Pasó el 1º de mayo, una jornada que reivindica a la clase trabajadora. Un día de lucha para reclamar derechos sociales y laborales, pero también un puente, que se unió con el lunes. Buena parte de la clase obrera canaria pensó más en lo segundo que en lo primero, pero no quiero incidir en los motivos de dicho desinterés, no tengo ni datos ni es el objeto de este artículo. Seguramente buena parte de la clase trabajadora, que lo ve en esa clave, no tenga sus derechos laborales asegurados, es más, es posible que estén más explotados que los que fueron a las manifestaciones y las personas que aprovechan esta efeméride para reflexionar sobre cómo estamos en términos laborales en las islas. Buena parte del desinterés tendrá que ver, probablemente, con el rechazo a llamarse de clase obrera, proletarios del siglo XXI que en vez de fábricas, tomateros u obras, ocupan puestos de camareras de piso, servicios o trabajos de reparación, que en vez de limitar su economía a comer y sobrevivir, malviven mientras los créditos rápidos posibilitan aparatos electrónicos y los medios de comunicación convencen de que el pacto social es una garantía de prosperidad donde, por lo tanto, no existen las clases sociales. Un rechazo que incide con una pertinencia que, más allá de los símbolos, los dogmas o los apellidos, denuncie una situación de desprotección, de merma progresiva en las condiciones laborales y la acumulación de la riqueza en muy pocas manos.
Sin ánimo de tejer un texto autobiográfico al estilo de Antonio Maestre, yo soy de clase obrera, crecí en un barrio y sé lo que son los desconsuelos. De ese círculo es complejo salir y a veces lo concibes hasta como una vergüenza, hasta que superas la barrera y te das cuenta de varios por qués de tu situación. «La pobreza se hereda, igual que el fracaso educativo se hereda», comenta Marino Alduán, que fue Decano de la Facultad de Formación del Profesorado en la ULPGC. «La escuela reproduce las desigualdades y un sistema democrático debe compensar esas desigualdades», subraya en una de las seis entrevistas de El Tirafondo, programa que iniciamos, por cierto, el próximo martes 8 de mayo. La frase es un cuchillo y a mí me trae a la cabeza a muchas compañeras y compañeros míos. Yo pude estudiar, porque me sobrepuse al plan que había preparado la sociedad para mí, profesores incluido, que animaban a trabajar en la construcción o fontanería. Pero fui una excepción en un barrio con mala fama, donde el fracaso era lo cotidiano, las necesidades imperativas y la desmotivación una constante.
Vivimos en un Archipiélago donde todos los indicadores socioeconómicos demuestran que la pobreza es un mal crónico en las islas incluso desde antes de la crisis. Cuando llega la crisis, la situación pasa de ser una realidad soterrada a salir a la luz, para, cuando el período crítico se fuera, volver a soterrarlo. En este sentido, ahora estamos en ese momento, en el de ocultar bajo las cloacas de un país que lleva récord tras récord turístico desde hace años, una realidad incómoda: somos ricos en macroeconomía pero nuestra gente es pobre, además la pobreza se eterniza, se hereda y lastra generaciones de seres humanos que solo tienen la opción de ir escapando.
Porque, si el común es pobre, parado y desigual, una grandísima minoría se lleva la riqueza de las islas o la concentra en pocas manos. De hecho 21 familias controlan el 8% del PIB de Canarias, lo que supone en torno a 42.000 millones. Por otro lado, el 0,2% de la población, 4.000 personas, poseen el 80% de la riqueza. Lo cuenta Pedro González de Molina Soler, en un artículo. La tasa de pobreza, en cambio, es del 28,5% en 2015, según datos de la Revista de periodismo 360, la de paro es del 26,01% a fines de 2016, el 32,5% de los trabajadores canarios tiene un contrato temporal, los trabajadores canarios cobran 2 euros menos de media por hora que el resto de trabajadores del Estado y 1 de cada 5 trabajadores en Canarias es pobre, una figura novedosa que está lastrando el desarrollo de muchas personas que, a pesar de trabajar, no pueden cubrir sus necesidades. Si hablamos de brecha salarial entre hombres y mujeres, el Gabinete Técnico de Comisiones Obreras, en un informe de febrero de este año, cifra la brecha salarial entre hombres y mujeres en un 14%. La brecha salarial es menor en Canarias porque los sueldos son menores. Las mujeres en Canarias cobran en torno a 2.000 euros menos que la media estatal y los hombres más de 4.000, lo que evidencia una situación social de emergencia en ambos sexos, que aún así perpetúa las peores condiciones de las mujeres.
Con esta situación, la pertinencia de la clase obrera y sus reivindicaciones en Canarias, adquiere un carácter urgente. Los puentes pueden quedar para otro momento, los derechos laborales están en juego y las islas no pueden aguantar una situación de este tipo, por más que maquillen los datos de la EPA y las patronales turísticas saquen a pasear su argumentario. El Estado de Bienestar en Canarias, tan mentira como ilusión, no va a volver, si alguna vez estuvo, por obra y arte del Espíritu Santo. Un día no nos vamos a levantar de la playa y nos van a llamar para cobrar un buen sueldo y tener un buen turno, el camino está en la denuncia de una situación que deja a Canarias en un territorio de tierra quemada, como afirmaba Iván Suomi en su último artículo. Un destierro laboral que exporta su conocimiento e importa todo lo demás, trabajadores, alimentos y ordenaciones territoriales propias de espacios continentales. Yo lo veo claro, la clase obrera existe más que nunca y sus reinvidicaciones tienen una pertinencia vital si queremos apartar las condiciones leoninas y construir una sociedad moderna y de verdadero bienestar.