El otro día, un buen amigo me comentó en la tertulia mañanera del cortadito del sábado, que si me había enterado del tema de la Nasa en Canarias. La verdad es que lo primero que me vino a la cabeza fue aquel Centro Espacial Español en Canarias ubicado en San Bartolomé de Tirajana (cerca de Maspalomas) y que estuvo en manos de la Agencia Espacial del imperio estadounidense en los años 60 del siglo pasado. Funcionó como lanzadera y seguimiento de satélites, entre otros menesteres top secret.
Pero no, mi buen amigo se refería a la nasa, esa herramienta de arte de pesca usado en Canarias durante siglos por los barcos de pesca artesanales. La media tertulia mañanera no se centró en cómo debe controlarse el uso de este arte de pesca, tan endemoniado por muchos entendidos que se olvidan que no solo las nasas mal usadas han arrasado los caladeros, sino también métodos extractivos más agresivos como los grandes arrastreros, por no hablar de los vertidos de aguas negras en nuestro litoral o de la pesca furtiva en el banco pesquero entre Canarias y la República Árabe Saharaui Democrática, con el beneplácito de España junto con la Comunidad Europea, y amparada en acuerdos ilegales con el Reino de Marruecos.
Por el contrario, el debate se centró en el recorte que “Madrid” impone a los pescadores artesanales canarios por medio de una Orden Ministerial del Reino de España. Esta medida se prevé que entre en vigor este mes de octubre y que acabará varando el resto de la flota pesquera canaria en las rotondas de las autopistas. No cabe duda que esta técnica, junto con otras, se debe regular para preservar nuestros caladeros. Pero este tampoco fue el debate, nos preguntamos quién debería regular nuestros recursos. O dicho de otro modo ¿por qué no tenemos plena soberanía para regular nuestros recursos pesqueros?
Pues sí, la discusión entró de lleno en el terreno político sobre la tan cacareada soberanía alimentaria que tanto gusta a más de un progre en este país. Y los derroteros nos llevaron por esos caminos sinuosos de la soberanía alimentaria, la energética… en fin, sobre soberanía a secas. Casi al final, llegando al último sorbo de café, llegamos a la conclusión de que sin soberanía política es imposible alcanzar el resto de soberanías.
Para terminar, en el sorbito de agua con gas, surgió la polémica; la independencia no implica soberanía, pero, desde luego, sin independencia difícilmente se consigue la soberanía. Esto lo dejamos para otro día en que nos tomemos un barraquito largo. Quedamos en vernos el domingo para comer un pescadito con un buen vaso de vino blanco de Daute Isora, en la playa de Alcalá.
Autor: Narciso Lorenzo.