(Viene de aquí)
Constatar que el canarismo desde 1993 hasta la actualidad ha sido sobre todo autonomista más que nacionalista no supone una condena de ningún tipo ni una impugnación del espacio canarista en su conjunto o de cualquiera de sus sensibilidades. Tampoco implica ningún intento de establecer una superioridad moral del nacionalismo frente a las mismas. Se trata antes que nada de una constatación y una precisión que nos puede ayudar a entender mejor de lo que estamos hablando y situar marcadores que nos puedan hacer avanzar como proyecto. De hecho, hay dos elementos que pueden ser considerados positivos en todo esto. Uno primero que tiene que ver con el valor mismo de la pluralidad, concepto más alabado teóricamente que puesto en práctica. La versión más conocida de la pluralidad es aquella por la que los partidos políticos van acercando sectores de influencia al núcleo propio del partido, asimilándolos y eliminando por tanto cualquier atisbo de pluralidad en beneficio de la homogeneidad dentro del proyecto. Es un horizonte bastante pobre y engañoso. Es más enriquecedor cultivar un concepto de la pluralidad en el que se aprenda a convivir y coexistir con sensibilidades políticas diferentes a la propia, llegando a acuerdos razonables y realistas, poniendo el acento en las similitudes,… Y aceptar los riesgos y el coste que pueda conllevar. Proyectos plurales para una sociedad pluralista.
El segundo elemento de interés tendría que ver con la aceptación, que no resignación, de que la sociedad canaria, hoy por hoy, es más autonomista que nacionalista (muy defensora de su autogobierno pero poco inclinada al cambio de estatus) y que un proyecto amplio, de masas, con vocación hegemónica, como ya es el canarismo, no puede desconsiderar un hecho social tan evidente como punto de partida. Son numerosos los estudios y encuestas de todo tipo que ponen de relieve la moderación generalizada en la sociedad canaria en cuanto a su canarismo. Otra cosa es la canariedad, la identidad cultural de los canarios, donde los mismos trabajos nos devuelven indicadores de una intensidad notable. (Sobre la diferencia terminológica entre canarismo y canariedad pueden leer aquí). Ahora bien, si el canarismo quiere conectar con los intereses de las mayorías populares canarias no puede presentarse como una opción excesivamente alejada del sentir mayoritario de la sociedad. Debe evitar ubicarse y ser arrinconada en los márgenes del buenismo y la autocomplacencia. Además, debe esforzarse en crear espacios de confianza en los que el canarismo se encuentre con sectores sociales de todo tipo que, si bien en principio pudieran no sentirse especialmente identificados a priori con el canarismo, sí puedan llegar a comprender las ventajas objetivas que para ellos tiene el desarrollo del autogobierno canario y la construcción de la democracia canaria. Aquí vivimos, aquí decidimos.
Es forzoso admitir que el nacionalismo como categoría presenta serios inconvenientes: el más evidente, el éxito de su estigmatización a partir de la descomposición de la antigua Yugoslavia o su identificación interesada y sin matices con ETA, a cargo del nacionalismo español y el Estado, valga la redundancia. Como ideología, también es problemática: aunque pasa por ser una reivindicación desde un pasado casi ancestral, lo cierto es que es un fenómeno político moderno, ligado a la modernización y a la industrialización, lo que en Canarias añade un punto más de complejidad, debido a nuestra formación colonial y a las posibles fricciones derivadas de los elementos étnicos preexistentes y las problemáticas inherentes a sociedades complejas como son las pluralistas, entre ellas la canaria. Plantea problemas políticos evidentes: ¿cómo entenderse con y recibir el apoyo de amplios sectores de nuestra sociedad que no se consideran nacionalistas incluso después de casi treinta años de hegemonía “nacionalista” y que hasta han desarrollado un profundo desapego hacia el nacionalismo precisamente a raíz de la acción de gobierno del canarismo? ¿Cómo integra en sus filas los diferentes sentimientos de pertenencia existentes en la sociedad canaria, siendo como es su orientación prioritaria la identidad exclusiva canaria y, en segundo lugar, la asimétrica “más canario que español”? Son desafíos e interrogantes por despejar. La confusión entre nacionalismo y autonomismo en el seno del canarismo en las últimas décadas ha generado más inconvenientes que beneficios y nos ha hecho perder un tiempo precioso para armar ideológicamente al nacionalismo canario, cuya debilidad en este terreno es incuestionable.
¿Significa esto que el proyecto nacionalista canario no tiene sentido y debe resignarse ante la mayor presencia y pujanza del autonomismo dentro del canarismo? En absoluto. Buscando siempre la unidad y la tensión creativa, el nacionalismo debe proyectar la comunidad imaginada del país canario, que dibuje horizontes superadores del autonomismo, máxime teniendo en cuenta las insostenibles fallas democráticas del modelo de Estado heredado del 78. Para ello debe llevar a cabo una tarea de rearme ideológico e intelectual en la que casi todo está por hacer. Debe continuar entregado a la tarea de la construcción nacional, como quiera que ésta se exprese en cada momento, desarrollando soberanías, abogando por una democracia radical que supere cualquier tentación reduccionista o sectaria. Quede claro: para los nacionalistas sólo Canarias es nuestra nación. Sin ningún tipo de ambigüedades. Los nacionalistas trabajamos por un nuevo país, el país canario, un país para todos, también para los no nacionalistas y lo hacemos dentro de la plataforma político-social que consideramos más conveniente y útil para nuestros objetivos en este momento histórico: el canarismo y, más temprano que tarde, el canarismo reunificado.