
Fíjense bien en la foto. A priori no dice nada. Son tres personas disfrutando de una atracción en un parque acuático. Pero es mucho más que eso. En la parte trasera de la embarcación está Kiessling, miembro de la familia dueña del Siam Park. En el centro Carlos Alonso, presidente del Cabildo de Tenerife. En la cabecera Fernando Clavijo, presidente del Gobierno de Canarias. ¿Siguen sin ver nada raro? El barco es real, pero también metafórico. Es el barco en el que surcan los mares turísticos y dinerarios la clase empresarial y la política en Canarias. Nunca una foto fue tan representativa de dicha connivencia.
Días antes Fernando Clavijo había concedido una entrevista al diario El País. “Hay que limitar el número de turistas”, titula el periodista Txema Santana la entrevista. Luego el presidente se desdijo: «Se trata una reflexión abierta, no cerrada, consistente en debatir su limitación, no su reducción. Canarias es un territorio limitado, con más de un 50 por ciento de su territorio protegido, que necesita garantizar la sostenibilidad de su sector económico más importante a través de un modelo que debe ser revisado si queremos preservar su continuidad». Pero no se crean que las palabras del presidente están sacadas de contexto ni mucho menos. Clavijo afirma en el transcurso de la entrevista que el nuevo modelo turístico “tendrá que ser con un tope de millones de turistas. Tenemos que fijar una limitación que sea respetuosa con nuestro medio ambiente y que no deteriore y acabe matando nuestro valor añadido, que es la naturaleza, el espacio y la calidad que ofrecemos”. Una reflexión clara, ya sea abierta o cerrada.
¿Por qué se desdice el nuevo presidente canario? Lo hablábamos al principio, seguro que alguno de los empresarios que se aprovechan de este sistema le tiró de las orejas. El mismo Kiessling, entre mojadita y mojadita, le recordaría quiénes mandan de verdad en el sector turístico. O Agustín Manrique de Lara, presidente de la Confederación Canaria de Empresarios, que declaró hace unos meses que “tenemos que aspirar de forma progresiva a doblar el número de turistas anuales en el espacio de diez años. Es decir, 24 millones de visitantes cada ejercicio”. En la misma entrevista en El País, el presidente canario alerta sobre que “de nada sirve que lleguen 20 millones de turistas si vienen con todo incluido”. Son palabras bonitas, pero reitero, sabemos quiénes mandan en este negocio. Y ellos no quieren limitar la llegada de turistas, aunque se hundan las islas.
El ejemplo de Barcelona
Cada cierto tiempo se habla en Canarias de redefinir el modelo turístico que queremos para el futuro. Todos los debates acaban igual: en nada. Las patronales turísticas, empresariales, los hoteleros, los turoperadores… todos los que, en definitiva mandan, bloquean todo intento de modificar el sector, aunque sea para que reviertan en las islas los ingentes ingresos económicos del turismo, ya no me refiero ni siquiera para obtener soluciones sostenibles. No sueltan un punto, lo quieren todo para ellos. A la vista están los datos; en plena era de récords turísticos, con las vecinas potencias turísticas con problemas políticos y cuando 13 millones de personas pisan estas islas, Canarias sigue en la parte alta de la clasificación en número de parados de todos los territorios que pertenecen políticamente al continente europeo. Es difícil de explicar a alguien que no vive aquí.
Aquí hablar de limitación turística es una utopía. Fernando Clavijo, en su afán por hacerse llamar progresista, lo hizo, para luego rectificar. No vaya a ser que nadie se enfade… Pero, ¿es posible desde las instituciones poner soluciones al impacto turístico que sufre un territorio? Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, nos hace pensar que sí es posible. En Barcelona habrá un año de moratoria turística, hasta que realmente se encuentre el camino que seguir en cuanto a política turística.
