Publicado originalmente el 7 de mayo de 2016
Se suele entender por inteligencia colectiva aquella inteligencia grupal o compartida que surge de la colaboración, de los esfuerzos colectivos y la competencia de muchos individuos. Así, un grupo puede conseguir resultados excepcionales por el hecho de colaborar de cierta manera, aunque sus integrantes no tengan capacidades excepcionales. Según Pierre Lévy, “es una inteligencia repartida en todas partes, valorizada constantemente, coordinada en tiempo real, que conduce a una movilización efectiva de las competencias. Agregamos a nuestra definición esta idea indispensable: el fundamento y el objetivo de la inteligencia colectiva es el reconocimiento y el enriquecimiento mutuo de las personas, y no el culto de comunidades fetichizadas o hipostasiadas”. La inteligencia colectiva, además, se caracteriza por tomar decisiones por consenso.
Precisamente la inteligencia colectiva es uno de los valores fuerza con que se presentó Podemos como proyecto político; en ella incidió durante la campaña electoral Juan Manuel Brito, candidato de Podemos al Cabildo de Gran Canaria y posteriormente Consejero de Medio Ambiente, es decir, responsable de las medidas de reforestación y de control de cabras asilvestradas en Guguy, Inagua y Tamadaba.
Es obvio que las cabras no deben poner en peligro los necesarios esfuerzos de reforestación, y que el Cabildo debe tomar medidas para evitarlo. Mucho hay que hablar sobre la procedencia de esas cabras y de cómo, cuándo y por qué quedaron sin control. Sin embargo, pasadas varias semanas, resulta igualmente obvio que la corporación insular ha manejado la tarea de manera errática en el mejor de los casos, con increíble torpeza en el peor. Y reduciendo los cantos a la inteligencia colectiva a eso, a meros cantos de sirena.
Todo apunta a que el Cabildo en ningún momento ha tratado de aprovechar el conocimiento ancestral atesorado por la cultura popular de este país, el más adaptado a sus circunstancias; no parece que la Corporación haya tratado de planificar una actuación a largo plazo que aglutine a cabreros y pastores, pero también saltadores, cazadores e incluso montañeros y escaladores de todas las Islas, y así contar con las personas más idóneas para llevar a cabo apañadas coordinadas (y justamente remuneradas) que resultaran eficaces. Y que se abatiera, entonces sí, sólo las últimas cabras que hubiera resultado de verdad imposible apañar. El Cabildo ha preferido desechar sin más las apañadas por ineficaces sin haber hecho antes un esfuerzo de organización proporcional a la magnitud de la tarea, y acude a las primeras de cambio a tiradores traídos de fuera. Adiós, inteligencia colectiva.
La intensidad de la contestación social sorprendió a más de uno. La crítica de gran parte de la población, espoleada por imágenes de animales heridos agonizando en lugares no precisamente inaccesibles, cogió con el pie cambiado a nuestros representantes insulares. Primero adujeron la ineficacia de las apañadas, sin contar con la opinión de expertos independientes como Juan Capote, Presidente de la International Goats Association. Luego esgrimieron el manifiesto en el que decenas de expertos en medio ambiente, muchos de ellos afines a las fuerzas políticas del gobierno insular, defendían la actuación del Cabildo en cuanto al qué, pero sin aportar nada en cuanto al cómo, la madre de la baifa. Después surgió el argumento peregrino de que en todas las islas oceánicas se procede así, incurriendo en la falacia de que lo que sirve para uno sirve para todos (one size fits all); se trazan además comparaciones insostenibles con Es Vedrà, islote deshabitado equivalente a un cuarto de superficie de La Graciosa, y por tanto incomparable con el oeste de Gran Canaria, o con Galápagos, donde las cabras asilvestradas era decenas de miles y la población local participó en las batidas tras recibir formación. También se expuso que la Comisión europea retiraría los fondos Life+ para la reforestación si no se tomaban medidas, cuando estas no tienen por qué ser exclusivamente batidas, máxime si el Cabildo expone a los expertos europeos que otras medidas menos cruentas bien planificadas, adaptadas y concertadas pueden ser eficaces. Igualmente se planteó la seguridad de los participantes como impedimento para organizar apañadas, preocupación perfectamente legítima, pero que queda en entredicho con la última propuesta de la corporación grancanaria: después de tantos dimes y diretes, después de aducir razones de ineficacia, seguridad, obligación europea, se hace así en todo el mundo, etc, el Cabildo recula y autoriza el 22 de abril las apañadas que hasta entonces parecían imposibles. Y lo hace dirigiéndose a las personas interesadas en capturar cabras asilvestradas en el monte público, así en general. Ni rastro de planificación a largo plazo, de coordinación con cabreros, pastores, saltadores y demás colectivos antes mencionados o de combinar conocimiento técnico y académico con conocimiento popular, social, ancestral. En semejantes condiciones no parece que estas nuevas apañadas vayan a resultar más eficaces que las anteriores, con lo que la corporación insular vería reforzada su posición inicial.
Cabe preguntarse a quién se circunscribe la inteligencia colectiva a la que apeló en su día el hoy consejero. Si el colectivo en cuestión se reduce a técnicos del Cabildo y expertos afines, no hacía falta tanta alforja para el viaje. Esta no es una polémica inflada artificialmente o interesada, aunque el PP trate por todos los medios de aprovecharla para dañar la imagen de Antonio Morales y todo su equipo. Por supuesto que los esfuerzos de reforestación de la Isla (y de todo el Archipiélago) deben ser prioritarios, pero la sociedad grancanaria ha demostrado no estar dispuesta a aceptar que los animales se eliminen de cualquier manera por ello, mucho menos con razones poco sólidas y en ocasiones apuntaladas por un criterio de autoridad poco presentable. No es esta la inteligencia colectiva que cabía esperar; recuerda más al despotismo ilustrado, poco defendible en pleno siglo XXI, aunque se vista de verde.