La Palma no es esa isla bonita de calderas volcánicas, barrancos verdes y cascadas sorprendentes y únicas en Canarias, en Los milagros prohibidos el paraíso palmero se transforma en un laberinto infernal donde luchan hombres en desigualdad de condiciones, unos tienen de su lado a los caciques, las armas, los cuarteles y hasta a los representantes de dios en la tierra, y otros solo la fuerza de ser fieles a sí mismos, solo el amor de los suyos que se torna clandestino para evitar arriesgar vidas y haciendas.
Cuenta Milan Kundera en El Telón que debe diferenciarse a los criminales de los rebeldes. Los criminales no cuestionan el orden establecido, se sirven de él, creen que pueden hacer lo que consideren. Los rebeldes quieren cambiarlo. Los milagros prohibidos de Alexis Ravelo es una historia de criminales que se sienten rebeldes. Entre los criminales algunos se justifican diciendo que se guían por la autoridad, entienden que hay que obedecer al gobierno y la ley, aunque sea un gobierno nacido de crímenes sin resolver y asesinatos y desapariciones que no se investigarán. Pero otros prefieren pagar el precio de desobedecer, aunque te conviertan en un fugitivo, en un alzado al que el poder y sus sicarios retratan como a un delincuente “cuyo delito había sido permanecer fiel a sí mismo”.
Antes de comenzar a escribir la novela Alexis Ravelo viajó a La Palma para documentarse, y el texto demuestra que estudió la isla y la historia de la represión fascista, aunque no utiliza los datos para exhibirlos con pedantería, más bien los aprovecha para entrar en la psicología de los contendientes. Porque hubo dos bandos que ni actuaron igual ni representaban lo mismo, y Alexis Ravelo se atreve a retratarlos sin equidistancia, el narrador renuncia a la pose de falsa neutralidad y se pone del lado de los perseguidos sin dejar de retratar la psicología de los perseguidores (un bando en el que no todos piensan igual y algunos personajes como el sargento Vidal se plantean poner freno a las tropelías de los falangistas).
Uno acaba la lectura de “Los milagros prohibidos” con ganas de leer libros de historia de la Semana Roja de La Palma, de buscar nombres reales y lugares precisos, con ganas de encontrar a Agustín Santos entre los maestros republicanos y a Floro el Hurón entre la turba falangista, con ganas de descubrir a Juan Padilla, a Justino Paz, a Sabino…, a los que se alzaron contra el fascismo, es decir, contra el crimen organizado, con ganas de comprobar que Ravelo no se inventó que en los tiempos grises hubo unos ojos verdes que amaban como Emilia, unas madres como Rosita que reprochaban a sus hijos que se juntaran con la chusma fascista, que “Para parirte a ti mejor hubiera parido un saco de papas. Por lo menos hubiéramos comido papas un mes”.
En aquellos tiempos en los que la esperanza podía ser lo primero que se perdía hubo muchos que se sabían en el bando equivocado, y hubo intelectuales dispuestos a enchumbarse y embarrarse, a recorrer barrancos con la misma tenacidad con la que habían recorrido libros, igual que el cantor retratado por Silvio Rodríguez en su canción a Santiago de Chile “dispuestos a cambiar cada cuerda por un saco de balas”. Hubo izquierdas desunidas y derechas que tenían claro a quienes servían y de quienes se servían.
La novela publicada por Siruela en la colección Nuevos Tiempos y distribuida por la Península Ibérica obligará a más de un lector o lectora a buscar la web de la Academia Canaria de Lengua o un diccionario de canarismos porque el autor de Los milagros prohibidos escribe sin complejos sobre personajes que se enchumban con la lluvia, que apartaban las lajas en el barranco y madres que tratan de usted a los hijos cuando se enfadan y los llaman zarandajos si hace falta.
Una novela de amor y de guerra donde el autor no abusa de la sangre, donde aparece la tortura, pero sobre todo las ideas, la de los hombres fieles a sí mismos, con sus dudas y sus amores, y la de los oportunistas, con sus odios y sus venganzas… La memoria frente al intento de dejar las heridas abiertas y las cunetas cerradas en un país como Canarias en el que muchos defendieron durante décadas que aquí Franco tenía todo controlado en la tercera semana de aquel julio de 1936, que, nos dijeron, no hubo alzados, cuando la realidad es que tuvieron que usar barcos como cárceles porque la represión fue masiva.
La Semana Roja fue el inicio de un largo invierno que superó los límites de la estación más fría. Que duraría más de 40 años (los más pesimistas tienen razones para pensar que mientras haya un gobierno que subvenciona con dinero público a una fundación que hace apología del dictador fascista el invierno no se ha marchado). Estamos ante un escritor que sabe contar lo que pasa, manejando los ritmos, los personajes, con talento y estilo, cuidando la trama y el desenlace, un narrador que antes de ponerse a escribir leyó buena parte de lo publicado sobre la represión franquista en La Palma y de forma especial los libros sobre la Semana Roja escritos por Salvador González Vázquez, y viajó a la isla bonita para hablar con él. Alexis Ravelo reivindica la memoria de los hombres que fueron fieles a sí mismos, que hicieron la historia que las mujeres sufren, también nos cuenta el importante papel de mujeres como Emilia, Ma Carmita, Rosita, Adela… mujeres que hicieron nuestra historia pensando que simplemente la sufrían.
@juanglujan