
Playa Chica es la hija pequeña de Las Gaviotas. Nació a su lado, como una continuación unida por un cordón umbilical de piedras. Respira en el viejo acantilado de Anaga, sus laderas arropan arenas siempre negras, compactas. Millones de diminutas rocas trituradas y convertidas en polvo, allí corremos nosotros. Cuando el sol está muy fuerte arde la arena seca y tenemos que saltar hasta la mojada. El mar es claro, a veces manso y a veces bravo, cuestión de carácter.
Hoy la luna llena está a la derecha y el sol a la izquierda, las dos esferas saludan y despiden a una playa que luce inmensa. Con las mareas bajas se pueden hacer muchas cosas. Imaginen.
La playa sigue exactamente igual tras los 40 años de construcción del edificio de apartamentos. Cuando nosotros éramos pequeños había como 300 niños y niñas que jugábamos allí, eso es lo que tiene haber nacido en medio del baby boom.
Hoy saludé a Santi con una sonrisa y evidentemente ya no es niño. Ahora nos dedicamos a bajar a nuestros hijos a las arenas en las que corrimos. La gente recuerda con añoranza aquellos tiempos en los que mi padre inventó unas olimpiadas, con podium, medallas, trofeos, carreras, saltos… Fueron las primeras olimpiadas guanches donde nos divertíamos en equipo luciendo camisetas con los aros olímpicos. Sí, era alucinante. Desde tempranito eran muchos los niños y niñas que tocaban a nuestra puerta ansiosos, esperando la competición como a los reyes magos.
Hoy no hay olimpiadas, el edificio está muy viejo y las obras tratan de mejorar su cara este verano. Cuando bajo por las escaleras de granito blanco parece que el tiempo se quedó atrás e imagino a mi madre y a mi padre haciendo el amor, fue allí donde hicieron a mi hermano Ruyman.
Afortunadamente la playa sigue igual, huele a océano rico y la sonrisa de Véntor es la misma que la mía al descubrir los charcos del fondo. Hay peces, burgados e imperceptibles camarones. Hoy corre con Juanpe en la arena, juegan con una pelota de plástico, aprende a caerse y a levantarse, a levantarse y a caerse. Allí sobre el colchón negro volcánico se entrena para la vida.