Lo que se ha dado en llamar la crisis de la migración no es nueva para nosotros. José Naranjo, en su libro «Cayucos» retrata con tanta fidelidad como ternura el éxodo que llevó a Canarias a miles de africanos en los años que inauguraban este siglo. Entonces no fue noticia en la prensa europea.
Mucho ha llovido desde entonces. En los últimos años, las rutas de la migración han cambiado radicalmente. Ahora, para entrar en la UE se utiliza el Mediterráneo (un cementerio, como lo fue el Atlántico durante los años de la Aventura hacia Canarias). Y, cada vez más, las rutas terrestres. La pregunta es: si desde hace cierto tiempo se vienen utilizando estas nuevas vías y ya hay miles de ahogados en las aguas del Mediterráneo, ¿por qué se ha producido ahora -y no antes- esta ola de solidaridad? Probablemente haya que buscar las razones en dos acontecimientos que sacudieron las conciencias de millones de europeos: uno fue la muerte por asfixia de 71 refugiados en un camión frigorífico en Austria; el otro fue la foto de Alan Kurdi, un niño turco de tres años que había muerto ahogado intentando llegar a las costas griegas. Se cumplió lo que dice aquella frase atribuída a Stalin: «La muerte de una persona es una tragedia. La de un millón es estadística». Aquella imagen logró lo que parecía imposible: despertar la conciencia dormitada de Europa.
En el último mes hemos podido ver -en Alemania, sobre todo- una ola de solidaridad con refugiados llegados desde Siria, Irak, Afganistán y otros lugares desgarrados por conflictos armados. No es mi intención profundizar en el origen de estos conflictos, instigados por potencias occidentales en la mayoría de los casos. Me voy a centrar, más bien, en algunos usos del lenguaje que están acompañando esta toma de conciencia.
Permítanme comenzar por la siguiente reflexión. La palabra migrante (o sus derivados in – y emigrante) no contiene ninguna carga semántica valorativa. Sin embargo, en Europa y desde hace décadas, está connotada con elementos de pobreza, marginación e ilegalidad. Muchas veces se emplea en sintagmas del tipo «inmigrante ilegal», o «inmigrante irregular». Tanto es así, que los europeos que se marchan de su país de origen y se establecen en otro país de la UE, se llaman a sí mismo expatriados, nunca in- o emigrantes. El término expatriado ha desplazado, por tanto, al de migrante en estos contextos. Un ciudadano de la UE que se establece en otro país de la Unión se reconoce y quiere ser reconocido como expatriado.
En los últimos tiempos, estamos viendo como instituciones y medios de todo el mundo están haciendo un llamamiento para que utilicemos una terminología más acorde con las situaciones que se están viviendo y para que veamos en quienes están tocando a las puertas de la Unión Europea en busca de una mejor vida a personas. Este cambio de mentalidad tiene su correlato lingüístico: cada vez se habla menos de inmigrantes y más de refugiados.
¿Pero qué significan y en qué se diferencian estos términos? Tomado como base este texto de Alain Travis, del periódico inglés The Guardian, encontramos las siguientes definiciones.
- Migrante: un migrante es una persona que sale de su país y se establece en otro durante más de un año. Una persona puede migrar por múltiples motivos: estudios, situación económica o política, abrir horizontes o reunirse con su familia. Cuando un ciudadano de un estado que no pertenece a la UE se establece dentro dentro del espacio comunitario sin haber obtenido previamente un visado, las reacciones en el estado anfitrión puede ser muy dispares: desde la aceptación tácita de la nueva situación hasta el -más que probable- intento de expulsión.
- Refugiado: un refugiado es una persona que huye de un conflicto o de persecución y a la que se le reconoce que necesita protección internacional porque le resulta demasiado peligroso volver a casa. Están protegidos por la legislación internacional en virtud de la Convencion sobre el estatuto de los refugiados de 1951, que define lo que es un refugiado e indica cuáles son sus derechos básicos.
Como vemos, hay una diferencia notable entre ambos conceptos. El hecho de que cada vez se hable más de refugiados y menos de migrantes, en el caso de las personas que huyen de guerras -muchas veces provocadas o alentadas por los estados de los que somos ciudadanos- indica no sólo que estamos viviendo una época de mayor solidaridad, sino también una toma de conciencia hoy más necesaria que nunca.