Participar en una excursión en otro país es algo que siempre puede despertar cierta inquietud. ¿Podría pasar desapercibido como uno más? ¿llamaría mucho la atención? No les voy a engañar, lo cierto es que si no hablaba podía pasar desapercibido como uno más ya que mi aspecto físico no despertaría sospechas… pero estas cavilaciones resultarían vanas cuando llegué al punto de encuentro y me presentaron públicamente como extranjero, español de la Universidad de Las Palmas.
Saltando por encima de mi timidez natural afronté la situación y a decir verdad me alegró. He de confesar que el hecho quizás mereció la pena ya que entre los estudiantes uno de ellos se mostró muy interesado en mi procedencia canaria. Y es que no les voy a negar que cuando a uno le llaman ‘guanche’ fuera del archipiélago emociona, al menos a mí no me importó ser un isleño de nuestro siglo nacido en Gran Canaria. Además, soy consciente de la carga simbólica y sentimental que este etnónimo ha implicado para nuestro pueblo y su alcance internacional. No era casualidad, el estudiante era amazigh concienciado de su identidad e historia y lo más curioso es que había sido testigo de la historia de Canarias a través de la mágica ventana que ofrece el cine. Así, me contó cómo pudo ver en el festival de cine amazigh de Issni n’Ourgh celebrado en la ciudad de Agadir, el cortometraje canario de Ansite dirigido por el teldense Armando Ravelo. En el que, por cierto, resultó ganador.
En el trayecto en guagua hacia el sur saliendo de la ciudad pude comprobar a lo lejos una estampa que, aún lejana, impresionaba; la majestuosa cordillera del Alto Atlas con sus cumbres cubiertas de blanco, en pleno diciembre las nieves ya habían hecho aparición en esta eminencia orográfica. Mientras, a unos pocos centenares de metros dos hombres cabalgaban unos camellos cerca de la carretera… era la primera muestra que comprobaba por mí mismo los contrastes del país vecino. En unos minutos llegamos a nuestro destino; la pequeña localidad de Sidi Bibi (sidi es ‘señor’ en árabe y bibi es ‘pavo’ en bereber) con su característica estatua del tajin gigante. Se trata de un pueblo o pequeña ciudad ubicada en una llanura y desarrollada en torno a la autopista dirección sur, no obstante, el objetivo de la visita era conocer la labor desarrollada por una asociación de desarrollo local.
A pesar de que la mayor parte de los estudiantes eran bérbero hablantes, como después pude comprobar, la visita guiada fue en árabe marroquí por lo que, obviamente, sólo pude instruirme por lo que veía y los breves resúmenes en francés que alguien me hacía. La razón es que en esta macedonia de lenguas que es Marruecos, como ya expliqué en la crónica IV, el árabe dialectal marroquí conocido como darija, es el más extendido. A pesar de que nos encontremos en una región amazigh hablante, la inmensa mayoría de los berberófonos son bilingües y dominan el darija, cosa que no ocurre con el francés, lengua que no todos los marroquís conocen.
Pero dejemos la sociolingüística y volvamos al motivo de la visita; conocer una asociación de desarrollo local. Una de las cuestiones más interesantes de la sociedad marroquí es su elevado asociacionismo, es habitual que muchas localidades cuenten con asociaciones de todo tipo. Esta clase de colectivos adoptan un papel activo en el desarrollo ya que el estado no garantiza los servicios mínimos en numerosos rincones del país. No es un secreto que el reino vecino es un país profundamente desigual no sólo desde el punto de vista de clases sociales sino desde una perspectiva regional. El frenético ritmo de crecimiento económico alauita revela también grandes desequilibrios entre las regiones urbanas y centrales -casi siempre árabes-, y las regiones montañosas y rurales -casi siempre bereberes-.
Así, son habituales las cooperativas agrícolas, cooperativas de mujeres que trabajan el argán, asociaciones de desarrollo local, etc. El origen de este asociacionismo local se encuentra en la propia tradición amazigh de la ‘tawiza’ o ‘tiwisi’, es decir, trabajos comunitarios voluntarios de las poblaciones de un pueblo para el beneficio de la colectividad. Como es obvio, esta tradición colectiva es común a muchos pueblos y también era frecuente en las islas para tareas comunes de un vecino o localidad. Eran las denominadas ‘juntas’, conocidas también la isla de La Palma como ‘gallofas’. En definitiva, se trata de una suerte de asociaciones de vecinos implicadas en el propio desarrollo local que las instituciones no garantizan.
Era el caso de la Asociación Ouled Mimoun para el Desarrollo y la Cooperación, que fue creada a partir de la década de los noventa tras una larga sequía con el proyecto de una canalización de agua para garantizar el abasto a la población. Así, se siguió con la construcción de una sede, una escuela primaria, un complejo sociocultural y el desarrollo de actividades culturales y deportivas. Con el apoyo de subvenciones y ONG’s, la asociación presumía de los logros obtenidos y con razón. Un ejemplo de la importancia del asociacionismo y la articulación de la sociedad civil para el beneficio mutuo que, en estos tiempos de adoctrinamiento individualista, nos convendría tener en cuenta.
CONTINUARÁ…