La quincena de años que va desde los primeros setenta hasta el final del primer lustro de los ochenta aproximadamente, en el siglo XX, es un periodo fundamental para la coordenada canaria y para el pensamiento acerca de su realidad, con diversas interpretaciones del pasado remoto y reciente del Archipiélago que marcarían, en mayor o menor medida, el propio presente de aquellos años y el futuro próximo que se avecinaba, ese que se traduce más o menos en los momentos actuales de las primeras décadas del siglo XXI. En medio de perspectivas conservadoras de varios rangos y de corrientes de izquierda más o menos moderadas o radicales, muchas de ellas vinculadas al nacionalismo o al independentismo canarios, los grupos religiosos cristianos y la propia Iglesia no quedaron al margen de este ambiente efervescente clave en nuestra historia, y más concretamente el conglomerado humano correspondiente a la Diócesis de Canarias (La Graciosa, Lanzarote, Fuerteventura y Gran Canaria), que es sobre el que aterrizaremos en los párrafos siguientes.
No podemos perder de vista que la propia Iglesia estaba en plena transformación tras la celebración previa del Concilio Vaticano II y todo lo que el mismo generó. En este aire de novedad hemos de recordar, y muy especialmente para el enclave insular de este contexto, la fuerza del surgimiento de la Teología de la Liberación latinoamericana, en su propuesta radicalmente agitadora de la realidad social desde la figura teológica del pobre, concepto bíblico que encarnaría un amplio abanico de situaciones humanas (siempre relacionadas con el sufrimiento y la infelicidad de las personas) que tendrían que ser revertidas luchando contra las estructuras que las posibilitaban, fueran individuales, colectivas, políticas, etc.
Evidentemente, y como se conoce con meridiana claridad, buena parte de los agentes insulares, sociales y políticos, de aquellos años (muchos de ellos todavía en activo) surgieron alrededor de este clima del cristianismo de izquierda al que nos referimos, marcado enormemente por la vena utópica del deseo de cambio social para conseguir una existencia más justa. De similar modo se habla del alto grado de pobreza existente, de una sociedad dividida en clases, de la inferioridad de la mujer, de la necesidad de la enseñanza de la historia de Canarias en el Centro Teológico del que hablamos. Pero junto a él, o a partir de él, serían también decisivos en este devenir diferentes elementos y pensadores sin los que no podríamos entender el nivel de compromiso general que llegó a adquirir buena parte de la Iglesia Canaria durante aquel intervalo, altura de miras que –bajo nuestro punto de vista– no se ha vuelto a alcanzar posteriormente en iniciativas nacidas desde o cerca de la Institución.
En esta línea interpretativa que trazamos, recordamos que en torno al año 1971 va a empezar a realizarse lo que se llamó el Estudio Socio-Pastoral (ESP). En su Documento Base, del año 1975, se expone que el análisis llevado a cabo de la realidad canaria se ha hecho desde unos parámetros que podrían definirse como parte de una teología liberadora encarnada en las realidades insulares. En palabras de monseñor Infantes Florido, el obispo que iba a estar al frente de la Institución en este tiempo, “la finalidad que se pretende no es tanto la acumulación de datos cuanto el tomar conciencia de los problemas y responsabilizarnos de ellos (…). Todos pues hemos de conocer los problemas, estudiarlos a la luz de Evangelio, del Magisterio y de los signos de los tiempos y poner los medios para darles una respuesta de fe”. Se trata de ver cómo es la sociedad canaria hoy y revisar cómo es la Iglesia; y, en este sentido, se habla del alto grado de pobreza existente, de una sociedad dividida en clases, de la inferioridad de la mujer, de la necesidad de la enseñanza de la historia de Canarias en el Centro Teológico, de empresarios depredadores sin visión de futuro en el turismo, del alto grado de analfabetismo… O sea, Canarias se presenta como una región con amplios rasgos definidos por el subdesarrollo, donde el pueblo apenas decide sobre los designios que trazan su cotidianidad. La pretensión de este análisis era conocer para después actuar pedagógica y transformadoramente desde las estructurales eclesiales, sobre todo desde las más cercanas, que eran las parroquias de los pueblos y barrios. “Esta Asamblea se pronuncia por una Iglesia pobre, libre y salvadora. Una iglesia que no esté vinculada a ningún poder político-social sino con los más pobres y marginados de nuestra sociedad”. Por su cierta “peligrosidad”, desde los ojos de algunos, en mayo de 1975 es suspendida la Asamblea por orden gubernativa. En palabras de Felipe Bermúdez, el ESP fue “para nosotros, guardando las lógicas distancias y proporciones, lo que Medellín para la Iglesia de América Latina y el Vaticano II para la Iglesia universal”.
