Tenía 17 años cuando las conocí. Entré temerosa en aquella aula húmeda, un frío que contrastaba con una clase de pedagogía colapsada. Habían estudiantes sentados en las mesas e incluso en el suelo.
Entre tanta gente yo me senté con ella.
– ¿Cómo te llamas?
– Ariadna, ¿y tú?
– Yaiza
Hablamos bajito mientras el profesor nos daba la bienvenida. Nos preguntamos cosas básicas para comenzar a conocernos, ¿Dónde vives? ¿Cuántos años tienes? ¿Cómo se llama tu hermana?
Tras las preguntas miramos a nuestro alrededor buscando más sonrisas. Nos devolvieron el gesto Sonia y Lorena, dos amigas del instituto que se habían sentado juntas para sentirse acompañadas.
En seguida conectamos, no sé cómo explicar lo increíble que es la amistad a los 17, es un completo enamoramiento. Yo había tenido buenas amigas antes, las de primero de BUP, las de segundo, las de COU…, pero con ninguna había hablado con tanta franqueza.
Recuerdo un día en la biblioteca municipal, estábamos el equipo al completo, Ari, Sonia, Lorena, Isa, Patri, María la Majorera y yo. Hacíamos que estudiábamos, pero en realidad solo queríamos preguntarnos cosas muy, pero que muy íntimas. Queríamos hacer todas aquellas preguntas que llevábamos guardadas desde la pubertad. Estábamos disimulando con los libros cuando nos dio aquel ataque de risa y salimos pitando. Todo fue por aquella pregunta mía sobre la masturbación masculina, más bien fue por la respuesta gesticulada de Sonia. Ella cogió una pequeña botella de plástico y comenzó a describir la acción ayudándose de sus manos y su boca.
Nos convertimos en indivisibles, fuertes, éramos amigas y teníamos clara la consigna de que «la calle y la noche eran nuestras». Estar juntas era tan alucinante como dar un beso deseado o amanecer al lado de ese chico hippie que tanto nos gustaba.
Por eso, siempre buscábamos excusas para compartir cama, para acostarnos tarde contándonos secretos, para llorar viejos amores bobos y soñar con otros nuevos.
Ayer estuvimos juntas y nos quisimos como siempre. Aunque tengo que admitir que ya nuestras historias son distintas. Es lógico, las más pequeñas somos unas puertas de casi 40, algunas estamos más redonditas y otras con sus cuerpos se acercan más a la línea recta. Somos preciosas.
Nuestras historias de hoy hablan de hijos e hijas, partos doloridos y otros casi perfectos, parejas rotas y otras que continúan en la brega. También hablamos de nuevos enamoramientos y del buen sexo a los 40. Todas sabemos del poco tiempo que tenemos para las cosas, porque esta vida nos absorbe y hay que trabajar mucho.
– ¿Nos compramos un número de la lotería? Quizás nos toca y podamos hacer un viaje increíble al otro lado del mundo, quizás podamos sentirnos como cuando fuimos a El Hierro, cuando recorrimos la isla a pie. ¿Se acuerdan?
Todas nos iluminamos al recordar aquel viaje, al rememorar los leggins de colores y los pañuelos palestinos, al imaginar las mochilas repletas de latas de atún y leche condensada. Sabemos que la vida de hoy es distinta, pero podemos cerrar los ojos y sentir lo que fuimos a los 17.