
Tanto blanquearon a la bestia, tanta voz le dieron, que al final la asimilamos. El fascismo pasó en Canarias, no como en 1936 vía Dragon Rapide, en una huida inquietante hacia la destrucción, sino incorporando su discurso a las cosas que son posibles y se pueden opinar, por un supuesto derecho a la libertad de pensamiento que luego abordaré. Poniendo en entredicho la igualdad entre hombres y mujeres, con atajos interesados por la custodia compartida o unos presuntos chiringuitos feministas, la libertad sexual, proponiendo hasta la curación de lo que ellos consideran desviaciones sexuales, la libertad de movimiento de personas por el mundo, curiosamente los pobres, acusando incluso a menores tutelados por la administración de potenciales violadores, delincuentes y poseedores de las ayudas sociales o las autonomías, proponiendo su eliminación para una recentralización cuando de los «chiringuitos» autonómicos vivió de la papa dulce su innombrable líder.
Sobre la libertad de pensamiento, destaco la teoría de Karl Popper. Explica el austriaco que si una sociedad es ilimitadamente tolerante, su capacidad de ser tolerante finalmente será reducida o destruida por los intolerantes, como, por cierto, demuestra el devenir histórico del autoritarismo, desde Mussolini o Hitler hasta Pinochet. Popper concluyó que, aunque resulte contradictorio, para mantener una sociedad tolerante, es necesario ser intolerante con la intolerancia. «Con este planteamiento no queremos significar, por ejemplo, que siempre debamos impedir la expresión de concepciones filosóficas intolerantes; mientras podamos contrarrestarlas mediante argumentos racionales y mantenerlas en jaque ante la opinión pública, su prohibición sería, por cierto, poco prudente. Pero debemos reclamar el derecho de prohibirlas, si es necesario por la fuerza, pues bien puede suceder que no estén destinadas a imponérsenos en el plano de los argumentos racionales, sino que, por el contrario, comiencen por acusar a todo razonamiento; así, pueden prohibir a sus adeptos, por ejemplo, que prestan oídos a los razonamientos racionales, acusándolos de engañosos, y que les enseñan a responder a los argumentos mediante el uso de los puños o las armas», escribe Popper en La sociedad abierta y sus enemigos en 1945.
Lo cierto es que, como escribía Javier Gallego, ya pasaron. En Canarias también, a tenor de los datos electorales. 117.495 votos, el 12,44% y 2 diputados con esta ideología. 2 diputados que defenderán, recuerdo, la supresión de la autonomía canaria, la que detenta la sanidad y la educación, entre otras cosas, que hablarán de chiringuitos feministas cuando han matado casi un centenar de mujeres en Canarias en 15 años, que no contemplan la libertad sexual porque la homosexualidad la consideran una tara en una Canarias que lleva siempre por delante la bandera de la tolerancia o que consideran a los menores inmigrantes tutelados por nuestra comunidad un peligro, además de no querer evitar, más bien al revés, tragedias como las sucedidas la semana pasada en Caleta Caballo, en Lanzarote. Debimos verlo venir. Pintadas en Cáritas contra la inmigración, los de la custodia compartida, encabezados por un presunto humorista en declive, apoyando sus tesis machistas, acoso a los menos extranjeros en un centro de menores… No hay alarma social porque Canarias es un país mayoritariamente tolerante, lo demuestran también los resultados electorales, pero hay gentuza por acción u omisión, concretamente 117.495 personas que conviven entre nosotros que votan esto. Y que, por cierto, se alinean con los que piden una intervención armada en Cataluña.
Pero no solo eso. En Canarias son los que tienen causas por delitos fiscales sin llegar a la política, los que gestionan comunidades a golpe de corneta y, sobre todo, los que impidieron que los afectados por el incendio de Gran Canaria recibieran ayudas. Son nuestros enemigos y no se pueden seguir blanqueando. Hay que buscar la forma de que la intolerancia esté fuera de la legalidad. Ellos están promoviendo la ilegalización de partidos nacionalistas e independentistas y deben ser ellos los que estén fuera del juego político, al menos acosados a denuncias por incitar al odio. A veces el masoquismo no deja de sorprendernos. Impiden las ayudas a los afectados por el incendio y sin embargo reciben votos en esas zonas. En Artenara 57, algo más del 8%, en Gáldar 1.294, casi el 10%, en Tejeda 166, el 15,16% o en Valleseco 207, el 9,19%. Impacta ver zonas de San Bartolomé de Tirajana, Sardina o Cruce de Arinaga donde ganaron en Gran Canaria. En Fuerteventura, zonas costeras de Puerto del Rosario, Antigua o Corralejo en los que el porcentaje ronda el 25% de los sufragios. En Tenerife ganó en una sección de Granadilla de Abona con un 22,3%. En la isla que más apoyos recibe es en Fuerteventura, más de un 15%. En La Gomera, El Hierro y La Palma rondan el 9% de los votos, en las cifras insulares más bajas.
Todo esto da miedo. Antes estas teorías se incrustaban dentro de la derecha y estaban domesticados al lado de democristianos y neoliberales. Ahora han salido del armario, sin complejos. Algunos analistas hablan de voto de castigo. Lo cierto es que realmente lo que se castiga es nuestra Comunidad Autónoma, al feminismo que no es otra cosa sino igualdad, a la libertad sexual, que engloba la tolerancia en su amplio espectro, a los inmigrantes, con asociaciones interesadas desde el racismo y la xenofobia y a la memoria histórica, para que pasen muchas décadas más de cunetas, calles de conquistadores y olvido. El castigo es muy severo y no me creo que los más de 100.000 votantes lo hagan por ignorancia. Ese discurso existe. La receta es clara, ser defensor de las libertades en un sentido muy amplio. Por ejemplo, ser defensor a ultranza de nuestras singularidades es, hoy en día, revolucionario en Canarias y un auténtico cordón contra el fascismo. Que luego cada uno lleve ese autogobierno hasta donde considere según sus principios, pero defendiendo la base sin poner palos en las ruedas que ayudan al enemigo. Recordemos que, salvando las distancias temporales, Secundino Delgado luchó por la Autonomía en una primera instancia. Lo de la tolerancia hacia personas que huyen de guerras, hambres y pobreza, a la diversidad sexual y una defensa a ultranza del feminismo está también más vigente que nunca. La tarea será ardua pero se requiere de altura de miras.