Publicado originalmente el 16 de julio de 2015
Gran Canaria, años 50. Un arriero va de Agaete a Artenara con las cestas de mimbre llenas de pescado. Este año pudo guardar varios kilos para el trueque en Artenara. El año pasado llevó solo algunas piezas y solo consiguió a cambio algunas frutas y las papas chicas que los agricultores cumbreros rechazan, gracias a la amabilidad de uno de los campesinos artenarenses. Nuestro arriero no tiene burro. Camina cargando las cestas a hombro. El camino es largo, pero la esperanza de traer alimentos para su familia le ayuda a caminar. Cuando sube la enorme cuesta de el Sao que lleva a El Hornillo, se sienta a descansar un poco y a secarse el sudor. Los rigores de abril ya se notan en el clima.
Las cestas cada vez pesan más cuando pasa Barranco Hondo, pero la meta está cerca. Llega a Artenara cansado pero contento. Acude al mismo agricultor del año pasado, sabedor de su interés por el preciado producto marino. En Artenara el pescado es muy valorado, más cuando se acerca la Semana Santa. Le propone cambiar las dos cestas por dos sacos de papas de 50 kilos. La familia del campesino es grande. Además los sancochos en Artenara se hacen para muchos vecinos, así era por aquel entonces. La cosecha le ha ido bien y el arriero se ha ganado su aprecio. El problema será el transporte; volver a Agaete, bajando hasta Barranco Hondo y luego la empinada hasta el Sao para posteriormente llegar cerca de la costa, es un camino demasiado tortuoso como para llevar 100 kilos de peso.
El arriero de Agaete acepta, ante el asombro del campesino artenarense. Decide pasar varias horas de calvario bajo el rigor del sol. A cambio, su familia tendrá papas para todo el año e incluso podrá intercambiarlas en la costa por otros alimentos. El agricultor de Artenara no puede ocultar su cara de profunda admiración y respeto. Sin embargo, duda de que aguante todo el camino. Asomado a una loma, cerca a Juncalillo, observa al hombre de Agaete. El pescador desplaza unos metros uno de los sacos de 50 kilos, mientras deja el segundo atrás. El primero lo vuelve a dejar en el camino y vuelve atrás a por el segundo. Así, al golpito, va ganando terreno en dirección a la costa. Los poco más de 10 kilos de pescado que el agricultor acaba de recibir no se corresponden realmente con los 100 kilos de papas. El buen campesino quiso premiar al fiel arriero que venía todos los años cargado de pescado, a pie. A su vez, no creyó que pudiera trasladar los 100 kilos en los dos sacos que le ofreció. Lo tenía por un hombre abnegado para sacar adelante a su familia, pero creyó imposible la gesta. Nunca 100 kilos de papas, pensó, fueron tan bien empleados. Se quedó reflexionando un buen rato mientras el arriero se perdía entre las retamas.
Es solo una historia. Una de las tantas que forman parte de la lucha por la supervivencia en un medio insular como el nuestro, difícil, en épocas de escasez. Otros emigraron, salían temprano a faenar a la mar, araban la tierra con esmero, cultivaron en terrazas inaccesibles, domesticaron la naturaleza para obtener el sustento. «Sin esfuerzo, como le gusta al canario», que diría el anuncio del refresco falso ‘Chachocola’. Una campaña llevada a cabo por la empresa Ecovidrio supuestamente para concienciar contra los tópicos del reciclaje, usando para contraponerlo, tópicos canarios. «Sin esfuerzo, como nos gusta a los canarios», fue lo que tuvo que pensar aquel arriero de Agaete, feliz cuando se reunió con su familia, ya con los merecidos 100 kilos de papas. No se equivoquen, no critico la campaña de Ecovidrio. Si lo hiciera es posible que me dijeran que estoy falto de humor. Ellos usaron tópicos para acabar con otros tópicos. Yo uso historias reales, de las que viven en una cultura oral que se empieza a perder, para que se replanteen ciertos tópicos. Pero les ofezco una reflexión; ¿se imaginan que una empresa canaria usa la misma fórmula y ofrece tópicos sobre la cultura española? Los ofendidos hubieran hecho fila…