Coincidimos, monseñor. Para convivir, el respeto es fundamental. Ahora bien, señor obispo, ¿dónde cree que debemos depositarlo? Más que los entes, ¿no serán las personas quienes merezcan respeto? La Trinidad, las figurillas, los crucifijos, las biblias… también los coranes o el Ramadán… ¿no tendrán el valor que sus creyentes le dan? Claro que las religiones son importantes, porque forman parte de la identidad de centenares de millones de personas. Y es a la gente, monseñor, a quién conviene respetar.
Pero, ¿qué tal si nos animamos a hacerlo con todas las identidades? También la espiritual, pero ni más ni menos que con las demás facetas de la personalidad humana. Aunque usted viva de ella, la religiosa no tiene por qué ser más valiosa que las identidades de género, clase, sexual, o nacional, por nombrar algunas.
¿Qué tal si empezamos por practicar el respeto que exigimos? Y no me dirá que es buena manera de respetar el empecinamiento porque quienes son distintos tengan menos derechos. Que es en lo que la jerarquía eclesiástica viene volcándose, con todos los resortes de su poder, en centenares de países del mundo en detrimento muchos y muchas.
¿Es respetuoso fletar guaguas para que una mujer que ama a otra mujer no pueda hacerlo con los mismos derechos con que lo hace la que ama a un hombre? ¿Lo son quienes impiden que cientos de miles de personas puedan formar familias con aquellos a quienes quieren y en quienes se apoyan? ¿Forma parte del respeto tratar de pecaminosas sus preferencias al irse a la cama? Déjeme que lo dude.
Y hablando de guaguas: ¿cree que están siendo respetados los niños y niñas cuya identidad de género no se corresponde con su sexo biológico, que ven pasar la publicidad sobre vulvas y penes de los ultracatólicos de HazteOír? ¿Hay una forma más dolorosa de faltarles al respeto que escribiendo bien en grande que lo que ellos son no cabe, no puede ser? Que ellos y ellas, en definitiva, no son y nunca podrán ser. No hace falta, monseñor, que sea misericordioso. Basta con la humana empatía para que también les dedique alguna lágrima, como dice que le brotaron cuando la gala drag.
Creo que convendría solventar primero el dilema del respeto, que ahora reclaman, para bajar luego a lo trivial.
Ahora sí: confiesa usted, monseñor Cases, que la jornada en que se celebró la gala más popular del carnaval de Las Palmas de Gran Canaria, la de los drag queen, vivió “el día más triste de su estancia en Canarias”. Lo de la “estancia” tiene un regusto como a vacacional… aunque también a carcelario. Espero que sea lo primero y que le siente bien el clima.
A partir de entonces se ha formado gran pelotera por la representación sobre el escenario de un espectáculo que incluía imágenes que emulan a una Dolorosa, un Cristo en la cruz y algunos nazarenos. Bienvenida la crítica y el derecho a expresarla, me gusta oírles.
Sin embargo, se equivoca monseñor al considerar que la jerarquía eclesiástica tiene la exclusiva sobre símbolos y sujetos del calado histórico y cultural de Jesús de Nazaret, María o la Cruz. Hablamos de algunas de las figuras que más han penetrado en las sociedades de medio planeta en los últimos 2 mil años. En los ritos y las creencias, sí, pero también en las costumbres y las festividades, las artes, la lengua y las relaciones entre personas. En la vida de los creyentes y en las de quienes no creen. Por tanto, señor Cases, la visión e interpretación sobre María, Jesus o la Cruz pueden y deben ser tan diversas como múltiples son las sensibilidades respecto a estos símbolos, que por elección o a la fuerza, han terminado siendo de todos.
¿Venida la Inquisición a menos, quién pone los límites de la blasfemia? Sin ir más lejos, en apenas 40 días tendrán la oportunidad, ustedes, la jerarquía eclesiástica, de utilizar esos mismos símbolos en una festividad como la Semana Santa. Que, cierto es, no tiene por aquí el arraigo de los carnavales; pero sí quizás en alguna de las diócesis por las que ha pasado.
Y entonces, pondrán a balancear imágenes de vírgenes dolorosas; harán desfilar procesiones de señores que se flagelan la espalda ante la imagen de Cristo hasta que les brota sangre. O que empalan sus brazos y tórax a un enorme leño hasta caer exhaustos. Habrá pies descalzos, encadenados y encarnados de penitentes. Teatralizaciones de crucifixión, espinas clavadas a la sien y latigazos. A usted todo esto le puede parecer muy bonito, a otros nos horroriza, pero prima el respeto.
Personalmente, creo que el mensaje que dejó Jesucristo tiene más de amor que de dolor, y que seguramente combine mejor con el color de una gala drag que con el ambiente tétrico que en pocos días algunos tendrán la oportunidad de bendecir. Pero esa es mi visión, afectada por mis circunstancias, mi modo de ver el mundo y el “carnaval te quiero”. Porque como decíamos, hablamos de figuras y símbolos universales, tan abstractos y flexibles que lo mismo han servido para inspirar a misioneros y santos, que para acompañar espadas de genocidas y a dictadores bajo palio. Coincidirá conmigo, señor Cases, que en 2 mil años de historia, y con tantas miserias por resolver, lo de Drag Sethlas no deja de ser una minúscula anécdota. No llore usted por nada.