La Serenissima sitiada
La misma Ada Colau dijo sobre materia turística que “hay que mirarlo seriamente. Cuando hablo de hacer un plan estratégico contando con todos los actores debe servir también para ver cuál es el límite de carga, porque alguno habrá. Si no queremos ser Venecia algún límite de carga del turismo habrá que poner en Barcelona. Podemos crecer más, pero no sé hasta donde”. Colau pone como ejemplo de desastre turístico a Venecia, pero ¿qué pasa en Venecia?
Mientras todas estas cosas se debatían en Canarias, el fin de semana pasado estuve, precisamente, en la bella ciudad del Véneto. Sigue siendo bella por su ingente patrimonio, pero cada vez es más una sombra de lo que fue. Atestada de turistas, con muchísimos cruceros diarios que hacen imposible transitar por sus calles, con un trato desagradable al visitante por parte de los mismos que se enriquecen con este negocio y en donde todo se vende, «la serenissima» ya es todo menos serena. Pasear por los alrededores de San Marco, Rialto o San Polo es un ejercicio hasta estresante por la cantidad de gente que se agolpa y por la cantidad de artículos que te quieren vender a cada paso, lejos de esa imagen idílica de ciudad romántica. La alcaldesa de Barcelona es consciente de que Venecia es el ejemplo a evitar, pero ¿en Canarias lo tenemos claro?
Vamos más arriba y recordemos las palabras de Manrique de Lara, que pedía 24 millones de turistas. A la ciudad del Véneto acuden cada año más de 20 millones de turistas. Nadie pone coto a su entrada y eso está haciendo perder la identidad del lugar. La población nativa está abandonando la ciudad. A mediados de siglo tenía 174.000 residentes y ahora apenas llega a los 57.000. Un éxodo justificado por la falta de oportunidades laborales más allá del turismo. Dedicarse a ser gondolero, recepcionista, camarero o regente de un B&B, son casi las únicas opciones de empleo. Los antiguos artesanos, restauradores o cristaleros que quedaban en la ciudad, son una especie en extinción. ¿Les suena lo que les estoy contando?
Dice en un reportaje en El País uno de los restauradores que queda, Bruno Rizzato, que “la explotación salvaje del turismo de masas le ha robado el alma a la ciudad. En la zona de Rialto, hace veinte o treinta años, vivían venecianos que vendían a otros venecianos el pan, la verdura, el pescado, y talleres donde se ofrecía artesanía auténtica –collares de cristal de Murano, máscaras hechas a mano según las enseñanzas de padres y abuelos– a viajeros que sabían lo que compraban y lo que debían pagar por ello. Aquella Venecia ya no existe. No sabe cuánto lo siento, pero ha llegado usted cuarenta años tarde. Todos aquellos negocios fueron cerrando y en su lugar abrieron tiendas de bisutería para el turismo. Venecia se ha convertido en Disneylandia. Un parque temático donde, al precio de un euro, unos chinos venden a otros chinos máscaras venecianas fabricadas en China”. Problemas similares a los que se dan en Canarias y que hemos denunciado en Tamaimos en varias ocasiones. Tiziana Terzi, otra de las venecianas que quedan, asegura que “cada vez que un anciano muere, también se muere un poco más Venecia, porque su lugar no será ocupado por un veneciano más joven, sino por un turista”.
En medio de este desolador panorama aparecen dos problemas más: la presión enorme sobre un territorio que está construido sobre una laguna y la corrupción, aparejada a las grandes sumas de dinero que genera esa misma destrucción. El modelo turístico veneciano perece a la misma vez que el dinero vuela, la ciudad se hunde cada vez más y el brutal patrimonio histórico se resquebraja. Yo no sé cómo lo ven ustedes. A mí el espejo veneciano, por mucho que imite el cristal de Murano, me lo mostró claro; este no es el modelo turístico que quiero para Canarias. ¿Qué modelo debemos escoger, el sostenible que propone Colau para Barcelona o el destructivo de Venecia? O mejor, ¿por qué no elegimos, sin copiar a nadie, el modelo turístico que mejor nos convenga? Basta de copiar reflejos, el espejo por una vez debemos ser nosotros mismos y nuestros intereses.