Si una cosa está clara es que lo sucedido el pasado domingo en el Estadio de Gran Canaria no está para nada aclarado. Por lo pronto, sabemos que a los noventa y dos minutos de juego se desencadenó el espectáculo que ha terminado por retratarse como una auténtica vergüenza nacional. Y a la par, durante estas veinticuatro primeras horas, se ha fraguado el desencantado endofóbico e incluso la invitación al linchamiento popular. Decimonónico es un concepto que no alcanza a describir ambos defectos de forma de esta sociedad tan nuestra: el inmaduro pueblo que, a veces, resulta ser un tanto nefasto. En este hilo, insisto, cabe ahora encontrar una respuesta racional, hallar las aclaraciones a los sucesos y depurar responsabilidades mediante las vías por las que deben de ejercerse tales acciones.
Se precisa urgente que el pueblo canario entienda que, lo menos importante de todo este percal, es precisamente el fútbol. Ni siquiera la U.D. Las Palmas como un club privado de facto (equipo que por otro lado, ha estado soberbio en los cuatro partidos de la ya truncada liguilla de ascenso) o como un sentimiento hincha. Lo primordial aquí es, sobre todas las cosas, reflexionar honda y pausadamente sobre la construcción de los valores sociales, cívicos y educativos/culturales que hacen que una sociedad tan ejemplar como la canaria albergue elementos propios del subdesarrollo.
En este sentido, alguien pudiera levantar la voz y argumentar que esto, además, pasa en casi todos los países latinoamericanos, con una mención especial al radicalismo futbolero argentino, o incluso, en un Estado tan avanzado como el Reino Unido donde los ‘hoolingans‘ protagonizan verdaderos espectáculos lamentables. No nos equivoquemos: si alguien es capaz de analizar esta cuestión en términos de ‘país’, no ha entendido nada. El quid de la cuestión enraíza con un problema harto antiguo: las clases.
La palabra “marginal” no deja de ser una palabra confusa, pues entre sus acepciones cuenta con un valor literal, a veces peyorativo al uso, que hace referencia a lo “escaso” o “secundario”. Pero por Canarias, pasan los años, y con ellos, se produce la generación cada vez mayor de un sector de la población empobrecido, apestado por las Instituciones, exiliado de lo visible, aglutinado en lo arrabalero. Ese sector que incluso, los que estamos del otro lado, bien por aquello del nasciturus o por el sacrificio una vez se ha nacido, repudiamos ante el inseparable sentimiento de rechazo como parte de un mecanismo de defensa.
Pero están allí. Estamos todos aquí. Ellos también son canarios. También son pueblo. Irremediablemente, vivimos todos en un espacio común a pesar de las fuertes barreras invisibles que nos puedan separar. Si queremos ser un pueblo de pro, avanzado, auto-centrado, próspero, lo primero que hemos de hacer es trabajar desde la base en que se sitúan los invisibles, ésos que, a veces, se hacen notar en los momentos más inoportunos. Evitemos que lo hagan en los más improcedentes.