Andan los soldaditos de la OTAN de maniobras por el Báltico. En la frontera con Rusia. Ya sabemos que cuando los soldaditos de la OTAN quieren la paz se preparan para la guerra. Que le pregunten si no a afganos, iraquíes y libios. Unas cuantas bombitas y todo se arregla, ya verán.
Lo que pasa es que los rusos son, además de malos, cabezotas. No se dejan salvar. Ahora resulta que ellos también andan de maniobras en Osetia del Norte, cerca de la frontera con Georgia, donde ya hubo una guerra en 2008.
Con la tinta de los acuerdos de Minsk todavía fresca, la OTAN y sus miembros del Báltico han decidido echarle aceite a la hoguera. A ninguna cabeza en su sano juicio se le ocurriría sazonar un acuerdo de paz recién firmado con maniobras militares. Salvo que lo que se pretenda no sea la paz, sino la revancha. «¿No querías OTAN?, ¡pues toma dos tazas!», parecen querer decirle los envalentonados países bálticos a Rusia. Cuanto recuerda esto a la actitud del gallito Saakashvili, el infortunado expresidente de Georgia, que ahora no puede ni pisar el territorio de su país sin el riesgo de ser encarcelado.
En las maniobras en territorio letón, que durarán tres meses, participarán soldados y armamento norteamericano. Esto, junto con la llegada de instructores militares británicos a Kiev, no hará sino echar leña al fuego del conflicto, que parece haber terminado en su fase más violenta. Todo esto es muy peligroso. Algunos están poniendo sus ansias de revancha histórica (países bálticos) o imperialistas (Estados Unidos) por encima de la paz. Una paz frágil que aún está lejos de su fase de consolidación.
Hay otro aspecto de este conflicto entre Rusia y Occidente que es menos visible y que no se manifiesta con soldados ni con armamento sobre el terreno. Pero eso no significa que sea menos importante desde el punto de vista geopolítico. Me refiero a la guerra energética.
Resumiendo mucho, Gazprom y Rosatom, las empresas públicas rusas del gas y de la energía atómica, respectivamente, son dos brazos de la política exterior del Kremlin. Durante la última década mucho se ha hablado de la primera, puesto que Rusia suministra una tercera parte del gas natural que se consume en la Unión Europea (en algunos casos, como Eslovaquia o Bulgaria, el 90%). Menos se ha hablado de la energía atómica.
En la búsqueda de fuentes alternativas al gas ruso, Ucrania está invirtiendo en la construcción de nuevos reactores nucleares. Para que nos hagamos una idea de la importancia de esta fuente en el mix energético, en 2014 más de la mitad de la producción de energía en Ucrania fue nuclear. Ahora bien si tenemos en cuenta que la mayor parte de las centrales nucleares ucranianas son de construcción soviética, y que la única empresa con capacidad técnica para suministrar el combustible de uranio que necesitan estas centrales es Rosatom, difícilmente puede hablarse de mayor soberanía energética. La factura del combustible nuclear le salió el año pasado a Ucrania 600 millones de dólares.
Y hete aquí que los Estados Unidos vuelven a desembarcar en el espacio postsoviético, pero esta vez no con sus soldados sino con sus empresas. Ahora es la Westinghouse la que está desarrollando combustible apto para este tipo de centrales con el fin de sustituir a la competencia rusa. Es decir, la guerra también existe en el plano económico. Aunque por el momento no lo ha conseguido, la idea y la intención de Westinghouse es sustituir a Rosatom en los mercados ucraniano, búlgaro, finlandés, checo y húngaro. Que esto va tanto de pasta como de influencia, vamos.
La Comisión Europea, por su parte, por primera vez en muchos años está adoptando una actitud proactiva en este ámbito y planteando una Unión Energética. Algo que, al menos sobre el papel, recuerda al impulso de Robert Schumann en los años cincuenta, que dio pie a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, abuela de la Unión Europea. De la capacidad de los veintiocho para ponerse de acuerdo en una política energética común dependerá que puedan hacer oír su voz en Moscú y en Washington de manera mucho más alta y clara. Veremos.
¿Y cómo digerir toda esta información en clave canaria?, cabe preguntarse. Para intentar responder a esta pregunta voy a hablarles de un libro.
Ando estos días leyendo De un tiempo, de un país, el primer libro de entrevistas de Juan García Luján, publicado por esta casa, Ediciones Tamaimos. En esas entrevistas se habla sobre energía. Y del futuro de Canarias. Roque Calero, uno de los entrevistados y autor de varios proyectos energéticos premiados por la Organización de las Naciones Unidas, habla de las enormes oportunidades que tiene nuestro país para convertirse en el ejemplo de cambio que queremos ver en todo el planeta.
Y es así que, cual Eladio Monroy (por joder, principalmente), leyendo este libro no me cuesta nada imaginar una Canarias donde se invierte masivamente en producción de energías renovables, donde se forman ingenieros para explotar esos parques eólicos, solares, etc. y donde se convocan concursos públicos transparentes que dejan en manos canarias la explotación de esos recursos. De ese modo, explica Calero, romperíamos con el ciclo de colonización y dependencia en el que llevamos metidos desde el principio de nuestra historia, prácticamente. «Es la primera vez en nuestra historia que podemos definir nuestro modelo de desarrollo». «Podemos y tenemos que empezar a construír el mundo del mañana. Un mundo sostenible. Y lo tenemos que hacer desde Canarias».
Las palabras de Roque Calero resuenan en mi mente mientras se me dibuja una sonrisa. Y apenas oigo ya el ruido de los cañones en el Donbás, el traqueteo de los vehículos blindados en Letonia, el zumbido de los aviones de combate en el Sur de Rusia.
Y se me ocurre que el mejor corte de mangas que le podemos hacer a todos estos sirvengüenzas que son capaces de poner en peligro vidas humanas por la puñetera avaricia y la puñetera acumulación material es invertir en renovables. Dejarles a nuestros hijos unas islas menos dependientes, más limpias, donde el dinero que nos ahorremos del petróleo que ya no necesitaremos se invierta en crear empleo sostenible y de calidad. Gracias por las entrevistas, Juan Luján. Gracias por el trabajo y la capacidad de soñar, Roque Calero. Manos a la obra.