Leo una entrevista a Raphaël Glucksmann en El País. Es hijo del filósofo André Glucksmann y ha adquirido reciente notoriedad por su iniciativa llamada Plaza Pública, con la que busca agrupar a la izquierda francesa, desarticulada como nunca en tiempos de macronismo y chalecos amarillos. El horizonte es el de las próximas elecciones europeas, que utiliza como “pretexto” para hablar de los distintos proyectos a la hora de construir eso que llamamos Europa. De pasada, habla sobre Putin, del que dice que busca “crear una alternativa a la democracia liberal fundada sobre el nacionalismo, la xenofobia, el chovinismo, la homofobia”.
A quienes hemos leído y estudiado algo sobre los nacionalismos, nos hemos declarado nacionalistas, hemos dedicado algunos esfuerzos a la construcción nacional de Canarias, etc. no nos puede sorprender el uso nada inocente del término por parte de Glucksmann hijo. Es, de hecho, el uso habitual que uno puede encontrar en El País y en la inmensa mayoría de la opinión publicada, tertulias de todólogos, bares, taxis, conciertos de Juan Luis Guerra, etc. Ya puede uno desgañitarse con la distinción entre nacionalismos de Estado y nacionalismos de naciones sin Estado o nacionalismos centrípetos y nacionalismos centrífugos, nacionalismos centralistas y nacionalismos separatistas o secesionistas,… Esfuerzo vano. Para el pensamiento único, o sea, simple, siempre será más fácil y, sobre todo, más simple, poner a cabalgar al nacionalismo -cualquier nacionalismo- al lado de, por ejemplo, esos otros tres jinetes del Apocalipsis que son la xenofobia, el chovinismo y la homofobia. Es algo parecido a lo de “ni machismo ni feminismo” pero en versión nacional hispana. Putin y Cuixart en el mismo rebumbio. Objetivo cumplido.
Sucede además que en Canarias contamos con el problema añadido de que el nacionalismo canario realmente existente, no ha pasado de ser un regionalismo poco amigo de levantar la voz, por mucho que sobreactúe Ana Oramas. No ha cuestionado jamás el actual status quo y cuando otros lo han hecho, se ha situado en la defensa del mismo o en una no muy diferente calculada ambigüedad. Casi le da a uno por pensar si en términos como soberanismo, separatismo, canarismo, no dependentismo, independentismo nacional, etc… no hallará mejor acomodo la vieja pero irrenunciable querencia de que todo lo que suceda y afecte a las Islas Canarias sea única y exclusivamente, sin injerencias externas de ninguna otra instancia, decidido democráticamente en Canarias por la ciudadanía canaria, a través de las formas e instituciones de las cuales ella misma se dote en el ejercicio de su plena soberanía. Que de eso antes que de ninguna otra cosa es de lo que debe tratarse el nacionalismo en el siglo XXI.