
El canarismo debe ser entendido como un espacio socio-político e ideológico en permanente construcción, en el que se expresan distintas sensibilidades, no sin tensiones pero también con complementariedades, que transitan desde sectores neoliberales minoritarios pero muy influyentes en el pasado reciente, pasando por el socio-liberalismo (un liberalismo con orientación social) hasta la socialdemocracia renovada (una socialdemocracia compatible con la economía de mercado y un papel protagonista de los poderes públicos en la orientación del modelo económico y social). En este sentido, no sería muy diferente de otros espacios que, etiquetas autoadjudicadas aparte, se mueven en coordenadas muy parecidas, como por ejemplo el de la socialdemocracia española, que también es liberal en lo económico y bastante menos socialista de lo que le gusta aparentar.
De igual manera, el canarismo sería también el lugar natural y mayoritario de confluencia y coexistencia, más armoniosa que conflictiva, de paninsularistas, autonomistas, federalistas, municipalistas, nacionalistas, independentistas nacionales, autodeterministas, etc. Sin embargo, de esta pluralidad no parece derivarse la intensidad y profundidad que el debate sobre el problema canario merecería. Podría decirse, por paradójico que parezca, que en las filas del canarismo las controversias y disensos se dan más en el eje izquierda-derecha que en el eje nación-Estado.
Durante la transición política, el canarismo, hegemonizado por la (ultra)izquierda nacionalista, adoptó abiertamente el nombre de nacionalismo, probablemente por la influencia del desarrollo de la lucha social y política en otras naciones del Estado español y también porque los programas de las fuerzas populares y mayoritarias en Canarias apostaban abiertamente por la construcción nacional y la ruptura con el Estado, al margen de las diversas formulaciones que ésta pudiera adoptar hipotéticamente tras “la victoria final”. Aunque hubo otras expresiones canaristas de carácter más moderado y centrado, en Canarias, durante un periodo tan corto como significativo izquierda y nacionalismo fueron prácticamente sinónimos. Como es bien sabido, fue finalmente la alianza de facto entre la agonizante UCD (donde se comenzaban a atisbar ya algunos elementos del canarismo posterior) y la socialdemocracia española, el PSOE, quien cerró con doble fechillo el problema canario: moderación política y autonomismo de segunda.
El canarismo a partir de 1993, reconstituido y unificado sobre la base de la alianza de fuerzas insularistas de centro, centro-derecha, izquierda y otros partidos no insularistas de centro y de izquierdas, adoptó la denominación de nacionalismo, seguramente por la inercia del pasado. Sin embargo, la construcción nacional de Canarias quedaba claramente orillada en un programa abiertamente autonomista y reformista. Triunfa el relato del “agravio comparativo”, que no por ser cierto deja de ser insuficiente en el camino de la construcción nacional, visto desde la perspectiva de un nacionalista. No hay un cuestionamiento del Estado español en la línea de la puesta en pie de estructuras nacionales que vayan suplantando de manera decidida a las estructuras heredadas y la disputa y conquista de espacios de soberanía, sino antes bien, el acomodo más o menos acrítico al Estado de las autonomías y la gestión de la autonomía otorgada, aceptada sin mayores problemas en la medida en que la sociedad canaria tampoco la cuestiona de manera clara y contundente.
Por supuesto, hay desarrollo autonómico pero no con el empuje y proyección de futuro que se da en otros territorios impulsado por sus sociedades respectivas. Se dice buscar “colocar a Canarias en su sitio”, que al parecer no es otro que dentro del estado autonómico sin que se «imagine» un posible escenario distinto. En el posicionamiento en cuanto a los avances de otros nacionalismos estatales (Plan Ibarretxe y Procés) el canarismo se sitúa antes con el nacionalismo español y su monopolio de facto del Estado que del lado del desborde democrático que suponen ambas iniciativas. «Sentido de Estado», se le llamó. Cambia, por tanto, el significado pero no el significante puesto que el nacionalismo no es claramente la tendencia hegemónica dentro del canarismo, más allá del éxito del nombre, que por cierto, apenas aparece en los nombres de los partidos como tales. En mi opinión, el cisma del canarismo en 2005 no cambia la esencia de esto que afirmo, con voluntad de precisión antes que de polémica: el canarismo realmente existente es poco nacionalista y bastante más autonomista de lo que le gustaría admitir.
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