Cuenta el insigne filósofo, historiador y teólogo argentino Enrique Dussel que en su juventud debió hacer escala en Brasil en su largo viaje en barco hacia España. En ese país vecino de la Argentina encontró una realidad totalmente desconocida para él dónde le llamó especialmente la atención el mundo ‘afro’ brasileño. Dussel se preguntaba cómo era posible que siendo argentino desconociera una realidad tan próxima a su país en claro contraste con los amplios conocimientos que poseía sobre la lejana España, París, Roma… Esta paradoja que padecemos los pueblos periféricos marcaría su futuro desarrollo filosófico decolonial que cuestiona estos descentramientos derivados del orden global.
Esta misma contradicción, evidencia de nuestro descentramiento, la vivimos los canarios que visitamos nuestro entorno africano más cercano ya sea el insular (Cabo Verde, Madeira…) o continental. Un mundo totalmente desconocido que, aun estando aquí al ladito de Tuineje, le damos la espalda e ignoramos hasta el ridículo. Así un servidor que, habiéndose movido por Europa jamás había visitado el vecino Marruecos, me dispuse a lanzarme a la aventura de vivir sin saber exactamente lo que me esperaba en una ciudad en la que no conocía a nadie.
Con todo, partí hacia Agadir comprobando que un pequeño avión de Gando a Berbería se llega en el día, para ser más concretos en menos de dos horas. A pesar de coger el billete con antelación el precio es ciertamente elevado para la distancia, ¿cómo es posible que un pasaje a Madrid pueda ser menos de la mitad? cosas de los monopolios, supongo. Con un excelente día y, tras sobrevolar las islas majoreras, en un rato se comienza a divisar en la lejanía la silueta de las costas que durante siglos nuestros costeros frecuentaron ¡era el Continente! las vecinas tierras de las cuales en el pasado debieron de partir, sin que sepamos aun como ni por qué, los ancestros de los ancestros canarios. La ciudad de Agadir, las montañas del Atlas, la inmensidad de un verde llano del Sus del mes de diciembre se podían apreciar desde el ventanuco del aeroplano.
Tras un tranquilo aterrizaje en el pequeño Aeropuerto Internacional de Al Massira te dispones a rellenar, con el conjunto de viajeros, la ficha de entrada que debes entregar a la policía junto al pasaporte. Tras cambiar el dinero y salir al exterior me recibirían con los brazos abiertos y la amabilidad que les caracteriza mis únicos contactos en la ciudad; los reconocidos hispanistas amazighs marroquís Ahmed Sabir y Hassan Bagri, catedráticos del Departamento de Estudios Hispánicos de la Universidad de Ibn Zohr de Agadir.
Mi emoción fue mayúscula al conocer en persona al profesor Sabir autor de la indispensable obra “Las Canarias preeuropeas y el Norte de África” que aborda algunos paralelismos culturales y lingüísticos amazighs entre nuestras islas y su región natal del Sus. Ambos académicos han hecho un esfuerzo personal y profesional muy loable por fomentar las relaciones con las universidades canarias mediante la firma de convenios y la celebración en Agadir del Primer Encuentro Marruecos-Canarias sobre temática común en 1994 que marcó un antes y un después en las relaciones entre nuestras universidades. Sin su indispensable ayuda mi estancia hubiera sido más compleja por lo que siempre estaré bastante agradecido.
Saliendo del aeropuerto, ubicado a las afueras de la ciudad, recorremos una autopista en medio de la luminosa inmensidad de la llanura del Sus salpicada por el omnipresente árbol de Argan, auténtica bendición y símbolo de la región del Sus. Los pequeños rebaños de cabras y ovejas pastan apaciblemente bajo la conducción de pastores palo en mano. De repente, un rebaño cruza la vía y detiene el tráfico, quizás en ese preciso instante tomé clara conciencia de dónde me encontraba. Al fondo, en el horizonte, el sublime Monte Atlante, es decir, la cordillera del Alto Atlas y a sus pies la inmensa ciudad de Agadir, con sus grandes concentraciones urbanas periféricas como Ayt Mllul e Inzgan.
Ese día inolvidable todo fue intriga, curiosidad y una extraña sensación de cercanía y tranquilidad en una tierra que no encajaba con el imaginario colectivo de muchos paisanos de las islas. Era más bien la percepción que pudo tener Enrique Dussel en el cercano y desconocido Brasil, una especie de descubrimiento que te hace preguntarte a ti mismo, ¿por qué no miramos nunca para este lado? ¿Por qué le damos la espalda?
Continuará…