No hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista. La desazón del año pasado dio paso a una explosión de júbilo en este. Hablamos de fútbol, sí, pero hablamos de mucho más. Nos referimos también a la autoestima de un pueblo. Muchas son las voces que hablaban de la carga de energía que supone para nuestro pueblo este ascenso, repito, no solo por el fútbol. Otros se quejan de las subvenciones públicas que recibe el equipo amarillo en forma de cesión del estadio y no soy yo el que le quite la razón. Los clubes deben gestionarse ellos mismos. Los hay, en cambio, que a pesar de seguir la fiesta les molestó el insularismo mostrado por algunos futbolistas, otra lacra de este espectáculo. Pero las patadas a jugadores del Córdoba y a los mismos de la Unión Deportiva en el césped del pasado año, se cambiaron por un trato ejemplar a la afición del Zaragoza, documentado por los propios aficionados maños. Esta vez la fiesta fue de los jugadores en el campo y de la afición en toda la ciudad, en toda la isla, en todas las islas. Se dejó jugar hasta el 95. Había ganas de ascenso, pero primó la prudencia. Sobra decir que en un año no cambia la vida, pero es verdad que esta vez sí, reinaron las buenas maneras. Cuando nos tenemos que mostrar orgullosos de los nuestros, es de ley hacerlo.
El fútbol le devolvió a Las Palmas lo que una sucesión de acontecimientos le robó el año pasado. Lo más importante no es saber atajar los golpes, sino saber levantarse. Pero Las Palmas lleva años haciendo las cosas bien y esa es para mí la lectura más positiva. Me refiero a la política deportiva de cantera, una política deportiva que cree en los nuestros. Siempre no fue así, pero casi siempre que Las Palmas lo hizo llegaron los éxitos. Los primeros años en 2ª División, tras el ascenso de 2ªB ante el Linares, fueron una sucesión de fichajes foráneos que sumaban muy poco o nada. Los Nauzet Alemán, David García y hermanos Suárez, que daban sus primeros pasos, se alternaban con los descartes de Osasuna o Sporting de Gijón. En esos años de mediocridad en 2ª, solo podemos destacar a algunos como Adrián Colunga, José Salomón Rondón o Roberto Trashorras, que realmente vinieron a mejorar lo que había. Las Palmas se perdía en el fondo de la tabla de la 2ª División, salvándose a pocas jornadas del final.
Quien sabe por qué, la política se cambió. Se empezó a mirar para abajo, a la cantera, y la dirección deportiva se dio cuenta de que lo que viniera tenía que mejorar el extraordinario nivel de los nuestros. Las últimas tres o cuatro temporadas de Las Palmas son un auténtico ejemplo de cómo hay que hacer las cosas. Aparecieron Víctor Machín «Vitolo», ahora estrella en el Sevilla, Jonathan Viera, de vuelta a casa para ser clave en el ascenso o se rescató a los hermanos Castellano, Javi el termómetro del centro del campo y Dani un motor por la banda, a quien las lesiones no respetaron este año. Unimos a ellos a Asdrúbal, Vicente, Roque Mesa, David Simón, Hernán Santana, y los fichajes devolvían a la isla a canarios que triunfaron fuera, como Momo, Nauzet Alemán, Ángel, Valerón, Aythami… Los foráneos que vinieron venían a mejorar. Hizo falta un portero y vino Barbosa y luego Casto, porteros de garantía. Los delanteros vinieron a marcar las diferencias, lo intentó en su año Thievy y lo hizo en esta campaña Sergio Araujo. No solo es el ascenso, es que hablamos de un grupo que siente esta camiseta, que jugó en nuestros barrios, que recorrió campos de la isla haciendo gambetas, que soñaban en sus colegios con jugar algún día de amarillo. Ese es el valor de esta Unión Deportiva. En el equipo titular del otro día encontramos ocho canarios, y en muchos momentos de la temporada Araujo fue el único foráneo. 10 canarios y un argentino, sabor a la más añeja Unión Deportiva.
El valor del éxito de Las Palmas va mucho más allá de los supuestos 45 millones que calculan que ganarán los de siempre. La mejor enseñanza es aprender a mirar para casa, pero no solo en el fútbol. Nuestros jóvenes viven momentos de especial incertidumbre laboral, pero también psicológica. Tanto formados como no formados académicamente, se enfrentan a un panorama complicado. Si en otros ámbitos de la sociedad canaria se hiciera lo mismo, otro gallo nos cantaría. Muchos jóvenes no se verían obligados a irse, si confiáramos en los nuestros ciertos empresarios no se atreverían a llamarnos poco formados sin encontrar oposición de nuestra gente, si se apostara por la cantera en todos los ámbitos de nuestra sociedad, nuestra autoestima mejoraría.
No, señoras y señores, no es solo fútbol. Los pibes que juegan en Las Palmas valen para el fútbol, como muchos otros jóvenes valen para otras muchas cosas. Solo hay que saber mirar esa valía. Imagínense, en términos futbolísticos, qué pensaríamos de nuestros representativos si hubieran nueve de los nuestros jugando en 1ª División y ninguno con los amarillos o blanquiazules. Qué descalabro sería si arruináramos la vida deportiva de los jóvenes futbolistas por no apostar por ellos, y ellos tuvieran que vagar entre 2ªB y el grupo canario de 3ª División. También la confianza es importante en esta vida. Es nuestro futuro, y no solo futbolístico. Es mucho más importante. Nos va el futuro colectivo en ello.