Estas últimas semanas de fiebre de Halloween en que mucho se ha hablado de pérdida de y hasta de conflicto entre tradiciones le he estado dando vueltas a la cabeza a cómo celebrábamos, celebramos y, posiblemente, celebraremos nuestras fiestas en Canarias. Aunque hace ya más de diez años que la investigación, primero, y el trabajo, después, me hicieron desplegar las velas y buscar nuevos horizontes, lo cierto es que yo, citando a Manuel Padorno, «me fui nunca». Donde quiera que estoy, tengo siempre presente a Canarias, a mi Gran Canaria natal, a la Tafira en la que me crié, a mi Agüimes de adopción y al Icod por el que corretean mis hijos cada verano.
Y es pensando, precisamente, en los más jóvenes, y en los que nos seguirán cuando ya no estemos, que esta reflexión me parece ineludible. Por el formato de este artículo no voy a acometer ni siquiera un tímido intento de esbozar una teoría sobre lo que representan y lo que aportan las fiestas. Raúl Vega, en un artículo reciente, llama la atención sobre lo necesario de esta reflexión. Para la misma, contamos con herramientas tan valiosas como la obra Fiesta Canaria, de Felipe Bermúdez.
En estas líneas me voy a limitar a esbozar tres elementos que me parecen de especial importancia de cara a esta tarea:
- Las fiestas no deben ser única ni principalmente un espacio de evasión: en mi opinión, las fiestas deben servir para conocer(nos) mejor (entre nosotros y el espacio en que vivimos); para compartir; para (re)descubrir la alegría de convivir con gente con la que compartimos unos anhelos. En este sentido, festividades como la reciente Feria de Abril Sevillana (en octubre) organizada por el Ayuntamiento de Teror, o el Tablao Flamenco en el Rosario, promocionado por el ayuntamiento, me parecen un ejemplo de lo que no hay que hacer; de cómo fomentar manifestaciones culturales que no tienen ningún arraigo entre nosotros, con dinero del contribuyente.
- Las fiestas deben servir para que las diferentes generaciones compartan experiencias, alegrías, aspiraciones, conocimientos, prácticas, usos. Que lo abuelos, por ejemplo, compartan sus saberes con los nietos en espacios comunitarios (ferias, fiestas vecinales, etc.) no hace sino enriquecer la convivencia y fortalecer los lazos familiares.
- Las fiestas deben servir para renovar energías, para renovar lazos con nuestros vecinos y con los que ya no están. Todo lo que contribuye a despreciar las prácticas de nuestras madres, de nuestros abuelos, como algo «rancio», «maúro», «atrasado» y a que veamos como algo mejor lo llegado de fuera, simplemente porque es de fuera y goza de más prestigio, es dañino. Vacía más que llena y resta más que suma. Por muy elegante que sea la vestidura de lo impostado.
A mí, personalmente, me gustaría que mis hijos, aunque no hayan nacido en Canarias y no tengan contacto diario con nuestra cultura, cuando pisan el suelo de nuestro pequeño país volcánico, lo que vean, lo que sientan, lo que huelan cuando participen en una fiesta, no sea que están en un parque temático lleno de Oktoberfest, fiestas asturianas de la sidra, ferias de abril sevillanas y años nuevos en agosto. No, a mí me gustaría que sintieran la energía de un pueblo que se siente orgulloso de sus orígenes, seguro de sus posibilidades y esperanzado en su futuro. Que tanto si escuchan una isa como si van a un concierto de jazz; si de detienen ante una obra de Felo Monzón como si se tropiezan con un lienzo de Oscar Domínguez; si se dejan hipnotizar por una espiral de Chirino como si se sientan a dialogar con la piedra volcánica de César Manrique; si ven gaviotas de luz en Las Canteras como si silban palomas de la paz en el Garajonay, piensen: ¡Qué rica es la cultura de mis abuelos!
Para ello tengo la esperanza de que reflexionemos todos juntos y dejemos de adorar becerros de oro en forma de festividades importadas sin ton ni son, sin arraigo ni tradición, sin pasado isleño ni querencias volcánicas.
Esta esperanza está alimentada por miles de personas que día a día trabajan en este sentido. Un ejemplo: La XII Feria del Sureste de Gran Canaria, que acaba de terminar. En esta estupenda tirijala de fotos de Juan Carlos Castro se puede ver a personas de todas las edades ilusionadas por pasar unos días divertidos, consumiendo productos locales, escuchando y viendo a artistas locales, participando de la vida de la comunidad y convirtiendo el fin de semana en algo productivo en todos los sentidos de la palabra: ¡más de cien mil vecinos y visitantes generando actividad económica sobre la base de valorar lo propio en lo que se merece!
Son estas personas y estas iniciativas las que marcan el rumbo a seguir. Si escuchamos sus voces, si seguimos su ejemplo, llevaremos la nave canaria a buen puerto.