra con un agradecimiento “al gran cronista canario Néstor Álamo [por] los datos históricos que recoge en su estudio sobre la epidemia del cólera en 1851, que tan útiles me han sido al escribir este libro”. (4) Afortunadamente, ese cáncer que es el pleito insular hoy se expresa de maneras menos dramáticas. Bien está que conozcamos que no siempre fue así para ponernos de una vez por todas a erradicarlo.
Sin embargo, sería tremendamente simplificador reducir las cualidades de la obra a su ligazón con la Historia de nuestro país. Habrá que resaltar, como superficialmente hice más arriba, su vocación moderna, su agilidad narrativa, la habilidad descriptiva del autor a la hora de retratar a unos personajes que se nos anuncian, casi todos, muertos en vida, como si el cólera no fuera sino un síntoma de otra enfermedad que tan sólo se adivina. Un eco literario resuena a lo largo de toda la lectura y no es otro que el de La peste, de Camus. Aunque las comparaciones sean, además de odiosas, muchas veces directamente inútiles, la obra de Camus, quizás porque la leí en francés, quizás porque el autor jamás logró trasladarme a Orán, no despierta en mí la empatía que suele habitar en la relación lector-personajes. Tal vez sea porque uno de niño jugó por las calles empedradas que retrata el grancanario y hasta curioseó como preadolescente por las calles de las putas que en las primeras escenas de Verano… reciben con bromas y chanzas los apremios de Juan para saquen sus muertos. Dejo al lector de estas líneas la validez de esta comparación. Personalmente, uno se queda fascinado por el descubrimiento de esta joya de nuestra literatura, agradecido por haberme invitado a profundizar en una página tan poco conocida de nuestra Historia, deslumbrado por el encanto que pueden conjurar las palabras reencontradas.
(1) OJEDA QUINTANA, José Juan: “La actidud de la Administración y el cólera morbo de 1851 en Canarias”, en El Museo Canario, Nº XXXVI-XXXVII, Las Palmas, 1975, pp. 63-68 y 71-73 en MILLARES CANTERO, Agustín: Santa Cruz dominadora, ed. Idea, Santa Cruz de Tenerife, 2007, p.102
(2) MILLARES CANTERO, Agustín: Ibíd. P. 103
(3) MILLARES CANTERO, Agustín: Ibíd. P. 103
(4) De La TORRE, Claudio: Verano de Juan “El Chino”, Ediciones de la Revista de Occidente, Madrid, 1971