
Mi madre fue empaquetadora de tomates. Comenzó con 13 años cobrando menos que las adultas. Lo hacía en el almacén de Torres en Telde, persona que llevaba esa fábrica. «Es la segunda vez que te escucho hablar», decía el encargado para callar a alguna de ellas. Mi madre confiesa que le tenía miedo, que era muy severo y gritaba mucho. Entre las mujeres también habían diferencias. Estaban las veteranas, que llevaban mucho tiempo en el empleo, las pelotas, que eran capaces de vender a sus compañeras por quedar bien ante el encargado y las novatas, que no sabían muy bien de qué iba todo aquel tejemaneje. Un día, cuenta, llegó a la puerta y las compañeras empezaron a insultar a las jóvenes que estaban allí. «Cepillo», «esquirolas», proferían las veteranas. Había una huelga, preparada por las trabajadoras de Bonny, cuyo conocimiento tenían las más antiguas, pero de la que no se había informado a las demás. Sin embargo, al día siguiente se encontraron con una mejora salarial y de condiciones que no habían sido luchadas. Probablemente tuvo que ver con la huelga del año 1978.
Ella interrumpió su empleo cuando terminó la zafra. En el vientre de aquella joven de 21 años crecía yo. Yo nací en octubre de 1984 y mi madre, desde que pudo, se incorporó a su trabajo. Mi padre también trabajaba en la tierra. Se tenían que pagar «los sellos» y con lo que ganaban casi no podían subsistir. Encima ahora tenían un problema añadido: yo. Me apuntaron a la guardería laboral, la antigua guardería laboral de Telde, situada en el barrio del Lomo Cementerio. Allí yo aprendí a desayunar, gracias a una de las educadoras. Desde entonces, si no desayuno no soy persona, dicen que es la comida más importante del día, por lo que le debo bastante a aquella mujer. Las cuentas no salían y el sueldo de mi madre iba casi íntegro a pagar mi plaza en la guardería. La decisión era sencilla, dejar el trabajo y encargarse de mi cuidado. Pidió un año de excedencia. Al año y dos meses el almacén cerró y mi madre se quedó sin indemnización alguna porque no renovó la plaza. No la avisó ni la empresa, ni las compañeras, ni el sindicato, UGT, que ya se había encargado de ocultar la huelga, años atrás, para que el almacén de Torres tuviera una actividad lo más cercana a la normal.
Cuando yo ya había nacido llegó una carta del Materno con la cantidad a pagar por la asistencia en el parto. Mi madre no estaba dada de alta. Finalmente se solucionó, fue todo un presunto error. Lo cierto es que la historia, en todas las aristas, coincide con el retrato de las mujeres empaquetadoras de tomates que describe Domingo Viera en la obra que coordina titulada Mujeres empaquetadoras de tomates y Lagarta Comunicación en el documental homónimo. Mujeres explotadas, la mayoría sin seguro, con encargados que no les dejaban hablar y que gritaban, y sueldos de miseria. Cuentan algunas mujeres en la pieza que solo daban de alta a 30 o 40 mujeres y que el resto no tenían seguro. Sobre los encargados, comenta una de ellas que «no les pegaban porque estaba mal visto», pero el silencio era obligatorio, sentarse estaba prohibido, les controlaban el tiempo en el baño y los gritos estaban a la orden del día.
Las empaquetadoras se cansaron y plantearon una huelga, esa de la que mi madre no fue informada, era una niña de apenas 16 años. Fue el año 78. Una de las mujeres relata en la producción que la Guardia Civil preguntó por las cabecillas. Ella, ingenua, dijo que ella era una de las delegadas. Seguidamente le indicaron que subiera al coche. Las compañeras, que se dieron cuenta de la situación, aseguraron que todas eran delegadas y que se irían con ellos si era preciso. Se dieron cuenta de que la empaquetadora lo iba a pasar mal, y la mujer lo cuenta entre lágrimas en el documental. Mucho se habla de las huelgas en la Transición. Las movilizaciones de los aparceros, los portuarios, los trabajadores del frío o los trabajadores industriales, pero no se relaciona esta huelga, que mejoró un poco la vida de las empaquetadoras, como un hito de la Transición política en Canarias. Eran mujeres, casi invisibles, en un sistema muy patriarcal y con condiciones depauperadas. Sin embargo, fueron capaces de levantarse contra todo.
El Cabildo de Gran Canaria entregó el Roque Nublo Económico a las mujeres empaquetadoras de tomate en el año 2018. Mujeres que nos llevaban en su vientre, como mi madre, por lo que la historia me toca de cerca. Mujeres que trabajaban hasta las tantas y que los domingos limpiaban las casas. Mujeres que aunque llegaran reventadas, tenían que cuidar y atender a sus hijos. Mujeres que se revelaron y que son semilla en la Canarias de hoy. Prohibido olvidar que ellas fueron pioneras. Gracias a las mujeres que contaron su historia, a Domingo Viera y a Lagarta Comunicación, hoy las recordamos nuevamente.