El otro día acudí a una exposición sobre la historia del cine, especialmente centrada en George Méliès. El director de «Viaje a la Luna», puede ser considerado como el primer afectado moderno por la piratería. Su superproducción fue muy bien distribuida por Europa. Sin embargo, una de las copias cayó en manos de Thomas Alva Edison que las reprodujo y las distribuyó por Estados Unidos. Edison obtuvo las pingües ganancias en el principal mercado cinematográfico. Méliès, por su parte, dejó de hacer cine en 1914 por no contar con recursos económicos y contrajo una deuda terrible. El cineasta fue engañado, confiado en que nadie iba a vulnerar sus derechos de autor, aún sin estar bien definidos en la época. Alva Edison, por su parte, usó una obra que no era de él, con impunidad, para hacerse rico.
Méliès fue un soñador engañado, quizá tendría que haber sido más realista. Un realismo que algunos usan a su antojo. Dice Jorge Stratòs en su último artículo que «darse un ‘baño de realismo’ es ahora la consigna conjunta de los conservadores más espabilados y de los progresistas más atolondrados». «La concepción predominante del realismo político conduce a la claudicación, mientras que la concepción preponderante del irrealismo político viene del extravío», explica. Un realismo que se tiñe de rojigualda, a cuenta de un conflicto territorial. El anticatalanismo está despertando un antinacionalismo periférico y a su vez despertando, o impulsando, un nacionalismo español excluyente y centralista. Tras lo ocurrido el 1-O en Cataluña, y vista la justificación del «a por ellos», el realismo está claramente aplaudido, difundido y promocionado por los voceros mediáticos del estado de cosas.
Ante estos acontecimientos, han proliferado banderas españolas en balcones, terrazas, azoteas… hasta en alguna garita de empleados de seguridad. Tampoco son tantas, no se crean, parece un boom similar al del 2010, cuando aquello del Mundial, pero de menor intensidad. El sentimiento de rivalidad es el mismo. Cuando reparas en el detalle, suelen indicar «que se jodan los catalanes», por lo que es una reacción en contra de y no a favor de nada. Sin ser tan mayoritario, por lo tanto, como dicen algunos voceros del Régimen, se puede hacer un retrato sociológico. Las banderas aparecen en barrios de clase alta, si no den una vuelta por Las Palmas de Gran Canaria. Alguna, por supuesto, también hay en barrios medios y bajos, pero son las menos. Cuando están en barrios de clase media-baja, las justificaciones son más emocionales e infundidas que ideológicas. Defender la unidad de España y el centralismo es una reminiscencia de la mili, de la cordura de la derecha o infundida por el hijo que es Policía o militar. Todo esto, con los fallos probables del muestreo, pero sí están basados en casos reales concretos.
Los ciudadanos que portan esta bandera se hacen llamar «mayoría silenciosa». No es muy íntimo sacar la bandera a pasear por un conflicto territorial, pero defiendo su derecho a mostrarla, no como muchos de ellos, cuya irracionalidad con otros símbolos es notoria. Al respecto del silencio, recuerdo una anécdota durante mis estudios. Cuando conocimos el concepto de «espiral del silencio» de Elisabeth Noelle-Neumann, un compañero lo ejemplificó con los votantes del Partido Popular y los que portaban la bandera española. Ante el encaje de bolillo, le ofrecí otro concepto aplicable a estos supuestos: la «espiral del bullicio». Socialmente bien visto, aplaudido por poderes mediáticos y con una encona con el diferente, que no deja lugar a dudas que no es ejemplo válido para el concepto acuñado por la politóloga alemana.
Pero, ¿qué significa esta ola? U olita, como prefieran. En primer lugar, centralismo. Circula estos días un mensaje de whatsapp que pide la derogación de las Comunidades Autónomas. Según un estudio del Instituto Elcano, suben tendencias centralizadoras en el Estado español. El CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), por su parte, señala que los votantes del PP son los que en mayor número defienden un Gobierno central sin autonomías (34,7%), seguido de Ciudadanos (26,7%). La marca blanca naranja, que ha sido beligerante con los nacionalismos periféricos y que defiende las políticas conservadoras del Partido Popular, está aprovechando la olita españolista. Al menos así lo dicen las encuestas, aunque eso no es representativo, tanto en cuanto lo llevan diciendo unos tres años.
En segundo lugar, eliminación de identidades nacionales. Entre las enmiendas al Estatuto de Autonomía de Canarias, Ciudadanos propone que se añada «que integra la Nación Española» cuando se habla de Canarias como nacionalidad. En su momento, ya criticaron el anuncio del Día de Canarias porque se usa la palabra país para referirse a Canarias. Sobre el apartado que habla de identidad, opinan: “no compartimos la idea, reiterada, sobre una supuesta identidad de Canarias, en tanto que tal, e, incluso, con la capacidad para convertirse en objeto de la tarea suprema de las instituciones democráticas. Es una exageración pretender que la defensa de tal singularidad es una tarea suprema de tales instituciones».
En tercer lugar, ellos que tanto hablan de respeto, son intolerantes con los símbolos de los demás. En este sentido, fueron contrarios al izado de la bandera tricolor de las siete estrellas verdes el pasado 22 de octubre en La Laguna. Por lo tanto, cuando hablen de respeto, de tolerancia, de democracia o se definan como perseguidos, recuerda cómo actúan ellos.
Me centro en Ciudadanos porque la ola u olita españolista y centralista, tiene en la formación naranja a su valedor más «novedoso», al resto ya los conocemos. Una formación con un cacao mental evidente sobre temas centrales como por ejemplo el feminismo, ejemplificado en la salida de tono de Inés Arrimadas o de la canaria Melissa Rodríguez: “yo creo en la igualdad de las personas reales: mujeres, hombres y seres. Por ello presentamos el proyecto de ley para que los perros sean personas”.
No te confíes y te dejes engañar como Méliès: todas las banderas son intencionales, ninguna es aséptica ni escéptica. Los que ponen la bandera en el balcón están defendiendo más centralismo, con lo que te roban la Autonomía que tiene las competencias en Educación y Sanidad. Visto cómo se ha gestionado la deficitaria financiación autonómica en Canarias, no es de esperar que mejoraran si se gestionaran desde el Gobierno central, recortador y creador de techos de gasto. Por otra parte, atacan tu identidad, negándola o difuminándola, para imponer una identidad centralista en el que dicen que «todos cabemos», unos más que otros, por supuesto. Y por si fuera poco, niegan tus símbolos. La bandera que va en tu balcón es la constitucional, la que ellos defienden e imponen, no la que representa la unidad de las islas y a la que atribuyen maldades incontables. La bandera que luce el balcón es beligerante y no acepta diferencia. No es silenciosa, es bulliciosa. Es respetable, pero no respeta.