Se acerca el Día de Canarias y nuestro Gobierno ni ha constituido los jurados correspondientes ni parece estar por la labor de conceder Premios Canarias este año. Se puede entender la cancelación del acto institucional pero, ¿no conceder los premios? Pusieron, eso sí, en circulación un vídeo oficial con el que conmemorar nuestro Día y tuvieron que retirarlo a las pocas horas debido a la protesta ciudadana organizada en las redes sociales porque nuevamente nos hablaron en ese pastiche inventado y delirante que algunos insisten en llamar “canario neutro”. En seguida tuvieron que sustituirlo por el que previsiblemente era su Plan B (una niña locutando en perfecto canario) y que, muy probablemente, fue desechado porque les parecería demasiado canario hasta para nosotros.
Habrá que volver a repetir lo evidente: no existen las variedades neutras de los idiomas de la misma forma que no existe Neutralandia. En cada idioma y hasta en cada dialecto las élites (económicas, políticas, culturales,…) intentan imponer su variedad lingüística haciéndola pasar por la variable culta, prestigiosa, correcta,… neutra. Así sucede en Inglaterra con el llamado “Queen’s English”, que no es sino la variedad de las clases altas de la península de Kent, donde se concentra buena parte del poder a todos los niveles en el Reino Unido; en Francia, en Île de France; en Portugal, en Lisboa y alrededores norteños, etc. En Canarias, también, sólo que aquí se trata básicamente de castellanización por la vía de pronunciar todas las eses implosivas pero sin cecear, para que suene canario “ma non troppo”. Nuestra colonialidad hace que hasta nuestras élites estén descentradas y no piensen en ellas mismas, sino en aquellas a las que les gustaría parecerse.
El nacionalismo oficial no dijo ni pío. Les debe parecer una tontería lo de defender el que nuestra variedad lingüística ocupe espacios de formalidad con toda la naturalidad del mundo. Tenemos un nacionalismo de cuentas y poco más. A día de hoy, sólo veo iniciativas por el Día de Canarias en dos ayuntamientos donde gobierna el nacionalismo en alianza: Telde y Santa Lucía, precisamente en este último municipio dedicadas eminentemente a la defensa de nuestro dialecto. Tampoco el Cabildo de Gran Canaria ha querido dejar pasar la fecha con su concierto CanariON. Puede que haya más pero son contadas: el panorama es desolador. Si al nacionalismo no se le puede pedir un gran y coherente arsenal ideológico y, además, descuidan claramente, cuando no desprecian, todo lo que huela a la esfera de la subjetividad (cultura, identidad, emociones, sentimientos de identificación, etc.), estarán de acuerdo conmigo en que el balance es francamente decepcionante.
Como la comparación es recurrente, ¿alguien se imagina al PNV olvidándose de celebrar el Aberri Eguna porque hay una pandemia? ¿O recurriendo al acento castellano porque su acento en español, no digamos ya su lengua propia, no está para las cosas serias sino para los anuncios de productos locales y a veces ni eso? Esta mañana desayuné con la radio. El noventa por ciento de los anuncios están locutados en castellano; el resto, en pastiche inventado. Bueno, un anuncio echaba por la horrible senda de convertir nuestro dialecto en una jerga llena de incorrecciones de todo tipo, pronunciación histriónica, canarismos mal usados y en una proporción desorbitante,… todo ese despropósito para decirnos que no sé qué guachinche ya estaba abierto. El niño canario que es expuesto a semejante tortura acaba interiorizando que lo que él habla en su casa, lo que hablan sus padres,… no sirve para la radio, la televisión, la megafonía que nos da las órdenes (¡qué simbólico!) en la Playa de Las Canteras,… Lo nuestro es, por lo visto, una infralengua que debemos esconder, ocultar y, en última instancia, abandonar para poder salir adelante en la vida y, con suerte, llegar a tener una agencia de publicidad y venderle anuncios del Día de Canarias a nuestro Gobierno.
Hace no demasiado tiempo que vengo sosteniendo que tal vez sea útil adoptar la distinción funcional “canarismo” (movimiento socio-político) / “canariedad” (identidad socio-cultural). Me parece más riguroso y honesto restringir el vocablo “nacionalismo” a la minoría que piensa en clave de conciencia y construcción nacional ahora mismo en las islas, usando el menos preciso “canarismo” para referirnos a partidos «nacionalistas», regionalistas, insularistas, localistas,…, en general, de estricta obediencia canaria. Sin embargo, no creo que la canariedad deba ser exclusiva del canarismo. Al contrario, ojalá a las tendencias políticas sucursalistas les importara de manera sincera y consciente la canariedad, porque es patrimonio de todos, también de ellos. Sin embargo, sí espero del canarismo, que ésta sea una preocupación central y que tengan una vocación constante de reivindicar la canariedad de una manera digna, desacomplejada; que huya del elitismo a la hora de reivindicar nuestras expresiones populares pero también sea consciente de los riesgos de su banalización. Soy pesimista con respecto a la posibilidad de ver algo parecido esta semana, sinceramente.
Pareciera que una versión muy particular y conveniente del pragmatismo les hace elegir el “nacionalismo de las cuentas” antes que una visión integrada e integradora de lo que supone la realidad de esta sociedad a comienzos de este complejo siglo XXI. Como si hubiera una contradicción irresoluble entre ambas esferas y la segunda se debiera ubicar necesariamente en el ámbito del ocio y el tiempo libre en época de vacas gordas, algo que pasa a segundo plano en una coyuntura como la actual. Me vienen a la cabeza los vastos programas de desarrollo cultural que puso en marcha Franklin Delano Roosevelt en su New Deal. No parece interesarles. Les gusta, piensan que está bien tener algo así como una identidad propia pero no dan la impresión de saber demasiado de qué se trata. Como aquel maestro que presentara a sus alumnos el Museo Néstor como el museo dedicado al compositor de “Sombra del Nublo”. La anécdota es verídica y puedo decirles que hasta el guardia de seguridad se echó manos a la cabeza.
Este pueblo tiene que salir adelante no sólo a base de mejorar sus catastróficos indicadores económicos sino también su nivel cultural, su autoimagen y autoestima colectivas, la valoración de sus creadores y sus productos culturales, el patrimonio material e inmaterial en todas sus vertientes,… La clase política, canarista o no, tiene que ser consciente de esta necesidad perentoria si no queremos encontrarnos dentro de unas décadas con una sociedad hipermaterialista pero sin alma colectiva, sin orgullo propio, sin señas de identidad. De esa pandemia, entonces, nadie nos salvará.