Aquí estaba al fin en la que sería mi nueva ciudad de residencia. La vieja ciudad de Santa Cruz de Aguer, hoy llamada Agadir (ⴰⴳⴰⴷⵉⵔ ‘granero colectivo fortificado’ en amazigh), fue fundada por los portugueses nueve años después que los castellanos fundaran Santa Cruz de Tenerife. Ambos lugares formaban parte de aquellos territorios atlánticos africanos por los que los reinos ibéricos se estaban expandiendo durante los siglos XV y XVI. A diferencia de nuestras islas, en estas tierras continentales las poblaciones locales lograron expulsar a los europeos décadas después. Este dato sorprendente, del que fui advertido por un enamorado de la historia como el Profesor Ahmed Sabir, es uno de los tantos desconocidos de la historia común entre la vecina costa continental y las Islas.
La imagen que un servidor poseía de Agadir no era muy diferente a la de muchos canarios; una pequeña ciudad turística marroquí que hace años veíamos en carteles de promoción turística. Incluso oímos hablar de las empresas canarias que allí invertían. No obstante, la primera impresión de la ciudad en la que iba a residir es que era más grande de lo que suponía, en efecto, aproximadamente el doble de la ciudad de Las Palmas como bien indican sus datos demográficos. La capital de la región del Sus daba la sensación de ser una ciudad exclusivamente turística comparable, como me habían dicho, a Playa del Inglés, apreciación que resultó ser todo un reduccionismo. A pesar de que el centro de la urbe se ubica junto a su inmensa playa y sus zonas hoteleras, hacia el interior se extienden inmensos barrios hacia el sur y este.
Surcada por grandes avenidas, sorprende el orden en la planificación ya que carece de casco histórico conservado debido a un trágico hecho que marcó un antes y un después en su historia. El brutal terremoto de 1960 arrasó con la vieja ciudad y causando miles de víctimas. No obstante, este hecho no impidió que la ciudad resurgiera de sus cenizas alejándose unos kilómetros del centro sísmico bajo una moderna planificación.
Playa de Agadir
¿Cuál es la mejor playa de Canarias? Pues la de Agadir. Esta era la broma que el antiguo alcalde de la ciudad solía hacer a los canarios. El motivo se debía a la autoría de arquitectos de las Islas con el patrocinio del Gobierno de Canarias en el diseño de la avenida de la playa conocida como La Cornice. En efecto, a cualquiera le recordará la de la afamada Playa de Las Canteras de la capital grancanaria. En mi caso personal, criado en dicha playa, me sorprendió gratamente conocer otra playa urbana más grande y extensa, ¡casi interminable!
Los hoteles nos pueden recordar a las zonas turísticas canarias, e incluso algunos sorprenden por sus denominaciones bereberes que nos pueden sonar a los canarios; Argana, Almoggar, Tildi…
El hito orográfico que domina la playa y el conjunto de la ciudad es sin duda la montaña de Agadir Ufella (‘Agadir de arriba’ en lengua amazigh) dónde encontramos el origen de la ciudad. Llama la atención la inmensa inscripción en árabe en su ladera الله الوطن الملك (Allah, al-watan, al-malik) ‘Dios, Patria y Rey’ que domina la playa noche y día.
Como buen isleño tan pronto como me fue posible corrí en busca del Océano y así llegué por la tarde. Sentado en la orilla continental escuché el sonoro Atlántico que nos separa y nos une. Pensé en los siglos de historia de esta plácida bahía atlántica, en los cientos de portugueses que vivieron aquí, en la construcción de la Kasbah en 1572, en los contactos comerciales entre europeos y canarios en el s. XVII cuando esta rada perteneció al reino amazigh de Tazerwalt. Me acordé de los comerciantes holandeses que se instalaron en 1746, de la decadencia de Agadir cuando la Dinastía alauita castigó a una rebelde región del Sus en 1760. Recordé la crisis alemana-británica de 1911 en relación a las pretensiones germánicas sobre la región y la ocupación colonial francesa a partir de 1913. Incluso ¿Cómo no acordarme de los anónimos costeros canarios que durante siglos debieron navegar estas costas?
Pero si unos protagonistas merecen ser recordados son sus pobladores originarios, esos pescadores y comerciantes que, a pesar de decadencias y terremotos, mantuvieron viva Agadir. Pero ¿De qué me sonaba toda esta historia? Reflexioné. Vaya, va a resultar que el mestizaje y el cosmopolitismo atlántico no es sólo patrimonio de Canarias y sus puertos.