
Ya pasó una semana desde las elecciones generales que algunos quisieron convertir en segunda vuelta. No hubo tal cosa. Más bien otra vuelta de tuerca en el dominio aplastante del Partido Popular, que incluso mejoró resultados. En nuestro país, sólo dos de los diputados elegidos lo fueron como miembros de fuerzas de obediencia canaria -Ana Oramas y Pedro Quevedo- que jugarán, sobre todo la primera, al histórico juego de ser los interlocutores canarios en Madrid. Nos sabemos la letra de la canción: dinero para carreteras y poco más. Nada parecido a cuestionamiento del status archipielágico, apoyo a una reforma estatutaria emanada del Parlamento canario, aguas territoriales o una financiación para las islas que no sea otra cosa que conformarse con las migajas que sobran, una vez contentados ellos. Si ya somos escépticos ante los frutos de semejante apuesta, ¿qué decir que los trece diputados elegidos por fuerzas sucursalistas? Ni en sus programas aparecía Canarias más que en vaguedades, inconcreciones, que revelaban dónde estará siempre la centralidad de sus preocupaciones. ¿Qué decir también de un Senado dominado por el PP con mayoría absoluta? Ni en la vieja ni en la nueva política encontramos motivo para la ilusión.
Hay que aceptar la voluntad popular expresada en las urnas. Otra cosa sería caer al nivel de la oposición venezolana, que siempre cuestiona el sistema electoral cuando pierde, nunca cuando gana. Ahora bien, predicar el conformismo no es nuestro propósito. Tampoco un falso triunfalismo importado: las ventanas de oportunidad, los momentos históricos, … han dado paso a una realidad bastante más modesta. Las olas imparables murieron mansas en nuestras orillas. No hay -es obligatorio decirlo a pesar de las excepciones localizadas- una fuerza política que encarne, sin intermediarios ni interferencias, las demandas de autogobierno, mejora democrática, progreso social y desarrollo sostenible que entendemos como irrenunciables. Corresponde a aquellas personas dedicadas a la labor política, en cualquiera de sus ámbitos, la tarea de allanar el camino para que algún día nazca dicha opción. No hay atajos ni cordón umbilical que valga. Hasta que esto no suceda, seguiremos entregando votos canarios a cambio de miserias, sorprendiéndonos por los resultados, aturdidos, sin saber qué nos pasa; envidiando secretamente la asertividad y el coraje con el que en otros territorios afirman su propio camino. Y ellos, allá, en sus cosas mientras nosotros no estamos en las nuestras.