Se acabó la agonía. La UD certificó el pasado fin de semana su descenso a Segunda División tras una temporada aciaga y llena de errores deportivos en todos los ámbitos. Además, se observa un cambio de filosofía en cuanto al tratamiento de la cantera, que fue justamente lo que llevó al equipo a Primera División y lo que lo mantuvo en la élite durante tres años.
Todo empieza con una serie de decisiones soberbias desde la Dirección Deportiva, que descabezan el equipo. La primera, no renovar a Quique Setién, el entrenador que había convertido a Las Palmas en el equipo de moda, con una base de cantera. La segunda, la falta de alternativa. Con mucho margen de maniobra, hay desacuerdo en torno a la contratación del entrenador. Finalmente se elige a De Zerbi, sin tener en cuenta el litigio del italiano con el Palermo, que es lo que le impide venir finalmente. El elegido es Manolo Márquez, de la cantera, que dura pocas jornadas, quien sabe si por falta de respaldo institucional.
Desde la asesoría del presidente proponen a Paco Ayestarán, un entrenador pésimo que hunde al equipo en el pozo. Para su inevitable sustitución, eligen al argentino Almirón, que sin embargo no puede venir por problemas legales. Paquito, sin licencia para entrenar, dura varias jornadas. Paco Jémez dice que viene, pero primero sus vacaciones. Cuando llega contrata numerosos futbolistas y echa abajo la filosofía. Mucho foráneo y poco canterano, el equipo pasa de tener ocho canarios a tener solo uno, Jonathan Viera, que se termina yendo a China a mitad de Liga, para más inri. Como ya había hecho Roque Mesa en verano.
Las Palmas, sin embargo, sigue con la filosofía de gasto 0 pese a tener las arcas llenas. Los canteranos y los canarios contratados dejan paso a medianías que vienen de ligas lejanas o son descartes de descartes. Nacho Gil, Jairo, Emenike, inédito, o Etebo aportan poco o nada. Se suman las pifias del verano y forman un equipo de espanto, que dicen que mejora la parcela defensiva, pero al precio de un cambio en cuanto al modelo de fútbol. Pronto llegan las carencias y se observan las deficiencias de un entrenador autoritario y polémico que contrasta con la actitud sensata y amable de Quique Setién, que triunfa en el Betis, en puestos europeos, con varios canteranos, algo en lo que Las Palmas ya no cree.
A la crisis deportiva y de identidad, en este caso sintomáticamente aparejadas, se une la institucional. La indiferencia de la afición, en primer lugar. Tras haber pagado precios abusivos en los abonos, el pasado encuentro frente al Alavés recogió una entrada de 7.000 espectadores, más de la mitad de los abonados no fueron al encuentro. Ha sido muy triste que el Gran Canaria, con un equipo en la élite y haciendo un gran fútbol por momentos, no haya registrado un solo lleno en tres temporadas. El presidente, ausente durante varios meses, el último encuentro incluido, y en busca y captura, durante esta semana, luego detenido y puesto en libertad, aunque investigado por varios fraudes a la Seguridad Social, ha llegado a decir que «quien no pueda pagar su entrada al Estadio que lo vea por televisión».
En este sentido, considero que el Cabildo de Gran Canaria, como institución pública y con el derecho que le confiere el contrato de 20 años firmado con el club amarillo, debería exigir a la entidad que abarate los precios de los partidos. En otro orden de cosas, no creo que sea una promoción digna ni para el club ni para la isla que el presidente del equipo esté relacionado en delitos económicos como los que se le imputan y además no le pague a sus trabajadores. Admitiendo que Ramírez cogió al equipo en el pozo más absoluto, un presidente amarillo ha de ser una persona ejemplar, más allá de que se trate de una sociedad anónima, si el Cabildo aporta dinero, tenemos derecho sobre parte del club. Además, ¿en cuánto se cuantifica la notoriedad que la presidencia amarilla ha otorgado al empresario?
Con este panorama, lo sensato sería que el presidente abandonara la entidad. Y volver a creer en los nuestros. Con esa receta, el equipo volvió a soñar con las grandes tardes de gloria, pero una serie de decisiones desacertadas, paró el subidón en seco. Ahora toca volver a empezar, otra vez en la historia de la Unión Deportiva Las Palmas. La receta la conocemos, entrenador atrevido y gusto por el buen toque, cantera, jugadores creativos en la medular y fútbol de la tierra. En distintos artículos, algo parecido han recomendado autores como Vicente Llorca, Enrique Bethencourt o Santiago Gil. Vicente Gómez decía el otro día que no merecían llevar la amarilla, cuando el de Schamann es un digno heredado de aquel fútbol de ensueño. Volveremos, pero ante todo, queremos volver a creer en los nuestros. Por cierto, no solo en el fútbol…