
Como si de un episodio de la Guerra Fría se tratara un representante de la embajada de Ucrania en París llamaba hace unos días a Canal + France para pedirles que no emitieran un documental que, en su opinión, deformaba la realidad política de Ucrania y que, cabría añadir, dejaba en mal lugar la imagen idílica de la revolución de Euromaidán.
En este documental valiente y que nada a contracorriente se pone de relieve el papel de los grupos de extrema derecha en el golpe de estado de febrero de 2014, que derrocó al entonces presidente Víktor Yanukóvich; se muestra cómo estos grupos de ultraderecha están dentro de las estructuras del estado (en los ministerios de interior y defensa, principalmente); y cómo las milicias paramilitares, que se han formado con la complacencia de Kiev, están participando en operaciones armadas en el Donbás, bloqueando el acceso de bienes de primera necesidad a la Península de Crimea y realizando acciones armadas incluso en Kiev, centro neurálgico del nuevo poder ucraniano.
Pero pongamos nombre a estos grupos de extrema derecha: Moreira se centra en Pravyi sektor (Sector de Derechas), el Batallón Azov y Svoboda (Libertad). A través del documental se ofrece información que pone en entredicho la versión oficial ucraniana (aceptada y difundida por los principales medios occidentales) y que muestra el verdadero rostro que se esconde tras las máscaras de Maidán.
Como simple recordatorio digamos que, según las autoridades de Kiev, lo que está viviendo Ucrania desde hace dos años es un guerra contra Rusia. Sin embargo, y como bien muestra el documental, la población rusohablante de la Península de Crimea y de la región del Donbás (un tercio de la población total de Ucrania antes de la secesión de Crimea y Sebastopol) tenía motivos fundados para temer que no se iban a respetar sus derechos lingüísticos y culturales tras el golpe de estado de febrero de 2014.
Y no hablamos solo de la prohibición de utilizar la lengua materna de una tercera parte de la población total en escuelas, tribunales de justicia y otros lugares públicos, algo ya suficiente grave. No, hablamos de cosas peores. Un acontecimiento terrible sirve para ilustrar esta afirmación: el asedio a la Casa de los Sindicatos de Odessa. El dos de mayo de 2014, en un ataque contra una concentración de simpatizantes del Partido Comunista (en su mayoría ancianos y mujeres), una turba, arengada por milicianos ultraderechistas, comenzó a lanzar cócteles molotov contra la sede sindical. La acción – que se benefició de la inacción policial- se saldó con un total de 45 muertos. Quemados vivos o aplastados al saltar por las ventanas para evitar las quemaduras y el asfixiamiento. Algunos supervivientes fueron rematados en el suelo por la masa sedienta de sangre. Esto ocurrió en una gran ciudad europea y en el siglo XXI.
Pues bien, ya no es solo que las grandes cancillerías occidentales no pidieran explicaciones al nuevo régimen ucraniano; es que los culpables de esta atrocidad están libres, y la justicia ucraniana no parece interesada en investigar las actividades de estos «patriotas».
¿Y por qué -cabe preguntarse- el nuevo régimen ucraniano se estaría apoyando en milicias y grupos paramilitares de extrema derecha? Para responder a esta pregunta conviene recordar dos elementos:
- La corrupción atraviesa todas las estructuras de la administración ucraniana, probablemente la más corrupta de Europa. 2. Además de eso, atizar la confrontación con Rusia sirve muy bien a dos fines paralelos:
- A nivel interno le conviene al presidente Petró Poroshenko y, sobre todo, a los halcones afines al primer ministro Arseni Yatsenyuk para justificar la falta de avances en el proceso de democratización; y para atraer, además, grandes cantidades de inversión extranjera en forma de ayuda militar, préstamos del FMI, etc.
Como si de la otra cara de la moneda se tratara, el FMI, Washington y Bruselas no parecen descontentos por la manera en que se están aplicando medidas neoliberales a una población hoy más empobrecida que antes de que estallara el conflicto bélico en el Donbás.
- A nivel externo, esta situación de confrontación con el gran vecino ruso casa muy bien con la estrategia norteamericana de intentar debilitar a todo actor regional que, como en el caso de Rusia, tenga ambiciones en términos de áreas de influencia y no se pliegue a sus intereses.
El documental de Moreira es un trabajo excepcional que proporciona un enfoque más rico y profundo que aquel al que nos tienen acostumbrados los medios principales de Occidente. Es por ello que no tiene nada de extraño que le hayan llovido las críticas. Lo que resulta paradójico es que, tras las críticas de Kiev, las más virulentas le hayan llegado de algunos compañeros de profesión.
Tras su emisión en Francia solo queda desear que se difunda pronto también en Canarias, de modo que el público insular pueda acceder en su idioma a este punto de vista sobre un tema tan candente en la política internacional.
https://youtu.be/fU2lx-pA_fM
Título: «Ukraine: les masques de la révolution».
Director: Paul Moreira.
Producción: Première ligne, pour Spécial Investigation (Canal + France)
Lengua original: Francés.
Emitido el 1 de febrero de 2016 (tras superar el intento de censura de la embajada de Ucrania en París)