
Hace unos días se cerró con pocas cosas en claro la Cumbre por el Clima en Madrid. Los focos se centraron en una adolescente sueca que ha levantado la voz en contra de los poderes públicos por su tratamiento con el clima. Un alegato en el que a Greta Thunberg no le falta razón y que debiera ser aplaudido, más allá de lo que tenga la intervención de producto y conformismo. Sin embargo, algunos han sacado a relucir su machismo más recalcitrante para ofender a una joven preocupada por su planeta y su entorno, lo que tendría que ser un soplo de esperanza. Lo cierto es que las grandes potencias siguen poniendo parches en una tremenda herida. Nos exigen mucho como ciudadanos del primer mundo pero ni estados ni gran industria cunden con el ejemplo. Sugieren que se consuma menos plástico, que se use menos el coche y que no generemos demasiados residuos, pero ellos, en cambio, no han implementado grandes cambios en su modo de actuar, lo que genera una distorsión y una contradicción en sí mismo. De hecho, la falta de un gran acuerdo en la COP25 es una muestra de ello.
Mientras no existen grandes acuerdos para paliar el irremediable cambio climático, lo cierto es que el primer mundo está en la diana de los culpables por su consumo desaforado de recursos. En este gráfico vemos cómo el modo de consumo es totalmente insostenible. Si todos viviéramos como los norteamericanos necesitaríamos cinco planetas, por ejemplo. Continuando con la teoría de que los estados y la gran industria escurren el bulto mientras piden medidas a su ciudadanía, no es menos cierto que las personas que habitan, como digo, principalmente el primer mundo, también tienen que revisar su vida diaria y la cantidad de recursos del planeta de los que están abusando en su día a día. Como efecto, en los países más desfavorecidos, sin embargo, atendemos a la figura del refugiado climático, el ser humano que no puede realizar su actividad cotidiana porque el calentamiento global ha acabado con ella. Por lo tanto, las decisiones que tomamos día a día nos afectan a nosotros y a nuestros semejantes.
Uno de los motivos que nos hacen tener cierta esperanza en Canarias tiene que ver con la imagen que encabeza el texto. Los litorales de Tenerife y La Gomera son declarados Puntos de Esperanza Marina en la COP25. Se reconoce así su riqueza marina y los entornos de esta costa. De hecho se propuso que la costa del Archipiélago se declarara Área Marina Protegida. Este hecho incide en la declaración de emergencia climática del Gobierno de Canarias, lo que, indefectiblemente tiene que posibilitar que hayan más recursos para combatir el cambio climático, una política diferenciada y más sensibilidad con nuestro medio ambiente y entorno. Una actuación pública que ponga en tela de juicio nuestro modelo de desarrollo, nuestra movilidad, nuestro consumo de recursos o, por qué no, nuestra capacidad de carga. Actualmente la isla de Gran Canaria, la de mayor densidad de población, tiene 543,45 hab./km². Si Gran Canaria contara en el ranking mundial estaría en el puesto 23, por detrás de San Marino. Lejos, eso sí, de Macao, pero con mayor densidad de población que Holanda, Bélgica, India, Corea del Sur, Puerto Rico o Japón. Si quisiéremos emparentar la densidad de población de Gran Canaria con la «media estatal», tendríamos que tener 93 hab./km², más de cinco veces menos.
Con esos datos es difícil aplicar políticas de sostenibilidad. Además se da la circunstancia de que una gran parte de la población vive en Las Palmas de Gran Canaria y en el sureste, lo que se conoce como el corredor de la GC-1. Con esas cifras, que se unen al número de visitantes, no es de extrañar que el cierre de un carril produzca las retenciones kilométricas de la semana pasada en una vía en la que circulan 75.000 vehículos diarios. En Canarias el número de coches se cifra en 821 por cada 1.000 habitantes, lo que lo colocaría en la lista mundial en el número seis en tasa de vehículos. Por lo tanto, una conclusión sencilla es la necesidad de cambiar los hábitos en cuestiones de transporte. Más y mejor transporte masivo, preeminencia del transporte colectivo, preferencia de carriles para coches de alta ocupación, medios alternativos de transporte en los núcleos poblacionales más concurridos, principalmente Las Palmas de Gran Canaria, pero también Telde, Vecindario o Maspalomas… Si los coches menguan su presencia, ganaremos en sostenibilidad, pero también en tiempo, en nervios y en calidad de vida.
Con todo, en Canarias comienza a haber fenómenos preocupantes, probablemente relacionados con el cambio climático. Según distintos expertos, el aumento de la temperatura del océano, el ascenso de la temperatura de la atmósfera y de la humedad, entre otros factores, favorecen la aparición de tormentas más fuertes. Según Emilio Cuevas, director del Observatorio de Izaña del Instituto Nacional de Meteorología, la presencia de tormentas ha aumentado por este hecho, cuando entre 1974 y finales de los 80 casi no se había dado ninguna. Entre los motivos de los grandes incendios forestales, como los acaecidos en Gran Canaria este verano, también incide el calentamiento global. Ahora resulta más fácil que se den los tres 30, más de 30º C, menos de 30% de humedad y más de 30 km. por hora de viento. Con este panorama, que se dio este verano en los fuegos de Artenara y Valleseco, los incendios son voraces y pueden afectar, como así se temió, a los núcleos poblacionales.
Algunos autores han intentando definir desde distintas ópticas el fenómeno del cambio climático relacionado con Canarias. El periodista burgalés afincado en Fuerteventura, César Javier Palacios, firma Natural Mente (Plaza y Janés, 2019), en el que diserta en 66 artículos sobre el cambio climático y los seres humanos como parte del problema pero también de la solución. Por su parte el ex director del Jardín Canario y Premio Canarias, David Bramwell, es el autor de El cambio climático y las Islas Canarias (Mercurio, 2019). En el tomo Bramwell expone con un lenguaje sencillo los posibles efectos del cambio climático en Canarias. Es un libro divulgativo que ayuda a entender este problema actual en las islas. Si declaramos la emergencia climática también es necesario remangarnos y ponernos a trabajar en la solución a un problema que puede definir el futuro de próximas generaciones.