La semana pasada tuvo lugar en Ulán Bator, capital de Mongolia, la sesión de otoño de la Asamblea Parlamentaria de la OSCE. Más de 300 parlamentarios de una cincuentena de países se reunían en este país de Asia Central para dialogar, confrontar ideas y explorar vías para el control y la supervisión de sus respectivos gobiernos en temas que iban desde la crisis de la migración en Europa hasta el cambio climático pasando por la situación en Ucrania. Una plataforma de diálogo que colocaba a Mongolia durante unos días como capital del parlamentarismo mundial.
El parlamento y el ejecutivo mongoles estaban muy interesados en mostrar a los visitantes los avances realizados desde la década de los noventa, en que el país asiático dejó de ser un satélite de la Unión Soviética para convertirse en un estado plenamente soberano en el concierto de las naciones.
Y lo consiguieron sobradamente. No solo la organización del evento fue todo un éxito, sino que, a través de actividades paralelas, los anfitriones presentaron a las delegaciones parlamentarias lo más preciado de su tradición cultural que se remonta, en algunos casos, a varios miles de años antes de nuestra era.
Sabemos que estas tradiciones proceden de una época muy lejana. Pero es muy importante para nosotros preservarlas y potenciarlas
Hubo dos eventos que, con toda fuerza, mostraron la energía que día a día transmiten las tradiciones culturales autóctonas a las jóvenes generaciones: un concierto en el teatro nacional en el que música clásica (asiática y europea) y música tradicional se dieron la mano. Y una competición de deportes tradicionales: lucha, tiro con arco y carreras de caballos.
Tengo que confesar que, cuando leí en el programa que en el menú de actos entraban los deportes tradicionales, experiencias vividas anteriormente en nuestro país me llevaron a dos errores de apreciación: primero, pensé que se trataría de un breve acto para «cubrir el expediente» ante tan distinguidos húespedes; segundo, estaba convencido de que se trataría de una exhibición y no de una competición real. ¡Cómo me equivoqué, y cuánto me alegro! En el apartado de lucha tradicional, los deportistas se emplearon a fondo, demostrando no solo fuerza y agilidad, sino una variedad de mañas propia de los mejores estilistas de nuestro deporte nacional.
Esta última competición tuvo lugar en las cercanías del Museo Gengis Kan, una joya arquitectónica erigida en medio de las estepas que muestra a todo el que quiera verlas la historia y las tradiciones del pueblo mongol.
Todo un ejemplo de cómo combinar sanamente tradición y modernidad, sin recurrir a tradiciones importadas supuestamente más prestigiosas.