Mañana martes conoceremos por fin qué ciudad será la escogida para compartir la capitalidad europea 2016. Las Palmas de Gran Canaria cuenta con atributos y méritos sobrados para superar a las demás candidaturas, pero parte penosamente lastrada por la gestión del anterior equipo municipal, liderado por Jerónimo Saavedra. A la reacción tardía del alcalde hay que sumar la improvisación generalizada y la manifiesta falta de fe en el proyecto (al respecto recomiendo dos notas excelentes del periodista Míchel Jorge Millares, publicadas en su perfil de Facebook). Actos de promoción cultural como la toalla más grande del mundo, el concurso de besos o el récord guinness de danza del vientre dan buena muestra de lo que Saavedra y su equipo consideran cultura y participación ciudadana; iniciativas como la exposición de esculturas de Rodin o de Chirino en la calle Triana, completamente descontextualizadas, son ilustrativas de la falta de un hilo conductor que cohesione un proyecto general, sólido, sobre el que fundamentar la capitalidad cultural. Banalización de la cultura, expuesta como mero espectáculo contemplativo.
Hace varias semanas pude visitar las ciudades de Turku y Tallinn, capitales de la cultura 2011. Sin entrar en los detalles, lo que más recalcan los responsables de ambos proyectos es precisamente aquello de lo que carece la candidatura de LPGC 2016: primero, la presencia permanente de la cultura en la vida cotidiana de todos los ciudadanos, más allá de exposiciones, museos, actos, teatros (con ideas tan sencillas como por ejemplo que los estudiantes de arte dramático se sienten junto a un pasajero en la guagua o el ocupante de un banco en un parque y le reciten poesía de autores locales). Y cuando digo los ciudadanos, me refiero a todos, incluidos todos los barrios, cada uno con proyectos específicos que montan los propios vecinos.
Segundo, el lugar prioritario que ocupan la cultura y la historia de ambas ciudades en sus respectivas capitalidades, un poso que cohesiona el proyecto, que sirve de raíz desde la cual expandirse y proyectarse al mundo, con los pies bien firmes en la tierra que pisan. En el caso de LPGC 2016 esa base fundamental no pasa de referencias vagas a la tricontinentalidad y a la palabrota vacía de la ultraperificidad, o de mezclar comparsas con rondallas para demostrar la participación popular al jurado.
No quiero ser injusto con nuestra ciudad: de alzarse con la capitalidad, hay tiempo para dotar de contenido el proyecto, de darle forma a lo que por ahora sólo es mera potencialidad. Tiempo no sobra, pero lo hay. Lo que no sé si hay es visión, voluntad y confianza en las propias posibilidades y en nuestra gente. He ahí el lastre que arrastra la candidatura de LPGC 2016, y que reduce muchísimo las probabilidades de ganar mañana. Si nuestra candidatura se proclama vencedora, será a pesar de Saavedra y su equipo.