Publicado originalmente el 16 de diciembre de 2014
Lo de la sonrisa en Canarias debiera ser objeto de estudio. Alguien, siguiendo a Foucault, debiera analizar el hotel como microestructura del poder y la sonrisa como muestra más visible de las microagresiones que sufre el trabajador en la industria turística canaria de parte de la cadena de mando y de un ambiente que consagra el servilismo casi como característica esencial del canario. Se debiera señalar esta obsesión por que los canarios vayamos sonriendo por la calle como una de las muestras más palpables de la dictadura emocional en la que parecen querer instalarnos nuestros políticos profesionales.
En palabras de Carmelo Vega en “Paisajes de tránsito: Invenciones de la mirada turística”: “ Es habitual pensar que el hombre que habita esos lugares turísticos que identificamos con el paraíso sea, por naturaleza, optimista y alegre. Sin embargo, no puede olvidarse que en las zonas que dependen de la actividad turística, la hospitalidad funciona como sinónimo de buen servicio: la cortesía y la amabilidad no son ya rasgos característicos de una manera especial de ser (el “porque somos así”, según afirma la reciente campaña institucional del Cabildo de Tenerife), sino una consigna que el trabajador debe acatar y cumplir.” (p.49)
¿A qué viene tanta insistencia en la sonrisa? Como bien señala Vega, ésta, en un contexto de actividad turística, no puede ser sinónimo de bonhomía espontánea y naturalidad, sino una consigna laboral de primer orden que nada bueno anuncia. ¿Sonreían también los explotados trabajadores del empresario turístico recientemente detenido en Gran Canaria por imponer jornadas abusivas así como defraudar a la Seguridad Social? Siendo esto grave, ¿a qué tratar de extender esta consigna al resto de la población? Rastreando en la historia, Vega nos devuelve a Néstor al presente, recordándonos otro tiempo de sonrisas forzadas:
“De este modo, la sonrisa del aborigen está pensada y diseñada para mostrar una forma concreta de felicidad al visitante y, en consecuencia, debe ser sistematizada mediante oportunas reglamentaciones: “es fundamental que en todo momento el turista se encuentre en un ambiente grato, lo cual puede ser incompatible con la cómoda existencia del habitante de la Isla. Así no podrá permitirse que en los servicios públicos, tiendas, etc., se encuentre a los dependientes desaliñados, sin afeitar o sin guardar las debidas atenciones al viajero. En su trato con ellos debe presidir la más depurada educación. Asimismo habrá que evitar el asedio del turista por plagas de mendigos y la presencia en su recorrido de gentes harapientas. Si logramos esta educación de los habitantes se habrá dado el principal paso para llegar a una efectiva atracción del viajero y a que nuestra isla sea en realidad un centro de turismo”
Una sonrisa obligada como artificio para la felicidad ajena. En el descentramiento de nuestros gestores, la felicidad ajena siempre va antes que la nuestra propia. Hemos venido al mundo a sonreír a los demás, por más que cada vez tengamos menos motivos para sonreír. Así, insistentemente, se nos va taladrando en la psique ese perfil de sonreidores natos en el que nos quieren ver. Como muestra más reciente, la última campaña del Patronato de Turismo de Gran Canaria desde la que un locutor, de acento imposible, nos alecciona así:
“Gran Canaria es una isla llena de tesoros: nuestro clima, nuestros paisajes, nuestra gastronomía,… y esto atrae visitantes de todo el mundo. Para los grancanarios nuestros turistas son nuestro tesoro más preciado. Mímalos y volverán. Patronato de Turismo de Gran Canaria”
Uno hubiera dicho que el mayor tesoro de los grancanarios es precisamente su isla, pero no, son los turistas. Lo del lenguaje verbal de los actores entra ya directamente en el terreno del ridículo. Además, como los canariones no vamos a quedar por debajo de los chichas, nosotros no nos limitamos a sonreír, ¡qué va!, nosotros damos a los turistas el «Bravo de Laguna Special» y hasta los mimamos. ¿A cuento de qué tenemos nosotros que mimar a nadie? ¿Quién nos mima a nosotros cuando hacemos turismo? ¿Se puede ser más servil? ¿Por qué esa insistencia en confundir la elementalidad de dar un buen servicio y el tratar de implicar a toda la población en esta suerte de programa de reeducación como si los canarios no nos supiéramos comportar de manera educada? ¿Creerán algunos políticos que somos como ellos?
Por otro lado, no deja de llamar poderosamente la atención el orden de prioridades en cuanto a los “tesoros” de los grancanarios. En primer lugar, los turistas, que son la razón por la que hemos venido a este mundo. Luego, nuestro clima: algo que no elegimos, sino que nos tocó en la lotería meteorológica de la Creación, como a otros les tocó el clima continental o los monzones. Luego, los paisajes: algo que nos encontramos cuando nacimos, aunque no está claro que se los vayan a encontrar de igual manera futuras generaciones de camareros, perdón, de canarios. Por último, nuestra gastronomía, por si se diera la remotísima posibilidad de que algún turista probara algún producto canario o alguna comida típica, en lugar de la paella valenciana y la sangría española. ¿Y la cultura? En este anuncio dedicado a disciplinar a los canarios no aparece, por cierto, la cultura. No debe considerarse del interés de quienes nos visitan, por lo visto, aunque sí se dedican anuncios en televisión, y bien que me parece, a fomentar el interés por la actividad cultural de la ciudadanía en general. La cultura canaria no es uno de nuestros tesoros, habrá que concluir. Pero, eso sí, mientras constatan todo esto, y hasta que llegue la democratización de los sentimientos, no dejen de sonreír. En la tierra de la eterna primavera, las sonrisas están congeladas. No es frío. Es que nuestros políticos están observando.
NOTA: La cita de Néstor Martín Fernández de la Torre está tomada de Plan de Fomento de la Riqueza Insular, Santa Cruz de Tenerife, Excmo. Cabildo Insular de Tenerife, 1943-44; pp. 41 y 42; y está incluida en la obra citada más arriba a la que ustedes pueden dirigirse a través del hipervínculo.