Las Palmas de Gran Canaria y especialmente el Parque Santa Catalina (Puerto, Las Canteras, La Isleta y otras zonas adláteres) siempre tuvieron un sabor diferente. El hecho de constituir la entrada urbana del puerto más importante del África Occidental lo convirtió casi desde sus comienzos en espacio de encuentro intercultural y también de libertad y tolerancia a muchos niveles: económico, cultural, religioso, también sexual. De algunos de estos aspectos habló Ángel Sánchez en sus Ensayos sobre cultura canaria (más concretamente en el capítulo dedicado a «la marcha»). El cantautor Braulio también quiso inmortalizar ese sabor en algunas de sus canciones. Mucho antes de que Franco muriera, la homosexualidad, el travestismo, también sus aspectos más sórdidos, convivían con la sociedad isleña por los alrededores de la calle Ripoche. Ya Los Shadows habían hecho unos cuantos bolos y hasta una película con Cliff Richard al frente en nuestro Parque, se conseguían artículos de la prohibida Rusia a precios razonables, el bolívar circulaba con total libertad y un carnaval transgresor, no bien visto, no de baile de salón, venía por la Punta de la Isleta… Desde luego, había represión y no se puede hablar ni de lejos del clima actual pero, sin ánimos de idealizar nada, en eso como en tantas otras cosas, Las Palmas de Gran Canaria iba muy por delante de la Castilla mesetaria.
Han pasado muchos años desde aquel Catalina Park que inmortalizara Orlando Hernández en 1975. Afortunadamente, vivimos tiempos de tolerancia como acaso jamás se imaginaran. Ha llegado el tiempo en que las instituciones públicas se implican activamente junto a la sociedad civil en la celebración del 28-J, Día del Orgullo LGTB. Tal hecho es contemplado con total naturalidad e incluso festejado. Debemos estar razonablemente satisfechos. Y, sin embargo, afloran los complejos del pasado y, por lo visto, también del presente. Lejos de reivindicar la larga historia libertaria del Parque Santa Catalina, los gestores de la cosa pública -supongo que en alianza con los llamados representantes de la sociedad civil- piensan que nada mejor para celebrar el 28-J que disfrazarse de lo que no se es, o sea, de Chueca, el barrio madrileño que ha pasado a ser bastión del movimiento LGTBI en los últimos años. ¿Por qué? Desconocimiento, complejo, falta de imaginación, descentramiento, tortícolis mental, una mezcla de todo… y, como resultado final, el potaje mental, el absurdo disparate de ponernos a imitar lo que hasta hace muy poco tiempo no era sino un barrio más de Madrid, lleno de hostales para los inmigrantes de provincias, bares de oreja y criadillas para parroquianos, iglesias para las viejitas y que sólo de la mano del reciente proceso de gentrificación -no olvidemos este aspecto de la historia- se ha convertido en lo que se ha convertido.
Se ha perdido una excelente oportunidad para reivindicar nuestra Historia, nuestros personajes, la memoria de un barrio y un orgullo/Orgullo legítimo, no impostado ni importado. También de convertir el 28-J de LPGC en auténtico referente canario y no una copia del de Madrid. Hemos preferido, como tantas otras veces, dar rienda suelta a nuestras inseguridades y travestirnos de lo que no somos. Alguien aquí se ha confundido y ha querido adelantar los Carnavales. Desde luego, en la sociedad canaria se ha avanzado mucho en algunos aspectos pero en otros seguimos sencillamente en pañales, por mucha pátina de modernidad que les quieran dar. Esperemos que en años venideros, alguien con más tino, conocimiento y respeto por nosotros mismos, oriente una fecha que debe ser verdaderamente liberadora y no motivo para la alienación cultural.
P.S: Heredero de esa tradición que ahora se ningunea, el Parque Santa Catalina actual: ágora, cambulloneo, flirts, ambiente, ajedrez, palmeras canarias, cruceros, música, gatos, desayunos al golpito…