Hace ahora diez años, se aprobaba en España la Ley de Memoria Histórica de 2007, que incluía medidas para la identificación y localización de los restos mortales de las víctimas de la Guerra Civil y el franquismo. Una de las principales medidas fue la elaboración de un mapa de los territorios donde se localizaban los restos de las víctimas.
Hace escasos años, en mayo del 2011, los indígenas Miwok de Vallejo (Solano, California), iniciaron una serie de manifestaciones y protestas porque el gobierno local quería construir un nuevo parque, en unos terrenos en los que están enterrados los antepasados de los nativos americanos.
Ambas situaciones ponen de manifiesto una realidad que trasciende fronteras: la preocupación por promover el respeto, la reparación moral y la recuperación de la memoria personal y familiar.
Hace escasos meses, el pasado 19 de octubre del presente año, se inauguraba en Las Palmas de Gran Canaria, en el Centro Atlántico de Arte Moderno y en la Sala Verneau de El Museo Canario, la exposición de Teresa Correa. Hablando de pájaros y flores, un proyecto en el que, como explica la comisaria de la muestra, Raquel Zenker, la artista emplea restos humanos históricos, a los que “da entidad artística y convierte en piezas con narrativas que cuestionan los preceptos de la ciencia”.
Una de las instalaciones que integra la referida exposición, bajo el título «Umbral, 2017», consiste en una estructura cilíndrica, construida a partir de un amasijo de restos óseos humanos, dispuestos de forma aleatoria y sin conexión anatómica. Según la comisaria, “pasado y presente se dan la mano en este proyecto sobre la arqueología de la imagen que aborda conceptos de identidad, tiempo, memoria y conocimiento”.
Los restos humanos en cuestión forman parte de la colección de El Museo Canario, pero se desconoce su procedencia exacta. Según información obtenida en la referida entidad, tales restos pertenecen a una colección que se cree llegó a la institución en la década de 1940 y que, al parecer, no pertenece al mundo indígena. Los huesos y los dientes no parecen presentar las patologías típicas documentadas entre los restos antropológicos de los antiguos canarios.
Una instalación artística de esta naturaleza, a pesar del anonimato de los restos mortales y de las dudas que existen sobre su procedencia y datación, debería motivar la repulsa inmediata por parte de la sociedad. Los ejemplos de los indios de California o de las víctimas del franquismo, aquí traídos a colación, son sólo dos casos de entre los múltiples conflictos que se registran, a escala mundial, en los países con sensibilidad hacia sus antepasados.
En esta ocasión, el anonimato de esos restos mortales y su incierta procedencia, “permiten” su uso con fines artísticos. Es sabido que la conquista y colonización de las Islas Canarias propició la aculturación de las comunidades indígenas y el progresivo etnocidio, es decir, la destrucción física de una parte importante de la población y del conocimiento ancestral que atesoraban. Asimismo, la falta de memoria histórica entre una parte de los canarios contemporáneos les ha llevado a ignorar las secuelas de la represión franquista. En este sentido, para un sector importante de la sociedad canaria, el indígena y las víctimas del franquismo son, simplemente, reliquias del pasado.
Proyectos artísticos como el de Teresa Correa contribuyen a hacer mucho más grande esa distancia que existe entre parte de la sociedad canaria contemporánea y nuestro pasado. La propuesta de Teresa Correa no fomenta una mayor comprensión de la historia ni de la cultura canaria. Antes al contrario, lo que propicia es el encubrimiento “del otro”, el desarrollo y la legitimación del punto de vista de las sociedades coloniales. Tal y como expone Enrique Dussel en su ya clásica obra 1492. El encubrimiento del otro: hacia el origen del mito de la Modernidad (1994), la Modernidad se originó en las ciudades europeas medievales, libres, centros de enorme creatividad. Pero nació cuando Europa pudo confrontarse con “el otro” y controlarlo, vencerlo, violentarlo; cuando pudo definirse como un “ego” descubridor, conquistador, colonizador de la Alteridad constitutiva de la misma Modernidad.
El proyecto de Teresa Correa, que permanecerá abierto hasta el próximo 21 de enero de 2018, profana el pasado histórico de Canarias. Los restos mortales expuestos, a priori de época histórica, jamás deberían ser tratados como bienes artísticos. La exposición pública, con fines artísticos, de estos restos mortales, independientemente de su antigüedad, atenta contra la integridad y la propia cultura de todos los canarios, pues somos nosotros, al fin y al cabo, los herederos de este legado histórico. No importa si existe o no una relación biológica directa entre una buena parte de la población canaria actual y esos restos mortales pretéritos.
¿Qué está permitido en el arte? ¿Qué manifestaciones artísticas pueden ser consideradas éticas? ¿Sería legítima la elaboración de una instalación artística con huesos procedentes de enterramientos indígenas, de las fosas del franquismo, o de algún cementerio histórico del solar canario? Obviamente no. El respeto hacia el pasado no lo marca la distancia temporal, sino la ética, es decir, nuestro comportamiento en la sociedad y nuestra conducta como seres humanos. El arte es una forma de expresión que sirve para comunicar sentimientos, ideas o historias. Tal y como plantea Martin Heidegger en su ya clásica obra El origen de la obra de arte (1973), las manifestaciones artísticas deben abrir un mundo y mantenerlo en imperiosa permanencia. Ser obra significa establecer un mundo, el acontecer de la verdad.
Con instalaciones artísticas elaboradas a partir de restos mortales, sean o no históricos, y estén o no identificados, se sigue dando cabida, en el imaginario popular, a una mitología encubridora e irracional que persigue, en última instancia, imponer a la Alteridad un proyecto unívoco y hegemónico, una falacia desarrollista. Se hace necesario, por tanto, proponer nuevos proyectos, desde la Trans-Modernidad, para respetar la dignidad “del otro” y co-realizar solidariamente sus expectativas, básicamente porque el patrimonio cultural es un proceso creativo, dinámico y multidimensional, a través del cual una sociedad funde, protege, enriquece y proyecta su cultura. El arte puede y debe ser transgresor, pero a partir del respeto hacia quienes transitaron por nuestro territorio antes que nosotros.
Tampoco debiera obviarse que según consta en el Artículo 4 de la Ley 4/1999, de 15 de marzo, de Patrimonio Histórico de Canarias, “los ciudadanos y los poderes públicos tienen el deber de respetar y conservar el patrimonio histórico canario y de reparar el daño que se cause a los mismos”. ¿Afecta esta disposición sólo al daño material, o también al daño moral?
Esta forma de producir arte, en definitiva, nos advierte sobre el posible destino que nos puede esperar tras la muerte: ¿llegaremos a formar parte de alguna colección descatalogada o de algún proyecto que “vive” a consta de la muerte de “los otros”? ¿Estarán a salvo de este destino sólo determinados estamentos sociales? Por ahora algo sí queda fuera de toda duda: el arte puede ser claramente clasista, pues solo los olvidados podrán “re-posar” en silencio en el frío de alguna instalación, abandonados al tiempo, como joyas de la desmemoria moderna.