La diferencia esencial entre la actuación de Borja Casillas (Drag Sethlas) y la del resto de participantes en la Gala Drag del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria 2017, es que consiguió mover a más de uno de sus asientos. Con su iconografía (vestuario, maquillaje, coreografía, música y puesta en escena) plagada de alusiones a la Madonna del “Confessions Tour” que apareció en el escenario “crucificada” al son de “Live to tell”, su interpretación se inspira también en la Lady Gaga más provocadora, capaz como ninguna de articular un baile extraordinariamente sensual entre cruces invertidas, rosarios y hábitos de monja que mezcla levitación y fornicación en su videoclip “Alejandro”.
La fuerza escénica con la que irrumpió Drag Sethlas en las tablas se refleja en los gritos de admiración de un público que llenó, previo pago de entrada, el coso de la Gala. La transgresora belleza de su actuación fue avalada primero por el jurado que participó de la preselección, y posteriormente por las casi cinco mil personas que la coronaron.
Sin embargo, mientras a la mayoría que estábamos viendo la gala Drag ese 27 de febrero nos emocionó su actuación, una parte de la sociedad dijo sentirse ofendida en sus sentimientos religiosos, ¿por qué?
A la Iglesia católica siempre le ha molestado que los artistas se atrevan a mezclar sus símbolos y ceremonias -que considera sagradas- con los males de la humanidad de los que en buena parte es la propia Iglesia responsable. Haber matado en nombre del Padre, haber violado con el cobijo de sotanas y templos, sí es punible penalmente.
Lo que no resulta reprobable es que artistas de la talla de Borja Casillas hayan sido capaces de cautivarnos al son de las letras de Juan Magan y House, entre cuyas estrofas la representante de una ultracatólica asociación de cristianos dice haber descubierto la invitación a una felación que, tal vez en su inconsciente, ha imaginado.
Nosotros, que no nos flagelamos, en la actuación de nuestra Drag Sethlas solo vemos Arte.