Resulta muy llamativo el uso que de los términos gobierno y régimen se hace en los medios de comunicación convencionales. Así, si un presidente nos cae mal o nos parece tiránico, en seguida veremos que está al frente de un régimen, como es el caso de, por ejemplo, Nicolás Maduro, en Venezuela. El Régimen de Maduro. Da igual que haya sido elegido democráticamente en unos comicios reconocidos como libres y justos por la comunidad internacional. Es un régimen. ¿A quien le puede caber duda?
Luego hay casos en los que se recurre directamente a palabras como dictador. Así, cuando en Euromaidán se podía ver a la embajadora de EEUU repartiendo bolsitas de plástico con comida, o a eminentes eurodiputados subirse al estrado para dirigirse desde allí a los congregados, era moneda corriente que estos hablaran del «dictador Yanukóvich». Un presidente democráticamente elegido en unos comicios se convertía así en un dictador por no ser el preferido de EEUU y la UE, y por tener buenas relaciones con el Kremlin; es decir, con el régimen de Putin.
¿Y qué quieren que les diga? A mí me dan ganas de volver a saltarme el régimen y de seguir comiendo golosinas. Así que enciendo mi ordenador y me pongo al día de lo ocurrido en estos primeros compases de 2015. Una noticia capta mi atención: Abdullah bin Abdelaziz, con sus cuatro flamantes esposas, y rey de un país en donde está prohibido que una mujer conduzca un coche o que pueda presentarse a unas elecciones municipales, falleció el pasado mes de enero. El control del gobierno pasa directamente a su hermano. «Ahá, el típico dictadorzuelo», me digo. Busco y rebusco críticas al régimen del rey Abdullah, y esto es lo que encuentro:
- «Siempre valoré la perspectiva del rey y aprecié nuestra genuina y cálida relación» (Barack Obama, presidente de los Estados Unidos)
- «Estoy muy triste» por la muerte de un monarca que «trabajó por la paz» (James Cameron, primer ministro británico)
- El Rey Abdullah fue un hombre con «visión y sabiduría. EEUU ha perdido a un amigo, y el Reino de Arabia Saudita, Oriente Medio y el mundo han perdido a un líder respetado» (John Kerry, Secretario de Estado norteamericano)
Y me digo ahora que no entiendo nada. A no ser que…
- ¿Sería capaz occidente de vender su alma al diablo por un puñado de barriles de petróleo a buen precio y de seguro suministro?
- ¿Renunciarían Reino Unido, EEUU, Francia y otros países del llamado occidente civilizado a principios básicos como la defensa de los derechos humanos a cambio de suculentos contratos de ventas de armas?
Como muy bien supo ver Gary Younge en esta crítica a la doble moral de Occidente, lo más llamativo no es la facilidad con la que se cambia el discurso y se borra el anterior, sino la pretendida autoridad moral con la que esta parte del mundo le dicta al resto qué es lo que debe hacer y cómo hacerlo.
Una conclusión a todo esto podría ser el decirse que estos tipos no tienen remedio y caer en el escepticismo. Yo, sin embargo, prefiero pensar que este pensamiento instrumental de occidente, ante el cual los pueblos (aún más los pequeños, como el canario) son peones en el gran tablero de ajedrez de la geopolítica, puede ser superado con un pensamiento que, desde la propia realidad, esté impregnado de un fuerte componente ético y replantee las relaciones entre los pueblos, no en los términos tradicionales de fortaleza-debilidad, sino en unos nuevos términos basados precisamente en contrarrestar la hipocresía que convierte a un dictador misógino en un buen amigo con el que mantener una cálida relación.