Pero, a partir de aquí, con el fondo primordial de Manuel Alemán –como dijimos– y la experiencia innovadora y radical del ESP, gran testimonio modelo para muchos y muchas, surgieron grupos, acciones y reflexiones dentro del espectro de la Iglesia Canaria encaminados por esta misma dirección, con este mismo espíritu. Podríamos hablar de TERECA (Teología de las Realidades Canarias), del grupo ACHAMÁN, de las polémicas de la OTAN en relación a un grupo de sacerdotes canarios y unas cuantas iniciativas más. En este cauce interpretativo, creemos que es significativamente notable que algunos teólogos canarios del momento volcaran en el papel (y sin perder de vista la praxis) muchas ideas que fueron generadas desde el ímpetu descrito de aquellos instantes coincidentes con la Transición, así como con los años previos y los posteriores.
Destacada es, por ejemplo, la aparición en 1979 de la tesis doctoral de José Domínguez, llamada La iglesia y el cambio sociopolítico, donde se analiza y confronta la teología del latinoamericano Hugo Assmann y la del teólogo europeo Metz. Teología de la liberación (América) y teología política (Europa) puestas una al lado de la otra desde una perspectiva canaria con pensamiento liberador. El prólogo del libro es, no casualmente, de Manuel Alemán, y allí resume de manera clarividente el programa que se plantea para y desde Canarias:
Nuestro punto de partida será el hombre canario, asumido en el “concreto-real” de su historia. (…) Desde aquí, una evangelización iluminadora de la esclavitud y liberación del pueblo canario (…) y el “concreto” de esta misma Muerte y Resurrección [se refiere a la de Cristo] realizadas en nuestras islas con sus características (…). Nuestro Archipiélago viene muriendo y muere diariamente bajo el signo de la dominación, de las diversas formas de opresión. (…) La esperanza de una Resurrección “universal”, porque es la Cristo, pero en lo concreto de nuestras peculiaridades canarias. (…) Por eso, yo diría que el sitio de este libro no está en los gabinetes teológicos, sino entre los grupos de acción, empeñados en el proceso de un cambio socio-político de nuestra sociedad.
En octubre de 1980, Felipe Bermúdez Suárez hace una lección inaugural al curso en el Centro Teológico que se llama Hacia una Teología Canaria. Reflexiones metodológicas para hacer teología desde Canarias. Es, sin duda, el texto clave y central para entender el calibre de los planteamientos que se estaban haciendo desde el seno de nuestras estancias religiosas del momento. Se puede decir con total transparencia que este escrito de Bermúdez es uno de los documentos más importantes que se han gestado sobre la realidad canaria desde el punto de vista teológico-religioso.
Como leemos en su título, se propone, sin ningún tapujos, cómo hacer una Teología Canaria que, de más está decirlo, es una Teología de la Liberación Canaria. Una de las afirmaciones subrayadas va a ser la relación de esta teología (y las causas son varias) con las de América Latina, de África y Asia, dentro de esa consideración global de la Teología del Tercer Mundo, teologías de la liberación que están en contra de las líneas teológicas académico-opresoras. Para Bermúdez hay una necesidad de hacer una disciplina teológica desde aquí porque existe una entidad cultural canaria y popular y por la urgencia de dicha teología liberadora en Canarias hoy. Se trata de ofrecer una interpretación de la acción de Dios en la creación y en la historia, en nuestra historia particular.
Una teología liberadora. Ya hemos usado esta expresión. Y nos reafirmamos en ella. Queremos una teología que esté al servicio de la liberación de nuestro pueblo y todos los hombres. Entendiendo la liberación en el sentido rico y complejo que nos ha ofrecido y revelado Jesús: liberación radical del pecado y de la muerte; liberación para llegar a ser hombres nuevos en una nueva sociedad; liberación de toda estructura de dominación del hombre sobre el hombre; liberación socio-estructural y liberación socio-económica (…).
Se trata de replantearse –comenta– la Cristología desde aquí. Y cita a una persona clave en este contexto, el conejero Juan Barreto: Ojalá pudiéramos llegar un día a proclamar nuestra historia como historia de salvación, al igual que hizo Israel. Para añadir a continuación Bermúdez: “Nos hizo ver la necesidad de una relectura sistemática de la Escritura a la luz de nuestra experiencia histórica. Redescubrir a Jesús desde nuestra realidad concreta, desde la experiencia de pobreza de nuestro pueblo, desde nuestra condición de no-pueblo que quiere llegar a ser pueblo. Repensar desde Canarias qué significa liberación”.
Por último, no estará de más constatar que Bermúdez va a seguir en esta línea y hará su tesis doctoral sobre una interpretación teológica de la fiesta canaria. En pocas palabras, se da cuenta de que existen en las Islas fiestas alienantes y fiestas liberadoras, todo ello en relación con nuestro espacio cultural concreto. Se atreve, una vez hecho el análisis, a dar orientaciones prácticas para una evangelización liberadora desde los espacios festivos… Un texto importantísimo dentro de la teología del Archipiélago, y dentro de la cultura canaria propiamente. Este y el anterior son dos evidentes casos que ponen a la luz cómo el ámbito del que hemos estado hablando, la religión en relación con la identidad canaria, se merecería más atención de la que solemos –prejuiciosamente– prestarle, fuera y dentro de la Iglesia.
*Este artículo está firmado por José Miguel Perera Santana,Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria y profesor en el IES Doramas de Moya, y apareció originalmente publicado en la Revista El Bucio número 0, de venta en librerías.