El proyecto “artístico” de Agustín Ibarrola (Basauri, Vizcaya, 1930) para la isla de La Palma se llevará a cabo finalmente. El Ayuntamiento de Garafía ha puesto a disposición del Cabildo de esta isla los terrenos en los que se realizará esta intervención, que altera un espacio natural.
¿Qué propone el reconocido autor vasco con este trabajo? Ibarrola conoció La Palma de la mano del artista Facundo Fierro, de cuya iniciativa surge este proyecto que pretende dejar en la isla la huella de artistas de renombre, como el caso de Agustín Ibarrola. La intervención del artista está planteada en dos espacios, cercanos el uno al otro y ambos en el municipo de Garafía. La primera parte del proyecto se ejecutará en el Barranco de la Luz, en la zona conocida como La Fuente de La Huerta, donde pintará una de las paredes rocosas de dicho barranco, formando un fresco de unos 300 metros cuadrados. El artista empleará pintura al agua en su ejecución.
La segunda fase, denominada “Las Piedras de Ibarrola”, se ubicará sobre la montaña de Los Lisianes. En este llano instalará, dentro de un circulo de 45 metros de diámetro, cinco grandes amontonamientos de piedras secas, con un volumen de 75 metros cúbicos cada una de ellas, empleando en su ejecución material tomado del lugar. La propuesta del artista es pintar estos amontonamientos desde su interior y legar una especie de museo en la naturaleza, que proyecte Garafía al mundo y al turismo internacional.
Los propios vecinos de Garafía han mostrado su malestar por el proyecto, pues el artista vasco ha seleccionado un barranco ya de por sí atractivo, muy visitado al ser atravesado desde Santo Domingo hasta el Tablado por un sendero, y que está considerado como un corredor ecológico. En este sentido, los vecinos prefieren que esta iniciativa se haga, si se tiene que hacer, en otra zona degradada.
Ibarrola versus Manrique
Resulta inevitable no ver paralelismos entre este proyecto y el “caso Tindaya”, y no precisamente por la ascendencia vasca de Ibarrola y Chillida, sino porque en ambos casos, se intenta dotar de sentido artístico a unas realizaciones que afectan al patrimonio cultural y natural de Canarias. Pero quizás resulte más sugerente e inevitable sacar a relucir la radical diferencia que existe entre la concepción que Ibarrola y César Manrique (1919-1992) tienen sobre el paisaje cultural.
La historia de la construcción del territorio de La Palma es la de una comunidad rural que trabaja de forma esforzada, removiendo piedras y acumulándolas con maestría en ciertos puntos para obtener territorios de cultivo, y construyendo una arquitectura sobria, pero funcional. Se trata de un modelo de agricultura, con un extraordinario aporte de ingenio y trabajo humano. Pero la historia contemporánea de La Palma también es el resultado de la expansión platanera, de los trabajos de sorriba, del desarrollo de la construcción, de la eclosión turística, de la decadencia de la agricultura tradicional. El turismo parece el negocio mejor situado para engarzar La Palma a una economía global, y es aquí donde encuentra su acomodo el proyecto de Ibarrola. Sin embargo, mientras esto sucede, la economía palmera permanece estancada con una tasa de paro persistente y unos ingresos por habitantes inferiores al resto del Archipiélago canario, situación que ha provocado una emigración considerable hacia las islas capitalinas.
En el caso de Lanzarote, antes del despegue del turismo buena parte de la población malvivía de la agricultura y la pesca (debido a la aridez y al volcanismo reciente que cubre la Isla), y de la exportación de un parásito de las tuneras (la cochinilla), empleado como tinte. Esta herencia y la armoniosa unión entre naturaleza y cultura marcaron profundamente las vivencias, el pensamiento y la obra de César Manrique. Así quedó reflejado en su compromiso con el paisaje de la Isla, con el disfrute de una geografía peculiar. Manrique desarrolló el concepto de Arte Total al intervenir en disciplinas como la pintura, el paisajismo, la arquitectura o la escultura. Manrique precisó y construyó de forma colectiva un magnífico ejemplo de cómo mirar hacia el futuro y aprender a respetar nuestro territorio y nuestra cultura. Manrique construyó un auténtico paisaje cultural, una imagen vinculada a un territorio, a un lugar concreto, caracterizado por una cultura coherente y estable.
Todos estos postulados se plasman en los Jameos del Agua, en el Mirador del Río o en el restaurante en las Montañas del Fuego. Todos estos lugares forman parte del mapa mental de los habitantes de Lanzarote (y no sólo de los turistas), ya sea por su simbolismo o su belleza. En ellos Manrique aprovechó las oportunidades que brindaba el paisaje, recuperando lugares en desuso o, en algunos casos, con un alto grado de degradación. Y para ello intervino en tubos volcánicos, pero también recuperó terrenos de canteras y vertederos.
Mercantilismo versus conciencia
Frente a esta cosmovisión, el proyecto de Ibarrola no refleja un compromiso con el paisaje de La Palma; el proyecto de Ibarrola antepone su oficio de artista a su conciencia medioambiental; el proyecto de Ibarrola no nace de un verdadero proyecto territorial para La Palma, como sí fue el caso de Manrique para Lanzarote.
El proyecto de Ibarrola, en definitiva, nos lleva a hacernos algunas preguntas básicas al explorar el tema del arte como territorio de resistencia: ¿qué es el arte?, ¿qué es la resistencia?, ¿qué se resiste?, ¿para qué se resiste?, y ¿a qué nos referimos como territorio?
En el mundo moderno/colonial, la resistencia, en su sentido más amplio, quizás deba ser entendida como un esfuerzo por la re-existencia. Es decir, no se trata solamente de una cuestión de negar un poder opresor, sino también, y así lo hizo Manrique, de crear maneras de existir, lo que incluye formas de sentir, de pensar, y de actuar en un mundo que se va construyendo.
El proyecto de Ibarrola carece de conciencia medioambiental, es una simple afirmación del sentir estético y de la apreciación de lo bello por encima de la lógica utilitarista y funcionalista de la modernidad, pero sobre todo, impone una limitación a cualquier esfuerzo de re-existencia. La propuesta de Ibarrola no reclama el arte como territorio, como esfera de reafirmación de la vida, sino que parte de una visión del arte como esfera puramente estética. Y todo esto acontece, paradójicamente, en una isla como La Palma, en uno de los lugares del planeta con mayor concentración de manifestaciones rupestres por metro cuadrado; en un espacio en el que ya los antiguos pobladores indígenas concibieron el territorio y el mundo rupestre como elementos de reafirmación de la vida. Con sus grabados, con sus espirales, los antiguos palmeros perseguían propiciar condiciones naturales favorables, en relación con el agua, con el objetivo de garantizar la abundancia de los recursos naturales sobre los que descansaban sus estrategias de subsistencia.
El paisaje ha sido y es fundamental para la configuración de la memoria personal y colectiva. Cualquier amputación en ese paisaje interiorizado y vivido, supone asimismo una mutilación del yo, del nosotros.