Ángela Merkel tiene dos caras bien definidas. Una, la de la ortodoxia fiscal, la ha convertido en la madre superiora de los economistas y políticos neoliberales en Europa. Las consecuencias las estamos sintiendo en Canarias en carne propia. La otra, la de defensora de la diplomacia y la vía pacífica de resolución de conflictos, se ha visto estos últimos días en MInsk, capital de Bielorrusia.
François Hollande representa otro caso bien diferente: embutido en su traje de socialdemócrata europeo, personifica con toda la dignidad posible la gran contradicción de esta familia política: no representa alternativa real a la derecha, pero el gran teatro político lo obliga a pretenderlo, a aparentarlo. Y de este manera, lo ambiguo de sus propuestas y lo errático de sus políticas, lo convierten en una suerte de François Hologramme. Está sin estar. También en Minsk, donde la batuta europea la llevaba su colega germana.
¿Qué decir de Putin? Su estilo de testosterona le está dando por ahora buenos resultados en la política interior, donde tiene índices de popularidad mucho más altos que los anteriores al conflicto ucraniano. Pero al mismo tiempo no habíamos visto un aislamiento tan grande de Rusia en la arena euroatlántica desde tiempos de la guerra fría. Por esta vez parece que tiene posibilidades de salvar la cara, pero nadie (¿ni él mismo?) parece saber adónde pretende dirigir a Rusia. Una Rusia que parece querer seguir gobernando durante mucho tiempo.
El cuarto líder presente en las conversaciones de Minsk (si exceptúamos a Aleksander Lukashenko, presidente de Bielorrusia, que actuó de anfitrión) fue Petró Poroshenko, presidente de Ucrania. A Poroshenko se le ve muy cómodo (se intuye en él una alegría casi infantil) cuando se codea con los líderes occidentales. Ocurrió con las visitas de Kerry y Biden a Kiev, y también en sus encuentros con Merkel y Hollande en Minsk. «Ucrania está en el centro de atención mundial, y vamos a recibir ayuda de nuestros socios occidentales», parece estarse diciendo mientras ofrece una amplia sonrisa a los fotógrafos. Al mismo tiempo, los partidarios de la guerra, con Yatsenyuk y Turchínov al frente, no le dan tregua en su capital, lo que lo coloca siempre en una incómoda situación en estas reuniones. Así lo resumía el líder ucraniano tras la declaración conjunta de Minsk: «Si hablamos de confianza, confiamos en nuestros socios occidentales, y tenemos un serio problema de confianza con Rusia»
Estos son los cuatro protagonistas de lo que podría ser un histórico acuerdo de paz para Europa: Una Merkel que ha mostrado capacidad de liderazgo ejerciendo de contrapeso a los halcones de Washington y a sus aliados polacos y bálticos; un Hollande que, por una vez, ha estado en el momento justo en el lugar adecuado; un Putin que parece haber salvado la cara ante su electorado en Rusia; y un Poroshenko que no parece del todo convencido de que el acuerdo que se acaba de firmar vaya a llevarse a la práctica.
A partir de las 12 de la noche de mañana sábado debería empezar un alto el fuego entre las partes con una zona desmilitarizada de hasta 70 kilómetros de ancho; con retirada del armamento pesado y entrega de ayuda humanitaria; con el restablecimiento de los subsidios sociales y los servicios bancarios a los habitantes del Donbás. Esto es lo que debería ocurrir.
Otra cosa es que a uno a veces le dé la impresión de que un poco de alegría al cuerpo de la Macarena ucraniana desvíe la atención de sus propios ciudadanos con respecto a los problemas reales. El FMI acaba de aprobar un préstamos de quince mil millones de euros a Ucrania, dentro de un plan de cuatro años que incluirá préstamos totales por un valor de treinta y cinco mil millones de euros. Todo ello a cambio de… reformas estructurales (¿les suena de algo?).
Nadie está interesado en Europa en un conflicto prolongado a gran escala en Ucrania, pero un poco de movida, piensan algunos en Kiev, podría ayudar a hacer pasar un plan de choque neoliberal como algo inevitable para, por ejemplo, luchar contra la corrupción.
El precio del gas acaba de subir más de un 50% por ciento en pleno invierno en los hogares ucranianos. Si le preguntamos a los griegos con qué asocian los últimos años de su vida y conceptos como el de «plan de rescate», pueden estar seguros de que no lo van a relacionar con la paz social.
¿Estarán los ucranianos cambiando la violencia de las armas por la violencia de un plan de choque que masacre los bolsillos y los ahorros de los pensionistas, los desempleados y los más vulnerables?
No tardaremos mucho en saberlo. Lo que está claro es que Ángela Merkel llevó a Minsk algo más que un plan de paz. Llevó bajo el brazo un manual de ortodoxia fiscal y de políticas neoliberales.